La reciente dinámica geopolítica en Oriente Medio ha entrado en una fase decisiva, donde el proceso de reconfiguración de poder está tomando un rumbo inesperado. La fulgurante caída del régimen de Bashar al-Asad, sumada a una serie de eventos claves que van desde el devastador ataque de Hamas contra Israel el 7 de octubre de 2023 hasta las complejas interacciones entre las grandes potencias, marca un giro que podría redefinir el mapa geoestratégico de la región para las próximas décadas.
Un nuevo capítulo en el rediseño regional
El colapso de Asad y su régimen no es un fenómeno aislado, sino que forma parte de un proceso mucho más amplio que comenzó con la brutal reacción israelí a los ataques de Hamas. Este episodio ha provocado una reconfiguración del poder en la región, poniendo en evidencia las contradicciones dentro del denominado «eje de resistencia» chiita, que ha sido una pieza clave en las últimas décadas de la política regional.
En ese sentido, el ataque de Hamas contra Israel, además de ser un episodio brutal en sí mismo, desató una serie de reacciones en cadena que modificaron de manera irreversible el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. La fortaleza de Israel, combinada con la respuesta de la comunidad internacional, llevó a un fortalecimiento de los actores que históricamente se han opuesto a las ambiciones de Irán, Siria y Hezbollah. Pero mientras algunos actores de la región parecen ganar terreno, el régimen de Bashar al-Asad se encuentra atrapado entre sus propios límites y las presiones externas.
El eje de la resistencia pierde una pieza clave
Una de las principales repercusiones de este proceso es la pérdida de otra pieza clave dentro del llamado «eje de resistencia» chiita, cuya defensa de un bloque anti-israelí había sido una de las características definitorias de la política de Asad, Irán y Hezbollah. La guerra en Gaza y las represalias israelíes han dejado claro que, con la caída de Asad, los actores del eje chiita no tienen una figura central alrededor de la cual reagruparse.
Con Hamas barrido, Hezbollah debilitado y el régimen de Asad tambaleando, la capacidad de Irán para ejercer influencia en la región se ha visto reducida considerablemente. La guerra en Gaza y los ataques israelíes sobre suelo sirio han minado la presencia de Hezbollah en el terreno, y la creciente tensión interna en Irán no augura un resurgimiento inmediato de sus fuerzas. En ese contexto, se puede ver cómo la figura de Asad, que alguna vez fue un aliado esencial de Teherán, ahora parece una ficha perdida en un tablero donde los actores ya no siguen las reglas de antaño.
A esto se suma la incapacidad de Rusia, que aún se enfrenta a las consecuencias de su conflicto con Ucrania, para intervenir de manera efectiva en Siria. Moscú había sido durante años el principal sostén del régimen de Asad, pero su actual enfoque en Ucrania ha limitado su capacidad de proyectar poder en Oriente Medio. Rusia, que había mostrado una habilidad estratégica admirable en sus intervenciones en el pasado, ahora se encuentra limitada por su propio agotamiento geopolítico, sin poder brindar el tipo de apoyo directo que Asad necesita para mantenerse en el poder.
La pérdida de la conexión geoestratégica: ganadores y perdedores
Con la caída de Asad, se rompe una de las conexiones terrestres clave que unían a Irán, Irak, Siria y Líbano, una línea estratégica que había sido una pieza fundamental para el «eje de resistencia». En este contexto, los grandes ganadores de este reordenamiento geopolítico parecen ser actores como Turquía, Israel y Estados Unidos.
Israel, en particular, se encuentra en una posición más sólida, habiendo consolidado su supremacía regional al neutralizar las amenazas más cercanas. Mientras tanto, Estados Unidos, a través de su apoyo a aliados estratégicos en la región, se ha asegurado un papel dominante en la reconstrucción del orden regional, especialmente en la cuestión nuclear iraní y en la contención de la influencia de Rusia y China.
Por otro lado, los grandes perdedores parecen ser Irán, Hezbollah y Rusia. La pérdida de Siria como aliado directo limita la capacidad de Irán para proyectar su influencia en el Levante, mientras que Hezbollah, una pieza fundamental de la infraestructura de defensa iraní, se ve debilitado ante la falta de apoyo en el terreno sirio. Además, la Rusia de Putin, que había jugado un papel crucial en la defensa del régimen de Asad, ahora exhibe de manera palpable sus limitaciones estratégicas, incapaz de intervenir con la misma fuerza que en el pasado.
Rusia, China y la posible respuesta de Pekín
En cuanto a Rusia, la situación siria ha demostrado una vez más sus límites, a pesar de la eficacia de su maquinaria de desinformación y de sus esfuerzos por mantener una imagen de poder en la región. La retirada parcial de Rusia del escenario sirio y su aparente incapacidad para sostener a Asad no solo debilitan su influencia en Oriente Medio, sino que también ponen en evidencia las tensiones internas del Kremlin, atrapado en la guerra de Ucrania y las sanciones internacionales.
Este debilitamiento de Rusia podría abrir una ventana de oportunidad para China, cuyo creciente interés en Oriente Medio no es secreto. Pekín, tradicionalmente aliado de Moscú, podría verse tentado a intervenir en el escenario sirio de manera diferente, ofreciendo a Asad un nuevo tipo de apoyo, si ello favoreciera sus intereses geopolíticos. Sin embargo, el balance de poder en la región, marcado por la creciente presencia de Estados Unidos y sus aliados, podría hacer que la reacción de Pekín ante el deterioro de la posición rusa sea más cautelosa de lo que algunos podrían esperar.
Alianzas emergentes: ¿Un nuevo acuerdo de paz?
En medio de este reordenamiento, la figura de Donald Trump resurge como una posible pieza clave en el futuro de Oriente Medio. La victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2024 podría marcar un punto de inflexión en las relaciones entre Estados Unidos y la región. Bajo su liderazgo, podrían surgir nuevas oportunidades para un «game changer» que replanteara la política regional, similar a los Acuerdos de Abraham que, en su momento, rompieron con décadas de inercia en las relaciones árabe-israelíes.
Uno de los puntos más delicados en la situación actual es la posición de Irán. A medida que la República Islámica enfrenta una profunda crisis interna, con una economía al borde del colapso y una población cada vez más descontenta, Khamenei se encuentra en una encrucijada existencial. El régimen de los ayatolas se enfrenta a una creciente presión internacional y a un contexto interno que lo pone en riesgo de perder su control. La presión de Washington podría ser suficiente para llevar a Teherán a reconsiderar su alianza con Rusia, China y Corea del Norte.
En este sentido, un acuerdo transaccional entre Irán y Estados Unidos podría ser la solución que permita a Trump reconfigurar las alianzas en la región. La oferta de Washington podría incluir un «desglose» de la relación entre Irán y sus aliados, a cambio de un acuerdo nuclear y una apertura diplomática que garantizara una estabilidad en la región sin la influencia destructiva de actores como Rusia o Hezbollah.
Conclusiones
La caída del régimen de Bashar al-Asad es más que un simple cambio de poder en Siria; es un reflejo de una transformación profunda y vertiginosa en el mapa geopolítico de Oriente Medio. A medida que se reconfiguran las alianzas y se redefinen los intereses estratégicos, la región se enfrenta a un futuro incierto, pero lleno de oportunidades para aquellos actores dispuestos a adaptarse rápidamente a la nueva realidad que está emergiendo.