Carmelo Marcén Albero
Investigador eco-social y colaborador de Fundación Alternativas
Cuesta, a quienes lo intentamos, ponerle imagen cotidiana a la diplomacia. Parece una de esas grandes ideas/palabras que enriquecen el todo colectivo. Es una idea siempre en construcción, multiforme, variable, ejecutable a escalas distintas y en escenarios muy diversos. Juega una focalización implícita –a veces inconsciente- entre la ciudadanía y en las relaciones políticas, entre la administración y los administrados. Tal es así, que su no consideración explícita nos hace sospechar que algo no funciona como debiera.
¿Pero qué es la diplomacia? Hemos buscado frases célebres que la pudieran resumir y se cuentan por centenares. ¿Con cuál quedarse? Muchas aluden al significado de la RAE: «Conjunto de procedimientos políticos que enmarcan las relaciones internacionales». También recogen que se emplea en el lenguaje coloquial para designar una cortesía aparente e interesada; o una habilidad, sagacidad o disimulo. Hemos encontrado una digna de ser expuesta y considerada para su debate: «La diplomacia es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que se desea que hagan». Si utilizamos esta como base de discusión, y la matizamos, podríamos decir que la diplomacia sería el complejo deseo de que mucha gente se ponga de acuerdo para alcanzar entre todos un objetivo común. Cada vez que pienso en esto me acuerdo de aquella frase del expresidente uruguayo José Mújica: «La diplomacia es apenas una gestualidad formal». Detrás de ella, la política ha dejado de cumplir su función. Pero puede ser cambiada a mejor.
Por eso deberíamos reflexionar sobre los rasgos que caracterizarían a la diplomacia ambiental, verde y comprometida, creativa y participada. Aquí vamos a centrarnos en la diplomacia creativa en lo ecosocial, no solamente verde. Huiremos entonces de lo que algunos colectivos ecologistas calificaron como diplomacia camaleónica de la UE. Para ello, iremos desgranando rasgos que la caracterizarían. La primera condición será desterrar las mentiras de la diplomacia ambiental. Pensemos en hacer lo contrario de lo que mantienen negacionistas, retardistas o pasotistas ambientales. No podemos consentir la diplomacia que niega el fin último de su esencia primera: la búsqueda de caminos a compartir para el bien de todos. Ese debería ser el lema de las escuelas de diplomacia, de la acción política consensuada, antes que ese otro objetivo de vencer sin convencer, que tanto se practica hoy. La lectura del informe ODS 2024 elaborado por SDSN (REDS en España) sirve para comprobarlo. Atruena el silencio clamoroso de la política española y europea ante ciertos déficits ecosociales.
Recordando a Jacques Delors, unos de los diplomáticos europeos más admirados, apuntamos la necesidad de hacer Europa y fortalecer sus valores –esta civilización, esta forma de vivir juntos– para sobrevivir en una época extremadamente compleja, acosada ahora por guerras inútiles. De lo contrario, la Historia nos condenará. Aquello, que valdría para las clases dirigentes, sirve también para las diplomacias a menor escala (país, región y comunidad). Sería algo así como la geopolítica ecoeuropea. Además, Delors se percató ya en Río92 de que la diplomacia debería empeñarse en convencer de la necesidad de construir un futuro sostenible. Y aquí señalamos uno de los ejes fundamentales de esa diplomacia climática y verde: la geopolítica debe ser creativa, regeneradora, justificada en acuerdos, modulada según escenarios de partida pero con un fin común, atrevida en las diferentes fases, y no tan supeditada a la economía.
Por eso vimos acertado lo expresado por la UE: la necesidad de incluir medidas para proteger el medio ambiente, el clima y la biodiversidad; junto a las destinadas a proteger la cohesión social y territorial. Nos repetimos una y otra vez: ¡Cuánto habrá que desplegar, incluida la presión social comprometida, para que la Ley de Restauración de la Naturaleza, aprobada in extremis, sea a una grata realidad! No queremos una democracia camaleónica. Esperamos convicción y perseverancia de la UE, de sus países miembros y de otras administraciones más cercanas. Se nos ocurre, con respeto, ponerle tareas a la “ecodemocracia”.
Habrá que desplegar mucha diplomacia de alto nivel, pues da la impresión de que una parte de las futuras perspectivas de la UE no entienden que la naturaleza somos todos, máxime quienes más la agobiamos. Sin embargo llegan sospechas de que la diplomacia europea retrasa un año la aplicación de sus normas contra la deforestación y se dice que ha firmado la desprotección de especies protegidas, como el lobo, que también es biodiversidad. Tamaña diplomacia descuidada necesita la ayuda de la Agencia Europea de Medio Ambiente, que emite informes técnicos periódicos sobre los avances en la consecución de los objetivos colectivos.
Desde las plataformas y colectivos ecosociales sostenemos que la “ecodiplomacia” va indisolublemente unida a democracia, justicia climática y sostenibilidad para el futuro común. Afortunadamente, la justicia empieza a enterarse de que su misión también incluye la diplomacia ambiental asentada en las protecciones legisladas para la naturaleza, que, insistimos, somos todos. Nature Restoration law es mucho más que una declaración de principios. La Ley de Restauración de la Naturaleza es clave en una “ecodiplomacia” dentro de la Estrategia de Biodiversidad de la UE. Podría ser el cuaderno de bitácora para los acuerdos entre países y de sus administraciones respectivas. Esta ley establece objetivos vinculantes para la política socionatural. Obliga a restaurar los ecosistemas degradados, en particular aquellos con mayor potencial para capturar y almacenar carbono y prevenir y reducir el impacto de los desastres naturales. Insistimos en la necesidad de un conocimiento amplio de lo que promovió el Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre «Diplomacia climática de la UE».
No queremos finalizar sin hacer alusión al Índice de Democracia Ambiental (IDA) del World Ressources Institute. Más o menos viene a decir que “una participación pública significativa es fundamental para garantizar que las decisiones sobre tierras y recursos naturales aborden de manera adecuada y equitativa los intereses de los ciudadanos. En esencia, la democracia ambiental, a la cual se debería ajustar la diplomacia de los países de la UE”. Se apoya en tres derechos fundamentales que se refuerzan mutuamente: el acceso libre a la información sobre la calidad y los problemas ambientales, la participación significativa en la toma de decisiones y la exigencia del cumplimiento de las leyes ambientales o una rápida compensación por los daños.
Visto lo cual, me atrevo a sostener que si una democracia no pone su empeño en desplegar una diplomacia, local y global, pierde parte de su esencia. La diplomacia y la democracia climática deben caminar juntas y fortalecerse mutuamente; así amplían la consciencia y generan conciencia. Para coordinarse en hechos concretos deben mirar su pasado, su presente y su futuro. No podemos tenerlas mucho tiempo en la sala de espera de la vida real.