La normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes, oficializada a través de los Acuerdos de Abraham en 2020, marcó un antes y un después en la política de Oriente Medio. Este acercamiento, celebrado como un éxito diplomático en un contexto históricamente marcado por la desconfianza mutua, buscaba abrir nuevas vías de cooperación económica, política y de seguridad entre antiguos adversarios. Sin embargo, estos acuerdos no han sido una solución definitiva para las tensiones regionales. Más bien, han puesto de manifiesto las complejidades geopolíticas del área y han generado un impacto significativo tanto a nivel local como internacional.
Los Acuerdos de Abraham: Un cambio de paradigma
En septiembre de 2020, Israel firmó acuerdos de normalización con Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Baréin, un hecho que rompió décadas de políticas árabes basadas en el rechazo a cualquier reconocimiento formal de Israel hasta que se resolviera la cuestión palestina. Posteriormente, Sudán y Marruecos se unieron a este proceso. Estos pactos, conocidos como los Acuerdos de Abraham, fueron impulsados por la administración Trump en Estados Unidos, que vio en ellos una oportunidad para reforzar alianzas estratégicas contra enemigos comunes, principalmente Irán, y promover la estabilidad económica en la región.
Desde el punto de vista económico, los acuerdos han permitido importantes avances en términos de comercio, turismo y cooperación tecnológica. Por ejemplo, Emiratos Árabes Unidos e Israel han firmado múltiples acuerdos en áreas como tecnología, ciberseguridad y energías renovables. Según el Instituto de Paz de Israel, el comercio entre ambos países alcanzó casi 3.000 millones de dólares en 2023, un hecho que resalta las posibilidades económicas que esta normalización puede ofrecer.
Sin embargo, el contexto político de los Acuerdos de Abraham no es menos relevante. En un escenario internacional cada vez más multipolar, estos acuerdos reflejan un intento por parte de los países del Golfo de diversificar sus alianzas, especialmente en un momento en el que perciben que Estados Unidos está reduciendo su compromiso militar en la región. Este cambio de estrategia, no obstante, no ha sido homogéneo y ha provocado reacciones diversas entre otros actores regionales.
Reacciones y tensiones emergentes
A pesar del optimismo inicial que generaron los Acuerdos de Abraham, no todos los actores de la región han respaldado esta aproximación. Uno de los principales puntos de fricción sigue siendo el conflicto palestino-israelí, una cuestión que muchos consideran el núcleo de la inestabilidad en Oriente Medio. Grupos como Hamás y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) han calificado los acuerdos como una “traición” a la causa palestina, argumentando que los países árabes han priorizado sus propios intereses económicos y de seguridad en detrimento de los derechos del pueblo palestino.
Estas tensiones escalaron dramáticamente en octubre de 2024, cuando comandos de Hamás llevaron a cabo un ataque masivo en Israel, causando más de 1.200 muertes y el secuestro de más de 200 personas. El ataque fue visto por muchos como una respuesta directa al debilitamiento del apoyo árabe a los palestinos y un intento por reavivar la atención internacional sobre la situación en Gaza. En palabras del analista Shlomo Ben-Ami, “la violencia no ocurre en el vacío; es un reflejo de las profundas frustraciones acumuladas tras años de estancamiento diplomático y falta de soluciones reales”.
Este nuevo estallido de violencia no se ha limitado a los territorios palestinos e israelíes. El conflicto se ha regionalizado, afectando a países como Líbano, Siria, Irak, Yemen e incluso Irán. Según un informe reciente de la organización Crisis Group, los enfrentamientos han reconfigurado las dinámicas de seguridad regional, con consecuencias que van desde el aumento de los precios del petróleo hasta el fortalecimiento de alianzas militares informales en el Golfo.
El papel de Irán y la geopolítica regional
Irán, considerado el mayor opositor a los Acuerdos de Abraham, ha intensificado su retórica y su apoyo a grupos armados en la región, como Hamás y Hezbolá. Para Teherán, estos acuerdos no solo representan una amenaza estratégica, sino también un intento de sus enemigos, especialmente Israel y Arabia Saudita, de marginar su influencia en la región.
En este contexto, la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes del Golfo ha reforzado la percepción de una “nueva guerra fría” en Oriente Medio. Por un lado, Irán y sus aliados buscan mantener su influencia a través de su red de milicias en países como Irak, Siria y Yemen. Por otro lado, Israel y los Estados del Golfo han intensificado su cooperación en defensa y ciberseguridad, en un esfuerzo por contrarrestar las ambiciones iraníes.
Además, las recientes negociaciones entre Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita para establecer un posible acuerdo de normalización también han puesto a prueba los límites de la influencia de Irán. Este eventual acuerdo podría consolidar un frente regional contra Teherán, pero también podría provocar una escalada de tensiones si Irán percibe que su aislamiento se profundiza.
Implicaciones para la cuestión palestina
Uno de los mayores desafíos de los Acuerdos de Abraham es su impacto en la cuestión palestina. Aunque los países firmantes han argumentado que la normalización con Israel podría crear un clima más favorable para la resolución del conflicto, la realidad ha sido muy distinta. Los palestinos sienten que han sido excluidos de la ecuación y que sus demandas, como el fin de la ocupación y el establecimiento de un Estado propio, han quedado relegadas.
Este sentimiento de abandono no solo ha radicalizado a grupos como Hamás, sino que también ha debilitado a la Autoridad Nacional Palestina, que se enfrenta a una pérdida de legitimidad entre su propia población. Según un informe del Centro Palestino de Investigación Política, más del 60% de los palestinos considera que los Acuerdos de Abraham han empeorado su situación.
Además, la falta de avances en el proceso de paz ha reforzado la narrativa de que la solución de dos Estados, una vez considerada el pilar de cualquier acuerdo duradero, es cada vez menos viable. En palabras del analista Nathan Thrall, “la comunidad internacional ha optado por gestionar el conflicto en lugar de resolverlo, lo que ha perpetuado un ciclo de violencia e inestabilidad”.
Conclusión: Entre oportunidades y desafíos
Los Acuerdos de Abraham han transformado las dinámicas de Oriente Medio, ofreciendo oportunidades para la cooperación económica y política entre Israel y algunos países árabes. Sin embargo, estos acuerdos también han evidenciado las profundas divisiones y tensiones que persisten en la región, especialmente en torno al conflicto palestino-israelí y la rivalidad con Irán.
En este contexto, el desafío para los líderes regionales e internacionales será encontrar un equilibrio entre los intereses nacionales y la necesidad de abordar los problemas estructurales que subyacen a la inestabilidad de Oriente Medio. Sin una solución justa y duradera para la cuestión palestina, cualquier intento de normalización seguirá siendo incompleto y frágil.
La región, como señala el historiador Rashid Khalidi, “no necesita más acuerdos de fachada; necesita una paz auténtica basada en la justicia y el respeto mutuo”. Solo entonces se podrá aspirar a un Oriente Medio verdaderamente estable y próspero en el siglo XXI.