Javier Saldaña Sagredo
Coronel del Ejército de Tierra (R)
En 2025, el mundo probablemente se debatirá entre aquellos Estados que consideran al modelo normativo del Estado de derecho, democrático y liberal surgido tras la Revolución francesa como paradigma de las relaciones inter-Estados y aquellos otros que consideran que las políticas de corte nacionalista, que aseguran la pervivencia del propio Estado y en las que el culto al líder está por encima de los intereses de la propia colectividad, son el contrapunto preciso al capitalismo dominante impuesto por los primeros hasta ahora.
Esta nueva narrativa sobre el orden mundial, que modifica sin duda la del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, será la que probablemente siente las bases de las relaciones internacionales en los albores del segundo cuarto del siglo XXI. Sin embargo, a diferencia de la teoría del politólogo norteamericano, que analizó el conflicto a partir del elemento objetivo que mejor definen las civilizaciones, la religión, la nueva narrativa se basa, como se ha adivinado, en el poder infinito que la economía otorga a los propios Estados; una economía que la mayoría de ellos utilizarán como el eje central sobre el que pivotarán sus relaciones internaciones.
Uno de los principales protagonistas de esa nueva narrativa es sin duda el próximo presidente norteamericano. El mundo está expectante por la vuelta de Donald Trump a la presidencia de los EEUU, todavía la nación más poderosa del mundo en términos de capacidades militares.
La estrategia global de Trump es incierta por lo imprevisible de sus actuaciones, tal y como demostró en su anterior mandato. Por ello, todo el planeta tiene los ojos puestos en él. Unos (los más ilusos) a la espera de que su política exterior coadyuve a la consecución de un mundo más seguro, otros (los más avispados) a la espera de sacar nuevos réditos a sus políticas en las que la economía es el motor de su desarrollo. Enfrente, los EE. UU. volverán a tener a China y quizás a Rusia, en uno de los grandes interrogantes que nos desasosiega: cómo funcionará la “asociación estratégica” chino-rusa frente a Trump. Durante su mandato anterior, Donald Trump logró sembrar un cierto caos coyuntural entre Putin y Xi con respecto a emprender políticas comunes frente al expansionismo comercial “trumpista”, pero ahora ya se conocen.
Por ello, y aunque Putin siempre ha ayudado a Trump (eso piensan muchos), Rusia depende bastante más de China de lo que el mundo cree, sobre todo en materia de apoyo militar tras la guerra de Ucrania. También los EEUU tienen cierta dependencia del gigante asiático. No olvidemos que China lleva años especulando con el todopoderoso dólar vendiendo sus bonos del Tesoro estadounidenses e invirtiendo su superávit por cuenta corriente en otros activos diferentes. Por eso, entre otras razones, China y su extraordinariamente eficaz política expansionista de carácter comercial está preparada sin duda mejor que hace cuatro años para enfrentarse a las políticas arancelarias de los EE.UU., las favoritas de Trump. Una guerra en la que, como lo hizo en el pasado, el mandatario estadounidense parece también dispuesto jugar, porque la economía es su “debilidad”. Lo que no se conoce es si esa guerra se quedará en el puro ámbito comercial o estará abogada al empleo de medios militares en el Mar del Sur de la China o incluso a todo el espacio del Indo pacífico, conceptualmente ideado por Obama, que tanto impulsó Trump en su anterior mandato.
Con estos parámetros, los tres competidores estratégicos se enfrentarán también en el escenario emergente del Sur Global. Un conjunto de Estados diseminados por todo el mundo, poseedores de la mayor parte de las materias primas y tierras raras que dispone el planeta, fundamentales para el progreso de las grandes tecnológicas globales, y que están dispuestos a venderse al mejor postor. Quien gane la guerra comercial en el Sur Global tendrá asegurado una gran parte del éxito para coronarse como líder geopolítico indiscutible a mediados de la presente centuria. Hasta ahora parece que China estaba ganando la batalla, pero la entrada en escena de nuevo de Donald Trump podría hacer cambiar las cosas si es capaz de aliarse con el oportunista Putin (o viceversa); un líder con el que parece que el mandatario norteamericano tiene una cierta debilidad, cuestión que muchos analistas ven como una luz al final del túnel para la resolución de la guerra de Ucrania.
