El mundo atraviesa un periodo de profunda transformación, en el que las estructuras tradicionales del orden internacional muestran signos evidentes de desgaste. Las potencias que antaño marcaban el rumbo parecen cada vez más preocupadas por sus problemas internos, mientras los desafíos globales —desde la fragmentación económica hasta el auge de la inteligencia artificial— evolucionan sin un marco claro de control.
En este contexto de incertidumbre, 2025 se perfila como un año en el que las tensiones acumuladas pueden cristalizar en crisis de gran envergadura. No se trata solo de conflictos abiertos o de rivalidades estratégicas; el verdadero peligro radica en el debilitamiento de las instituciones que deberían servir de contrapeso a la vorágine del momento.
A continuación, un análisis de los cinco principales riesgos que acechan al mundo en los meses venideros.
- Un mundo sin liderazgo: la gran crisis de gobernanza global
Desde hace años se habla de la falta de un liderazgo claro en la escena internacional, pero 2025 marca un punto de inflexión. La arquitectura institucional que emergió tras la Segunda Guerra Mundial —y que durante décadas proporcionó cierto grado de estabilidad— ya no refleja la correlación de fuerzas actual ni responde con eficacia a los desafíos globales.
El vacío de poder genera inestabilidad en múltiples frentes: las grandes economías avanzadas se enfrentan a tensiones internas que limitan su capacidad de acción exterior; los organismos multilaterales están paralizados por la falta de consenso; y los países emergentes, aunque con mayor peso en el tablero, no cuentan con la cohesión suficiente para articular una alternativa viable.
La ausencia de un liderazgo efectivo no solo facilita el auge de actores que desafían las normas establecidas, sino que también incrementa el riesgo de respuestas erráticas y descoordinadas ante crisis internacionales. El mundo entra en una fase donde las reglas son difusas y la fuerza vuelve a jugar un papel determinante en las relaciones entre estados.
- La reconfiguración del poder en Estados Unidos
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca supone un cambio sustancial en la política interna y externa de los Estados Unidos de América. A diferencia de su primer mandato, en esta ocasión llega con un equipo más alineado con su visión y con una estrategia más clara para consolidar su poder dentro del aparato estatal. Digamos, que este modelo Trump 2.0. es un modelo mejorado, entiéndase, mejorado para sus intenciones.
Las implicaciones de este nuevo escenario son múltiples: una menor previsibilidad en la política exterior, una relación más transaccional con los aliados tradicionales y una tendencia a priorizar la política interna sobre la estabilidad global. Además, el enfoque personalista del liderazgo estadounidense puede generar incertidumbre en los mercados y en las estructuras de gobernanza internacional.
Más allá de la figura del presidente, el fenómeno refleja una transformación más profunda dentro de la sociedad estadounidense: una polarización extrema que dificulta la construcción de consensos y una desconfianza creciente hacia las instituciones. La estabilidad democrática no está en peligro inminente, pero los mecanismos que la sostienen se ven sometidos a tensiones inéditas.
- La creciente fractura entre Estados Unidos y China
La rivalidad entre Washington y Pekín ha sido una constante en los últimos años, pero en 2025 se intensificará con una velocidad y una agresividad que pocos anticipaban. El desacoplamiento económico entre ambas potencias ya no es una amenaza teórica, sino una realidad que empieza a afectar a las cadenas de suministro globales y a la estabilidad de los mercados.
Los aranceles y restricciones comerciales marcarán el tono del enfrentamiento, pero el verdadero punto de fricción será el ámbito tecnológico. La competencia por el dominio de sectores estratégicos —como la inteligencia artificial, los semiconductores y la computación cuántica— acelerará una carrera por la supremacía que no solo involucrará a empresas, sino también a los propios estados.
El riesgo no radica solo en las decisiones de Washington y Pekín, sino en la presión que este enfrentamiento ejerce sobre terceros países. La incipiente alianza entre Trump y Putin es un claro ejemplo de ello. Así es que, las economías que han mantenido una posición equilibrada entre ambas potencias se verán obligadas a tomar partido, generando fracturas en alianzas comerciales y sistemas de cooperación internacional que, hasta ahora, habían funcionado como amortiguadores de la tensión.
- Rusia y la estrategia del caos
A pesar del desgaste de la guerra en Ucrania y de las sanciones impuestas por Occidente, Rusia sigue siendo un actor clave en el desorden geopolítico. Su capacidad para proyectar poder no radica tanto en su fuerza económica o militar —ambas limitadas—, sino en su habilidad para desestabilizar a sus adversarios a través de medios no convencionales.
Las tácticas híbridas, que combinan desinformación, ciberataques y operaciones encubiertas, seguirán siendo un pilar central de la estrategia rusa. Moscú no solo busca consolidar su influencia en los territorios que controla, sino también erosionar la cohesión de los países que considera hostiles.
La eventual llegada de un alto el fuego en Ucrania no significará la pacificación de la región, sino el inicio de una nueva fase del conflicto, marcada por la guerra de inteligencia y la presión política. Europa, por su parte, se enfrenta al dilema de cómo responder a una Rusia que, lejos de replegarse, seguirá explorando vías para socavar el orden europeo desde dentro.
- Inteligencia artificial sin límites y el auge de los espacios ingobernados
El desarrollo de la inteligencia artificial avanza a un ritmo que supera la capacidad regulatoria de los estados. Lo que hace apenas unos años era una tecnología emergente se ha convertido en un factor de transformación radical en sectores que van desde la economía hasta la seguridad nacional.
La falta de un marco normativo claro permite que tanto gobiernos como corporaciones tecnológicas utilicen la IA sin restricciones éticas o de supervisión democrática. El riesgo no se limita al impacto sobre el empleo o la privacidad, sino que alcanza dimensiones más preocupantes: la militarización de la inteligencia artificial, la manipulación informativa a escala masiva y la posible delegación de decisiones críticas en sistemas opacos.
Paralelamente, el mundo asiste a la proliferación de espacios ingobernados: territorios donde la presencia del estado es mínima o inexistente, y donde grupos armados, redes criminales o incluso empresas privadas ejercen una soberanía de facto. Desde el Sahel hasta América Latina, estos espacios se convierten en focos de conflicto, tráfico de armas y migración descontrolada.
Conclusión: un año de incertidumbre estructural
El 2025 se perfila como un año de alta volatilidad, en el que los cambios en las estructuras de poder y en las dinámicas globales pueden generar efectos inesperados. La falta de liderazgo, el resurgimiento del unilateralismo y la aceleración de tendencias disruptivas configuran un escenario donde las certezas son escasas y los riesgos, elevados.
Frente a este panorama, la respuesta no puede ser el repliegue ni la pasividad. La historia muestra que los momentos de crisis también son oportunidades para redefinir el rumbo. La clave estará en la capacidad de los actores internacionales para adaptarse a esta nueva realidad sin renunciar a los principios que han permitido avanzar hacia un mundo más estable y, en última instancia, más justo.