En 2001, el economista Jim O’Neill acuñó el término BRIC para designar a Brasil, Rusia, India y China, economías emergentes cuyo crecimiento exponencial presagiaba una reconfiguración del equilibrio global. Con la adhesión de Sudáfrica en 2010, el bloque consolidó su identidad política, pero ha sido su reciente expansión la que ha convertido a los BRICS en un desafío estructural al orden internacional vigente.
La cumbre de Johannesburgo en 2023 marcó un punto de inflexión con la incorporación de Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. La ampliación del grupo no solo refuerza su peso geoeconómico, sino que envía un mensaje inequívoco: los BRICS ya no son únicamente una coalición de potencias emergentes, sino una alternativa incipiente a la arquitectura dominada por Occidente. Su rival implícito es el G7, paradigma de la ortodoxia liberal que, desde la posguerra, ha ejercido un dominio incontestado sobre las finanzas, el comercio y la gobernanza global.
De bloque económico a actor geopolítico
Si bien los BRICS se concibieron como un eje de cooperación económica, su evolución responde a un propósito más ambicioso: articular un contrapeso al orden liberal internacional. A diferencia del G7, una alianza cohesionada por valores democráticos y un modelo económico común, los BRICS se distinguen por su heterogeneidad estructural.
Los nuevos miembros evidencian este rasgo distintivo. Irán y Rusia, sometidos a sanciones occidentales, buscan consolidar vías alternativas de comercio y financiación. Arabia Saudí y Emiratos, tradicionalmente aliados de Washington, han recalibrado su estrategia para operar en un sistema multipolar. Egipto y Etiopía, por su parte, representan el creciente protagonismo de África en las dinámicas globales. Esta diversidad confiere al bloque una versatilidad única, pero también plantea un desafío: la ausencia de un ideario unificador que trascienda el pragmatismo coyuntural.
Una potencia económica fragmentada
Los BRICS superan al G7 en paridad de poder adquisitivo, representando aproximadamente el 31% del PIB mundial y aglutinando al 40% de la población global. Controlan vastas reservas de recursos naturales, desde hidrocarburos hasta minerales estratégicos, y han consolidado un entramado comercial autónomo.
Sin embargo, su talón de Aquiles radica en la falta de cohesión. Mientras que el G7 se sustenta en instituciones sólidas y una visión compartida, los BRICS son un mosaico de intereses a menudo divergentes. Las fricciones entre India y China, ejemplificadas por disputas fronterizas y una rivalidad industrial latente, ilustran la dificultad de articular una estrategia unificada.
Joseph Nye, teórico del soft power, advierte que “los BRICS pueden ser una coalición eficaz para cuestionar la hegemonía occidental, pero carecen, por el momento, de una infraestructura institucional capaz de erigir un orden alternativo.” Esta dicotomía entre potencial y ejecución determinará la viabilidad del bloque como agente transformador.
El dólar y la quimera de la autonomía financiera
Uno de los objetivos estratégicos del bloque es la reducción de la dependencia del dólar estadounidense, una ambición que trasciende lo simbólico. El dominio del billete verde otorga a Washington un instrumento de coerción económica, permitiéndole sancionar a Estados hostiles con un margen de maniobra casi absoluto.
Si bien la creación de una moneda común es un horizonte lejano, el bloque ha promovido transacciones en monedas nacionales, una tendencia ya observable en los intercambios entre China y Rusia o India y los países del Golfo. El New Development Bank (NDB), concebido como una alternativa al FMI y al Banco Mundial, ha comenzado a emitir préstamos en yuanes y otras divisas locales.
Aun así, el economista Nouriel Roubini enfatiza que “la erosión del dominio del dólar será paulatina y no el resultado de un viraje abrupto liderado por los BRICS.” Occidente, aunque en declive relativo, sigue ejerciendo un predominio estructural difícil de contrarrestar en el corto plazo.
África y Oriente Medio: la nueva geopolítica de los BRICS
La ampliación del bloque obedece a una lógica geoestratégica. China, la locomotora del grupo, ha consolidado su influencia en África, proyectando su poder a través de inversiones masivas en infraestructura y asegurando el acceso a recursos críticos. La adhesión de Etiopía y Egipto refuerza esta tendencia, dotando a los BRICS de una mayor presencia en el continente.
Más significativo aún es el viraje de Oriente Medio. Con Irán, Arabia Saudí y Emiratos en sus filas, los BRICS han adquirido un peso inédito en la geopolítica del petróleo. La OPEP+, bajo la batuta de Moscú y Riad, ya ha demostrado su capacidad para reconfigurar los mercados energéticos, desafiando los intereses occidentales. La sinergia entre los BRICS y la OPEP podría acelerar el proceso de desdolarización del comercio de hidrocarburos, con consecuencias sistémicas para la economía global.
Haití: un microcosmos del nuevo equilibrio de poder
El ascenso de los BRICS no es solo una cuestión macroeconómica; su influencia se deja sentir en escenarios específicos como Haití, un país históricamente subordinado a la hegemonía estadounidense. China, en particular, ha incrementado su presencia en el Caribe, ofreciendo financiamiento e infraestructuras sin las condiciones políticas impuestas por Washington.
Robert Kaplan señala que “el nuevo orden global no se decide en Bruselas o Washington, sino en lugares como Haití, donde la lucha por la influencia se refleja en quién construye las carreteras y financia la electricidad.” La competencia entre Occidente y los BRICS se dirime en estos espacios periféricos, donde la balanza puede inclinarse por factores aparentemente menores, pero con implicaciones estratégicas de largo alcance.
¿Un mundo post-occidental?
El auge de los BRICS es una manifestación tangible de la transición hacia un orden multipolar, pero esto no implica el colapso de la hegemonía occidental. El G7 aún ostenta ventajas estructurales: economías más avanzadas, sistemas financieros robustos y un liderazgo en innovación tecnológica difícilmente replicable.
El desafío para Occidente no es tanto contener a los BRICS, sino adaptarse a un ecosistema internacional donde su primacía ya no es incontestable. Como señala Fareed Zakaria, “el declive relativo de Occidente no equivale a su desaparición, sino a la necesidad de compartir el escenario con nuevos actores.”
Conclusión: entre el potencial y la incertidumbre
Los BRICS han evolucionado de un acrónimo económico a una plataforma política con ambiciones globales. Su expansión refleja el fin de una era de dominio unilateral y la gestación de un sistema donde el poder se redistribuye de manera más equitativa.
No obstante, su consolidación como bloque transformador dependerá de su capacidad para convertir su peso económico en una fuerza geopolítica estructurada. Hasta ahora, han sido un eje de contestación. La incógnita es si podrán trascender ese rol y erigirse en los arquitectos de un nuevo orden global.