Roberto Veiga González
Abogado y politólogo / Colaborador de la Fundación Alternativas
El desarrollo de Cuba dependerá en gran medida de su inserción en el mundo, lo cual exigiría una estrategia de relaciones internacionales que defienda los intereses del país y no exclusivamente los del Partido Comunista.
Existen condiciones que podrían ayudarle. Cuba es un archipiélago en el Caribe, de herencia hispana, americana y africana, con una sociedad transnacional, capaz de generar vínculos políticos, económicos, culturales y familiares significativos con Estados Unidos, Europa, América Latina y África. Ello pudiera constituir un capital a favor de las más amplias e intensas relaciones internacionales posibles —sobre todo económicas—, por ejemplo, con las instituciones financieras internacionales, Estados Unidos, Canadá, China, Rusia, India, la Unión Europea, Reino Unido, Japón y, al menos, los cinco países más importantes de América Latina: Brasil, Argentina, Colombia, Chile y México.
A la vez resulta necesario considerar que el desarrollo de tales relaciones internacionales exige un vínculo pragmático entre Cuba y Estados Unidos, con todos los riesgos que implica, dada la enorme asimetría entre ambos países. Si bien esto demandaría suma madurez política y hacerlo formando parte de América Latina y el Caribe.
Sin embargo, Cuba posee condiciones internas muy desfavorables, que demandan este desarrollo de las relaciones internacionales, pero a la vez las dificulta. Sería necesaria una política sólida en la isla, capaz de asumir los retos de una pobreza general en crecimiento. En Cuba, un porcentaje amplísimo de la población de la tercera edad se encuentra en penuria; aumentan la corrupción, la violencia y la criminalidad; no existe un modelo económico, ni finanzas, ni infraestructura, ni tecnología, ni un sistema energético adecuado, ni alimentos básicos, ni otras necesidades primarias; tampoco cuenta con mano de obra calificada, pues la población con capacidad laboral emigra masivamente, quedando sólo ancianos pobres y solos, y sectores pocos capacitados para crear riquezas. También existe un contexto político nacional polarizado y trivializado.
A su vez, el poder en la isla malgastó todas las oportunidades, mientras poseyó mejores condiciones, para transformar el modelo sociopolítico transfiriendo autoridad y legitimidad a las instituciones, a los cargos responsables de estas y a una dinámica social democrática. Como consecuencia, actualmente carece de condiciones que le ofrezcan certidumbres, posee un sistema ineficaz y no tiene claridad sobre una posible agenda estratégica que saque al país de la crisis, sin poner en riesgo la seguridad de la élite política y sus intereses económicos, de control, etcétera.
Al unísono, si bien el conflicto político entre los poderes de Estados Unidos y Cuba no es la «causa eficiente» de la crisis, sería errado desconocer cuánto afecta ese conflicto a la sociedad y, en especial, a los más necesitados, y que es sostenido por un «enroque» que hace pasar la solución de la crisis cubana también a través de la normalización de los vínculos bilaterales. Pero, lamentablemente, existe escaso interés para ello en el establishment estadounidense, lo que es riesgoso porque resulta equívoco imaginar que Estados Unidos no deba iniciar una apertura hacia Cuba hasta que la Isla ocupe un sitio significativo en los estándares democráticos del mundo, pues cualquier solución sería difícil sin los beneficios de una relación bilateral positiva.
Actualmente, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, pudiera ser más difícil avanzar en ello, aunque quizá no imposible. Tal vez el Presidente electo de Estados Unidos mantenga hacia Cuba una praxis de confrontación y, a la vez, esté dispuesto a negociar.
En 2017, luego de anunciar la confrontación con el Gobierno cubano, envió a La Habana el mensaje de que podía variar esa posición si éste permitía plenamente la empresa privada, extendía el servicio de internet a la sociedad e incorporaba la elección real de los diputados a partir de algún modo de nominación que el poder cubano pudiera aceptar. Pero La Habana no atendió esta solicitud.
Ahora, según declaraciones públicas de su equipo, Trump volvería a ofrecer algo similar, si bien en esta ocasión con los reclamos siguientes: liberación sin condiciones de los presos políticos, realización de elecciones democráticas y abandono de la pretensión de influir en la política de los países latinoamericanos. Por lo tanto, acaso esté en manos del Gobierno cubano favorecer que la Casa Blanca decida entre confrontación y negociación.
Luego la política exterior tendría que estar al servicio de los desafíos nacionales, pero ello se dificultaría si La Habana posterga la negociación de las confiscaciones a estadounidenses y a cubanos -en muchos casos ya emigrados-, así como las deudas financieras con el Club de París, el Club de Londres, Rusia y otras bilaterales públicas y privadas.
Asimismo, Cuba tendría que participar en la estabilidad y desarrollo del hemisferio, sin lo cual carecería de importancia para otros países del entorno. Podría iniciarlo, por ejemplo, a través de los puertos cubanos, del níquel, el cobalto, el turismo, y una agricultura que habrá de recuperarse, de su experiencia en la respuesta ante catástrofes naturales, sanitarias, humanas u otras, así como contribuyendo a los mecanismos para la lucha contra el crimen organizado en el orbe y el hemisferio, y con el desarrollo de relaciones con el espacio inmediato, el Caribe, en el que prevalezca la cooperación.
A la vez, las sinergias derivadas de esto deberían contribuir a restablecer la infraestructura cubana: el sistema vial, la industria energética, el ferrocarril de pasajeros y comercial, la aeronáutica de pasajeros y comercial, el internet y la comunicación telefónica y el transporte, etcétera.
Cuba no podrá asegurar la solución de la actual crisis sin la participación del orbe y el hemisferio, siendo parte de Latinoamérica. Pero estos no se dispondrán si deja de ofrecer al menos un clima político sólido de normalización y una estrategia madura de desarrollo, y la capacidad de gestionarla.
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