Desde los antiguos caminos de caravanas que unían Oriente y Occidente hasta las infraestructuras multimillonarias del siglo XXI, la ambición de China por tejer redes de influencia global nunca ha sido un secreto. Sin embargo, la conocida Belt and Road Initiative (BRI), lanzada en 2013, ha evolucionado más allá de los puertos, las carreteras y los ferrocarriles. Hoy, la verdadera arteria por la que circula el poder es invisible: cables de fibra óptica, satélites, redes 5G y sistemas de inteligencia artificial. Esta es la Ruta de la Seda Digital (DSR, por sus siglas en inglés), la apuesta de Pekín por liderar no solo la economía global, sino también el futuro del ciberespacio.
Un nuevo paradigma de poder: de las carreteras al ciberespacio
La Ruta de la Seda Digital nació oficialmente en 2015 como una extensión de la BRI. Su objetivo declarado es fomentar la cooperación en áreas tecnológicas como la infraestructura de Internet, la computación en la nube, la inteligencia artificial, el comercio electrónico y la tecnología de satélites. Sin embargo, reducirla a un simple proyecto de modernización tecnológica sería un error. Se trata de un vector estratégico que busca redefinir la arquitectura de la gobernanza global de la información.
Según el analista Bruno Maçães, exsecretario de Estado de Asuntos Europeos de Portugal, la DSR es “la expresión más sofisticada del poder blando chino”, una herramienta para moldear no solo las infraestructuras, sino también los flujos de datos, las normas digitales y, en última instancia, las narrativas que circulan por el mundo. La tecnología, en este contexto, no es neutral: cada cable submarino tendido, cada torre 5G erigida, representa una decisión geopolítica.
El modelo chino: eficiencia, control y dependencia
El éxito de la DSR se basa en una promesa seductora para muchos países en desarrollo: desarrollo rápido, financiación accesible y tecnología de vanguardia sin las exigencias normativas que suelen acompañar a la ayuda occidental. En África, el sudeste asiático y América Latina, empresas como Huawei y ZTE construyen infraestructuras críticas que conectan a millones de personas.
Pero, ¿a qué precio? La tecnología china viene acompañada de un modelo implícito de gobernanza digital: uno que prioriza la eficiencia y el control estatal sobre la apertura y la privacidad. En palabras de Nadège Rolland, experta del National Bureau of Asian Research, “la DSR no exporta solo hardware; exporta una visión del mundo donde la soberanía digital se convierte en un sinónimo de vigilancia estatal.”
Este fenómeno ha despertado alarmas en las capitales occidentales. La exclusión de Huawei de las redes 5G en Estados Unidos, Reino Unido y varios países europeos no es solo una cuestión de seguridad técnica, sino una declaración de principios: el control de las infraestructuras digitales es, en última instancia, una cuestión de soberanía nacional.
Europa ante el dilema digital
Para la Unión Europea, la Ruta de la Seda Digital representa tanto una amenaza como una oportunidad. Por un lado, la dependencia de tecnologías chinas plantea riesgos para la seguridad y la autonomía estratégica. Por otro, la capacidad de Pekín para desplegar infraestructuras rápidas y asequibles contrasta con la fragmentación y la lentitud de la respuesta europea.
El proyecto Global Gateway, lanzado por la Comisión Europea en 2021, busca ofrecer una alternativa a la BRI, promoviendo infraestructuras “sostenibles y de alta calidad” en todo el mundo. Sin embargo, su impacto aún está lejos de igualar la escala y la velocidad de la iniciativa china. La cuestión de fondo no es solo quién construye las redes, sino quién establece las reglas del juego digital.
En palabras del politólogo Joseph Nye, “la competencia por el poder en el siglo XXI se jugará menos en los campos de batalla tradicionales y más en el terreno de la interconexión global.” Y en ese tablero, China ha tomado la delantera.
¿Un nuevo orden digital global?
El alcance de la Ruta de la Seda Digital va más allá de la infraestructura física. Pekín impulsa activamente sus propios estándares tecnológicos en organismos internacionales, desde la Unión Internacional de Telecomunicaciones hasta foros sobre inteligencia artificial y ciberseguridad. Su objetivo es claro: establecer un “Internet soberano” donde cada Estado tenga control absoluto sobre el flujo de datos dentro de sus fronteras.
Este enfoque contrasta con la visión abierta y descentralizada de la red que ha prevalecido desde sus orígenes. La DSR plantea, en última instancia, un desafío ideológico: ¿debe el ciberespacio ser un bien global, gobernado por normas internacionales, o un mosaico de feudos digitales donde cada país impone su propio modelo de control?
Haití, el eslabón inesperado
Aunque a menudo se asocia la DSR con Asia, África o Europa del Este, su influencia alcanza rincones menos evidentes, como Haití. En 2022, China propuso financiar proyectos de telecomunicaciones en la isla caribeña, ofreciendo infraestructuras clave en un país marcado por la inestabilidad.
¿Por qué Haití? Más allá de lo económico, se trata de una jugada estratégica: cada nuevo socio en la Ruta de la Seda refuerza la red diplomática de Pekín, especialmente en regiones donde compite con la influencia de Estados Unidos. Para analistas como Robert Kaplan, “China no construye solo puertos y cables; construye lealtades.”
Conclusión: la geopolítica de lo invisible
La Ruta de la Seda Digital es el rostro más sofisticado de la ambición global de China. Su objetivo no es solo conectar el mundo, sino reescribir las reglas que rigen esas conexiones. En un siglo XXI donde los datos son el nuevo petróleo, controlar las infraestructuras digitales equivale a controlar el flujo de poder.
Occidente aún está a tiempo de responder, pero la batalla por el orden digital global ya está en marcha. Y, como en las antiguas rutas comerciales, no se trata solo de quién transporta las mercancías, sino de quién define el camino.