¿Y qué será de Europa en esta segunda mitad del siglo XXI?
Mención aparte merece Europa. Entidad supranacional que no ha podido o no ha sabido adaptarse al momentum geopolítico que vive el mundo al acabar el primer cuarto del siglo XXI.
Europa, origen de la civilización cristiana y cuna de los valores que inspiraron la carta de los derechos humanos, se encuentra en una encrucijada con un futuro incierto donde las influencias entre sus miembros de otros grandes actores geopolíticos se hacen cada vez más evidente. La guerra de Ucrania, la agresiva política comercial de China y la indefinición de la política exterior norteamericana ha desestabilizado claramente los objetivos de la Unión materializados en el Tratado de Lisboa. Se ha demostrado que sus estrategias de seguridad y defensa no han funcionado. Entre sus miembros ya no existe una percepción mayoritaria de que en 2025 Europa sea un lugar más seguro y mejor defendido que en décadas pasadas. A pesar del esfuerzo hecho en la guerra de Ucrania, la Brújula Estratégica debe ser revisada y sobre todo impulsada al máximo nivel en el menor tiempo posible.
Fruto de todo lo anterior, el planeta seguirá envuelto en un alto nivel de conflictividad que abarcará un amplio abanico de actuaciones de carácter multiespectral, simultaneas o sucesivas, dentro de lo que los analistas denominan “zona gris” entendida como el espacio de conflicto entre Estados donde la hostilidad es permanente. En esta nueva esfera de disputa la guerra será sólo una parte del espectro. Si bien continuarán existiendo guerras cruentas de carácter simétrico y medios convencionales, su disminución será evidente y el empleo de terceros actores o “proxies” aumentará sin embargo de forma significativa. Con ello, la asimetría de los conflictos seguirá siendo una constante de manera que el más débil siempre buscará acciones imprevisibles apoyándose en el imparable y descontrolado avance de la tecnología para nuevas armas que puedan operar a grandes distancias con el máximo efector destructor posible.
El papel de las nuevas tecnologías en el campo de batalla
Las nuevas tecnologías serán también el adecuado caldo de cultivo donde los ámbitos cognitivo y cibernético pasarán a tener un rol protagonista en el nuevo espacio de batalla y competencia de la “zona gris”. En el primer caso las estrategias de comunicación estarán basadas en los mecanismos “fake” que provocarán una nueva posverdad donde la separación entre lo verdadero y falso se tornará muchas veces imperceptible. En el espacio cibernético, la intangibilidad de las acciones que el ciberespacio proporciona difuminará la percepción entre amigos y enemigos y su utilización será permanente dentro del espacio virtual que proporciona la web. En ambos casos, las nuevas herramientas basadas en la inteligencia artificial ya reclaman su espacio a pasos agigantados.
Sin embargo, serán en ese contexto donde las luchas de carácter comercial adquirirán el papel más preponderante. Las políticas arancelarias de los Estados serán una autentica herramienta de batalla en la “zona gris”. Por otra parte, el control de los recursos energéticos será primordial y las estrategias para amoldarse al “cambio climático” competirán en un escenario de conflicto emergente. Esto provocará luchas comerciales desiguales entre aquellos que propugnan el respeto a las políticas verdes y aquellos que priorizan la generación energética con independencia de su origen para posicionarse con ventaja en el comercio global.
Otro recurso vital para la humanidad, el agua, ahondará aún más el conflicto Norte-Sur que alcanzará cotas insospechadas hasta ahora aumentando la pobreza y el hambre en el mundo. Los flujos migratorios descontrolados serán una consecuencia de ello y un factor multiplicador decisivo de la inestabilidad global. De esa forma el mundo se dividirá entre países receptores y países exportadores de seres humanos, lo que todavía ahondará más en la brecha de los derechos humanos.
Consecuencia de todo ello será la violación sistemática del espíritu de la Carta de las Naciones Unidas y de los postulados, hasta ahora por todos admitidos, del Derecho Internacional Humanitario. El orden mundial estará aún más en peligro y la humanidad asistirá impotente a ello ante la incapacidad de sus gobernantes.