Miguel Ángel Moratinos
Subsecretario General de Naciones Unidas y Alto Representante de la Alianza de Civilizaciones
El filósofo francés Jean-Paul Sartre decía que cada palabra tiene consecuencias, pero que cada silencio también. El final de 2023 y lo que llevamos de 2024 han sido muy complicados, marcados por la guerra, la destrucción y la muerte sistemática de civiles inocentes. En estos últimos meses, ha habido palabras de condena, pero también silencios vergonzantes. El resultado es un escenario geopolítico desalentador. Vivimos en el “desorden” mundial.
El mundo ha alcanzado un nivel de polarización peligroso e inasumible. La islamofobia, el antisemitismo, el discurso del odio, el racismo y la intolerancia crecen sin parangón, alimentados por los bulos y las fake news. Prueba de ello es la notable subida de la extrema derecha en los últimos comicios del Parlamento Europeo, con un claro discurso xenófobo.
Si cada palabra cuenta, cada acción también. La herramienta de trabajo de Naciones Unidas es la diplomacia, ejercida a través de la palabra. Es cierto que, en tiempos de guerra, el diálogo parece una quimera, pero no lo es. Es la condición sine qua non para la paz. Puede que no sea fácil de alcanzar, pero es la única alternativa a la violencia, y merece la pena recordar que las Naciones Unidas se crearon para lograr la paz. Nosotros, desde la Alianza de Civilizaciones, buscamos el diálogo permanente entre culturas, religiones y sociedades, precisamente como medida preventiva de conflictos.
La Alianza de Civilizaciones fue una iniciativa que surgió a finales de 2004, tras los atentados yihadistas del 11 de marzo de aquel mismo año en Madrid. El entonces presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, propuso ante Naciones Unidas la creación de una “Alianza de Civilizaciones” para combatir los extremismos y hacer frente a la intolerancia. En pocos meses la Alianza cumplirá su vigésimo aniversario, y su mandato sigue más vigente que nunca.
Para poner un poco de contexto, resulta útil recordar la teoría desarrollada a principios de los años 1990 por el profesor estadounidense Samuel P. Huntington, quién defendía que “en el futuro toda nueva fuente de conflicto será cultural o religiosa”. Fue lo que él denomino “Choque de Civilizaciones”. Este profesor norteamericano no podía resistir la tentación de explorar los campos en donde la hegemonía americana-occidental podría ser objeto de amenazas. Tras la caída de la Unión Soviética, y el “fin de la historia” proclamado por el profesor americano Francis Fukuyama, ya solo quedaba un campo donde Occidente podía ser objeto de rivalidad o conflicto: la cultura y/o la religión.
Toda esta arquitectura político-intelectual del mundo conservador americano alcanzó su cúspide tras los atentados de Al-Qaeda del 11 de septiembre de 2001. El ataque terrorista colocó al islam y a la civilización musulmana en una clara y abierta confrontación con Occidente. El llamado “Choque de Civilizaciones” se justificaba así automáticamente y toda una geopolítica de poder se puso en marcha para seguir garantizando la supremacía moral, política y cultural occidental.
Pero si algo ha quedado demostrado en estas dos últimas décadas es precisamente que no hay un choque de civilizaciones. Lo que hay, en todo caso, es un “choque de ignorancias” o una lucha por el poder geopolítico, que ha utilizado la diversidad cultural y religiosa para justificar su teoría, y polarizar y dividir el mundo en una falsa confrontación construida sobre intereses espurios.
Hoy el contexto ha cambiado. Nos encontramos ante un mundo multipolar con distintos actores y múltiples desafíos globales que requieren nuevos planteamientos.
Desde la Alianza de Civilizaciones nos sentimos interpelados por los cambios que experimenta nuestro mundo, y por ello seguimos comprometidos con la creación de nuevas oportunidades de cooperación con distintas organizaciones, desde líderes religiosos y representantes de la sociedad civil, hasta altos mandatarios y miembros del sector privado.
La promoción del diálogo intercultural e interreligioso, con una mirada amplia y renovada, resulta crucial para combatir el aislamiento, la desconfianza y la confrontación. Desde la Alianza estamos comprometidos con ello.
Además, nuestra misión resulta especialmente importante para atajar la raíz de los problemas relacionados con la polarización y la radicalización, así como para aportar una contra narrativa al discurso racista, xenófobo, antisemita, islamófobo y otras formas de odio e intolerancia religiosa.
El odio saca lo peor de la especie humana. Y es nuestra responsabilidad colectiva frenar y condenar las expresiones de odio contra personas por cuestión de religión, creencias, raza, género, orientación sexual o por cualquier otro motivo.
Existen múltiples culturas y civilizaciones, pero todos formamos parte de una sola humanidad, por eso nuestro lema es “Múltiples culturas, una sola humanidad”. Porque es mucho más lo que nos une que los que nos separa.
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