Carmelo Marcén Albero
Investigador eco-social y colaborador de la Fundación Alternativas
Todos los europeos hemos de congratularnos de que la Unión haya vuelto a mirar a la naturaleza: la quiere revitalizar. Tantos siglos de despiste económico o especulador han sumido al escenario natural en una caricatura de lo que en tiempos debió ser. Claro que sabemos que la estancia de las sociedades causa deterioros en el solar que las acoge, en los lugares que antes llamábamos paraísos de biodiversidad.
La verdad es que han cambiado mucho, generalmente para mal. Pero no por eso debíamos conformarnos: a lo hecho pecho y ya vendrán tiempos mejores, dice aquella gente que solo piensa en sí misma. Debemos decir a estos egoístas ambientales que, según WWF, en España un 75 % del suelo está en peligro de padecer desertificación. A lo que añadiríamos que será más conveniente implicarnos en recuperar lo que se pueda de lo dañado, aunque nada más sea porque nosotros somos naturaleza y en ello debemos educarnos. Así lo recomendaba Jaques Delors y su equipo en La educación encierra un tesoro (1996).
La entrada en vigor de la Ley de Restauración de la Naturaleza (LRN) el día 18 de agosto debía haber sido noticia de portada en todos medios de comunicación, me atrevo a decir que durante varios días seguidos. Es un hito importante –algo así como una revolución hacia las esencias vitales- del cual debemos estar contentos, además de vigilar su desarrollo. Por consiguiente, estimamos que lo primero es comunicar a todos los habitantes de la Unión que se acabó la destrucción despreocupada del escenario vital. Sin embargo, esa fecha no era la idónea para llamar al respeto ecológico; mucha gente se encontraba en lugares naturales, quizás restándoles parte de su biodiversidad, o al menos contaminando un poco más. Luego deberemos recordar con hechos posteriores que la LRN existe, que no es lo mismo conservar que preservar o restaurar el medio natural.
El camino hasta llegar a formular esa ley, y después aplicarla, no ha resultado nada fácil. Cuando se dio a conocer el Pacto Verde Europeo, o European Green Deal –presentado formalmente en diciembre de 2019-, se divulgó que la UE se proponía hacer climáticamente neutro su ecosistema convivencial: el primer mandato de Ursula Von der Leyen se proponía como una de las grandes prioridades «construir una Europa climáticamente neutral, verde, justa y social». Entonces se escucharon voces de escepticismo; debidas sin duda a la acostumbrada tardanza de los países UE en reconocer lo evidente y en conseguir ciertos objetivos; entre ellos esa educación formal y no formal que proponía la UNESCO en el Informe Delors. Aquellas demandas no eran gratuitas, pero las ilusiones de acuerdos anteriores se nos desvanecieron con el tiempo. La voluntad política ha permanecido demasiado tiempo virada hacia los argumentos económicos y la supuesta felicidad global que acarrean. Lamentablemente, la adopción seria del Pacto Verde Europeo –una apuesta inteligente y arriesgada- ha dejado indiferente a mucha gente, tanto a escala particular como de las entidades administrativas o empresariales.
Además, la irrupción de fuerzas políticas de extrema derecha y del Partido Popular Europeo, poco amables hasta con la palabra medioambiente, hacía temer que el Parlamento salido de las elecciones de junio en la UE iba a lastrar cualquier decisión reparadora de la naturaleza. Su articulado se enfrentó a obstáculos tanto en la Eurocámara, por la oposición del Partido Popular Europeo, como en el Consejo. Durante ese tiempo aparecieron alarmantes artículos referidos al Pacto Verde en los medios de comunicación: Adiós al Pacto Verde; No se llegará a tiempo antes de las elecciones para aprobarlo; Los litigios agrícolas harán fracasar la nueva PAC; Muchas palabras que esconden escasas ambiciones ecosociales; El Pacto Verde salva los muebles, etc. Tal escepticismo fue combatido por otras iniciativas. Hasta la Agencia Europea de Medioambiente (EEB) tuvo que salir a defender el Pacto Europeo para el Futuro porque “fomenta la esperanza y el coraje, crea bienestar para todos, cataliza la competitividad a través de la sostenibilidad e impulsa el cambio sistémico transformador necesario para un futuro sostenible”. Incorporaba también una alerta: “Las decisiones que tomamos hoy determinarán el curso de la historia”. Al final salió adelante, por la mínima, debido a parciales retiradas de vetos de Austria y Hungría. Luego apremia conseguir y consolidar avances significativos en ámbitos que el Pacto señala tales como:
- Alcanzar la neutralidad climática o equilibrio de cero emisiones netas para 2050
- Fortalecer el desempeño de un Fondo Social por el Clima que apoye a los sectores más vulnerables a los efectos del nuevo régimen de comercio de derechos de emisión
- Lograr la descarbonización real del sistema energético
- Elevar la protección y la restauración de la biodiversidad a la categoría de componente esencial de la Estrategia de Biodiversidad para 2030
- Promover una producción alimentaria, un consumo y unas dietas saludables más sostenibles
- Movilizar al menos un billón de euros en inversiones sostenibles durante el próximo decenio
- Reforzar la puesta en marcha del Plan de Inversiones del Pacto Verde Europeo mediante el llamado Mecanismo para una Transición Justa
Por todo lo cual, es sumamente importante que desde la ciudadanía hasta la última de las instancias que nos gobiernan o de la empresas que nos abastecen, compartan el deseo de la renovación transversal y asuman las transiciones necesarias con una nueva narrativa climática. Pero alertemos a las instituciones europeas y de cada Estado. Una parte de la sociedad, las ONG ambientalistas, estarán muy atentas a la toma de decisiones en cada Estado con respecto a los principales deseos de la hoja de ruta del LRN que, mucho nos tememos, estará sujeta a vaivenes e intereses de algunos estados o grupos políticos.
En síntesis: difícil sí, posible también, pero ante todo necesita el compromiso hacia una transición justa en la UE (desde la conservación y protección de la naturaleza hasta la restauración). Deberemos saber comunicarlo, conseguir adhesiones generalizadas, convencer a los resistentes. Habrá dificultades, pero debe seguir siendo una guía de supervivencia que restaure la convivencia natural y social en la UE; que nos acerque cuanto pueda a una naturaleza de tiempos pasados, para que sea nuestra compañera, no nuestra despensa supuestamente inagotable. Terminemos haciéndonos eco de las palabras de Susana Muhamad, quien presidirá la Cop16 en Cali en octubre: “Centrarse exclusivamente en reducir las emisiones de carbono sin restaurar ni proteger los ecosistemas naturales sería peligroso para la humanidad y generaría el riesgo de un colapso social”.