Jesús González Mateos
Director de The Diplomat in Spain y Aquí Europa
Debemos a León Tolstói, una de las obras literarias más universales, su novela “Guerra y paz”. El gran escritor ruso nos enseña que pese a todo lo malo que hay en la vida, la humanidad va dejando atrás, poco a poco, lo peor que ella arrastra. Habrá que aferrarse a ese mensaje de esperanza cuando el mundo parece precipitarse hacia el abismo de una nueva gran guerra.
El salto cualitativo que ha supuesto el ataque con misiles británicos por parte de Ucrania en territorio ruso, amenaza con una respuesta del Kremlin, cuyas dimensiones desconocemos, pero no así las intenciones de demostración de fuerza que tiene Putin y ello podría incluir el arma nuclear. Todo ello está ocurriendo a escasos dos meses de la toma de posesión del reelegido presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que se ha mostrado firme partidario de acabar con esta guerra en una negociación de paz express. En este escenario macabro, las hipótesis de lo que puede suceder son múltiples y conviene tenerlas adecuadamente analizadas.
ATACAR PARA NEGOCIAR. Es evidente que el presidente Zelenski interpreta las palabras de Trump como una invitación a la rendición. Si EE.UU. corta la vía de aprovisionamiento de armas, apoyo militar y de inteligencia, Ucrania difícilmente podrá seguir soportando la fuerza del martillo pilón de los continuos ataques rusos. De ahí, que esta última ofensiva de la mano de la ya saliente Administración Biden se interpreta más como una forma de resistencia y de demostración de fuerza para cuando llegue la hora de negociar, que una posibilidad real de recuperar los territorios ocupados y ganar así la guerra. A fecha de hoy, Ucrania ha perdido tres territorios de gran importancia que han pasado a manos rusas: la península de Crimea, y las regiones de Donestk Y Donbás. Si extrapoláramos su extensión proporcional a la península ibérica estaríamos hablando de gran parte Andalucía, la región de Murcia y parte de Levante. Este es el precio que tendría que pagar Ucrania si en la mesa de negociación por la paz se viera obligado a entregar esas regiones a Rusia.
EL RIESGO NUCLEAR. Pero lo primero que debemos tener en cuenta en esta situación es que en una guerra cualquier planteamiento en papel o en los mapas, salta por los aires cuando alguien sale de control. Atacar con misiles territorios rusos tiene un riesgo mayúsculo: la respuesta rusa con armas nucleares. Si eso sucediera, además de las trágicas consecuencias, es difícil realizar hipótesis sobre la reacción del mundo occidental. La disuasión nuclear se ha demostrado como el principal elemento de paz en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. El horror de las imágenes de Hiroshima y Nagasaki ha perdurado en la memoria colectiva de la Humanidad como un elemento de inacción fruto de terror que provocan. La escalada del uso de armas nucleares es inimaginable porque puede llegar a suponer la desaparición de nuestro género. Pero siempre puede ocurrir que alguien, que se queda fuera de ese subconsciente colectivo active el botón nuclear y con ello el desastre global. Que no haya ocurrido hasta ahora no es garantía para que la locura no se desate.
EL ESCENARIO DE PAZ. Si nos situamos en la hipótesis más optimista del escenario bélico actual, estaríamos a pocos meses de una negociación para un acuerdo de paz en Ucrania, fundamentalmente impulsado desde la Casa Blanca de Trump. Rusia ganaría los territorios ocupados y podría venderlo como una victoria momentánea, a expensas de completar su ofensiva más adelante y recuperar el conjunto del país que considera “la madre Rus”. Ucrania salvaría los muebles manteniendo su identidad nacional y un territorio de soberanía. Trump se convertiría paradójicamente en el pacificador ante el mundo y la Unión Europea cumpliría con su papel habitual de pagar los platos rotos y llevar a cabo la reconstrucción con fondos europeos de Ucrania. Pero que no se engañe nadie, seguramente todos respiraremos más tranquilos si todo esto sucede. Sin embargo, la realidad es que, en primer lugar, podríamos volver a traer la literatura al caso y parafraseando los versos de José Hierro, “tanto para nada”. Y, sobre todo, en segundo lugar, ceder al agresor significa lanzar un mensaje de peligrosa claudicación que envalentona al autócrata y debilita la razón de libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos.
© Este artículo ha sido publicado originalmente en Aquí Europa