Durante más de una década Estados Unidos ha capitalizado el sector de la tecnología, su desarrollo intelectual y el crecimiento de su industria. En 2015, el gobierno chino se propuso plantar cara en producción e innovación, para dejar así de ser la fábrica, la mano de obra de los americanos. El famoso proyecto “Made in China 2025” los ha colocado ya hace un lustro en el bicéfalo pedestal que controla los grandes movimientos de la Tech. Industry a nivel mundial. Mientras tanto, apéndices, extremidades, cuerpos añadidos… también llamados aliados se adhieren al plan de estos dos mastodontes fabriles, tratando de rescatar las porciones de riqueza y rédito que restan. Dos protagonistas del orden mundial histórico, como los son Japón y Europa –en este caso representada como la Unión Europea– guardan sus pretensiones competitivas y urden estrategias muy distintas para satisfacerlas.
UNA CORONA DIVIDIDA
Estados Unidos es pionero en el sector y, además de ese incansable hábito por prosperar de los yankees, contará siempre con una posición de privilegio entre las grandes industrias del mundo de la tecnología. China, por su parte, cuenta con una inmensa capacidad de capitalizar su masa social y, desde que impuso severas políticas con intención de explotar económicamente todo su potencial técnico, los objetivos de la agenda sínica han ido consumándose de manera estricta. Hasta tal punto, que en muchos de los parámetros y valoraciones del sector quedan por encima de Estados Unidos. La cadena de valor de los semiconductores (materiales que pueden actuar como conductores o como aislantes de corrientes) es vital para comprender el estado de la industria electrónica e informática, pues son, hoy día condición de necesidad para producir aparatos tecnológicos. En 2020 el diseño y propiedad intelectual de la manufactura de este material dejaba a EE.UU., sin duda a la cabeza, y Taiwán, que debemos contar como parte aliada de los norteamericanos, se llevaba el resto en fabricación. No obstante, el proyecto Chino para conseguir la autosuficiencia en la producción de semiconductores, les ha dado la autonomía suficiente como para sentarse a comer en la mesa de acción de gracias y disfrutar de una regencia compartida de la industria.
Con la sospecha del potencial chino por desarrollarse más que ellos en menos tiempo, los líderes americanos llevan años proponiendo planes de subvenciones a sus corporaciones e intensificando las restricciones sobre el acceso de China a la tecnología estadounidense. Aquí es donde entra en juego Japón. Según reveló el índice MSCI Japan Semiconductor and Semiconductor Equipment, la industria del chip de Japón aumentó sus ganancias a 147 mil millones de dólares tras las primeras consecuencias tangibles de las restricciones mentadas. No hace falta una exhaustiva pesquisa para dar cuenta del papel que pretende jugar Japón tras la manifestación –inducida por los EE.UU.– de una necesidad tal en sus vecinos. Los fabricantes japoneses estarían capitalizando la creciente demanda de China, impulsando un repunte en las acciones de sus empresas de chips. Sin embargo, los planes del país nipón van más allá de la producción y suministro de semiconductores, pues procuran mantener la dependencia China al mismo tiempo al que fortalecen múltiples operaciones estratégicas con fin de incrementar la competitividad global. Así que, si en un primer momento pudiera parecer que Japón cubre las espaldas de los Estados generadores –en tecnología-, una mirada en lontananza revela las intenciones competitivas que esconden. El suministro de chips y materiales base no es sino el comienzo de un programa mucho mayor y, ni mucho menos es un abastecimiento ingenuo o descontrolado.
Por otro lado, pretende aprovechar el insondable futuro de las empresas de estos dos países, debido a la atropellada carrera de subvenciones en la que se han embarcado por la inercia de su contienda. Japón comenzó en 2022 a integrarse en los planes de desarrollo de las compañías americanas beneficiándose de las grandes inyecciones que experimentan y proponiendo investigaciones conjuntas que los ameriten en la competición, ya no sólo productiva, sino también intelectual por el poder tecnológico.
LA POSICIÓN DE LA UE AL RESPECTO
Es agotador escuchar o leer su nombre de nuevo está semana, pero Mario Draghi, con su informe, ha sido crucial para el devenir de la Unión Europea en este sentido. Más allá de las consideraciones sobre el valor ético, el poder conceptual o las posibilidades de la propuesta del italiano, el diagnóstico es más que acertado; es certero. Efectivamente, la competitividad de los países que integran la Unión pasa por abastecerse a sí mismos e independizarse de los grandes proveedores de material base o específico para fabricación. Cuando, además, es evidente que gran parte de la deuda que Europa sufre con respecto a los países precursores del sector viene de la espesa burocracia y la indecisión por consenso territorial. Sin ir más lejos, hace poco más de dos años, el debate dentro de la UE estaba, fundamentalmente, en la participación o no de China en el desarrollo de la tecnología 5G (donde la UE, por una vez, iba por delante de EE.UU.), mas hubo de toparse con una subvención masiva de inversiones por parte de Norteamérica que no pudo empatar pues debatía, tras el debate anterior, las restantes controversias que le quedaban por debatir.
Lo que debiera hacer Europa queda al gusto y menú ideológico de cada uno, o a sus intereses en cuanto al futuro de la cuna occidental, la situación empero es la que es. Una UE desprevenida que se rezaga a cada paso que esta rápida industria alcanza y que ve como su capacidad queda mermada teniendo, cada día, menor autonomía. Si bien en términos de propiedad intelectual tiene efectivos con mayor maduración y posibilidades que los japoneses, los intentos por obtener los beneficios o el nivel de producción de los americanos o los chinos son intermitentes y deslavazados. El actual modus operandi europeo, que estriba en reaccionar continuamente a las urgencias de sus competidores, no será suficiente para avanzar en la cadena de valor. Tampoco lo será, de hecho, a la aprobación de presupuestos o fondos de subvención, Europa precisa un verdadero plan de operaciones para arrebatarles el gobierno a estos dos gigantes de la tecnología.