Alrededor de Julio el senador estadounidense J.D. Vance se presentó formalmente como parte del organismo político liderado por Donald Trump. Desde entonces, sus palabras han ido haciendo los coros del cabeza de partido y su imagen, no exenta del asombro de los espectadores, se esboza sospechosamente como la fiel silueta del más que mediático ex presidente de los Estados Unidos. Las últimas declaraciones acerca de los inmigrantes haitianos no dejaron indiferente a nadie, pero tampoco han sorprendido especialmente a un población que lleva años entre el vitoreo y el vilipendio de las tantas excentricidades del ícono republicano. Este lunes, la influencia de Vance en la campaña volvió a hacerse patente, cuando apareció en escena tras el segundo intento de agresión a su compañero. La presencia del senador es ya un tótem del caso Trump, o las fábulas, mitos y épicas que lo persiguen; a raíz de lo cual, se estima primordial conocer algunas de las peligrosas propiedades que está adoptando la estrategia republicana.
DEMAGOGIA, DEMAGOGÍA Y PEDAGOGÍA
No sé hasta dónde merece el siguiente personaje compartir página con estos dos insignes de la política americana. Pero Miguel de Unamuno es uno de los encargados de que hoy, cuando miremos a la televisión presenciando cualesquiera debates de nuestros gobernantes, digamos: ¡demagogo! Aunque siendo honesto, estas voces de tan longevo eco tienen sus complejidades de significado. Cuando uno evoca tal término está procurando retratar al otro como un trilero de la prosa, como un embustero… en definitiva, como alguien que, en el terreno de la comunicación se comporta de forma desleal. Sin embargo, el vizcaíno no escapaba al recuerdo de la etimología de la palabra que proviene del griego δῆμος –dēmos-, ‘pueblo’ y ἄγω –ago-, ‘dirigir’. La dirección del pueblo era, no sólo el encargo, sino la actividad que los demagogos materializaban, así como los pedagogos se encargan de educar o dirigir –en un sentido etimológico similar– a las personas particulares.
Adoptando la forma de la locución ‘pedagogía’, se reconoce que la expresión originaria de la práctica demagógica corresponde a algo tal a la demagogía. Y así como lo está de dañado el aspecto superficial de la palabra, lo está también su contenido, su significado. La demagogía habría de ser el ejercicio, casi artesanal de la dirección del pueblo, de la educación política del agente social. Mientras que se reconoce el término –incluso desde las instituciones lingüísticas de este país– como “la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular” (según el diccionario de la RAE). De ahí, que Unamuno formulase la propuesta de la demagogía, como manera alternativa de aproximarse al problema de la oratoria.
Sea como fuere, todos estos ambages tienen una razón de ser. Y es que ¿hasta dónde llegan la demagogia y la demagogía de estos protagonistas?
LOS PELIGROS QUE PORTAN VANCE Y TRUMP
Vance y Trump enarbolan argumentos completamente rocambolescos y narrativas cuando menos cínicas; y juegan en circunloquios sobre el estado de su país o de sus habitantes casi siempre desde perspectivas bastante hiperbolizadas. En resumen, toman parte en el juego de la comunicación en que se ha convertido la política, llevándola un paso más allá que sus contrincantes. Por su parte, no incurren en ninguna ilicitud que sus homólogos no cometan en un grado menor. Pareciera, asimismo, que los daños de sus prácticas son nimios en tanto que “no hagan lo que dicen”, en tanto que “no echen a los haitianos a patadas”, y un largo etcétera de condiciones que alejan sus palabras de la materialidad de los hechos que invocan. Muy probablemente y casi seguro J.D. Vance no se vaya a encargar a echar a los haitianos a patadas y ni siquiera Trump acabará por consumir sus esfuerzos en construir un muro hollywoodiano para retener la inmigración de sus vecinos mexicanos. La política estatal es mucho más complicada que eso. Por lo que su demagogia, efectivamente, no tiene peligros más allá de la ofensa que puedan sentir los colectivos contra los que atentan periódicamente.
La verdadera amenaza es la demagogía subyacente tras estos discursos. No estoy hablando de la pueril narrativa forjada alrededor de los discursos de odio, hablo de una pedagogía real de parte de la masa americana que actúe sistemáticamente replicando las pautas de las predicaciones trumpistas. El mero hecho de que exista una terminología tal al trumpismo hace ostensible la concepción de un metódico y estructurado seguimiento de sus premisas. Vance, no es sino la punta de ese iceberg. Siendo la cara joven que potencia la escalabilidad de esta tendencia cada día más preocupante, de estas dinámicas que erosionan la capa que protege las palabras de la obra. El caso ‘Vance x Trump’ es el aliciente para que la demagogia ejercitada durante años por el magnate americano –hoy con responsabilidades públicas a sus espaldas– cobre un sentido material, a través de la pedagogía aplicada por su mano derecha, el senador, empresario y escritor J.D. Vance.
Un artículo publicado en el Times por Michel C. Bender –que, por cierto, recomiendo– denomina a la estación que transita el partido republicano como Trumpismo 2.0. Y añade que “el compañero de fórmula de Donald Trump se ha apoyado en las lecciones de la demagogia política ultraconectada”. No puede haber mejor y más sucinta descripción de cómo “el conservadurismo combativo de Vance moldea” la procesión del trumpismo hasta llevarla al siguiente nivel: la conducta, el acto.