Los casos de discriminación proliferan y las dinámicas de persecución racial crecen en Europa.
Por González Barcos
Este mes de agosto está siendo testigo de múltiples casos en los que la cuestión racial ha sido traída a colación por distintos sectores de la opinión pública política. En el núcleo de estos acontecimientos radican dos de especial resonancia en las redes y –si es que todavía funcionan como escenario para la práctica del debate¬– en las barras de bar. El trágico caso del niño de Mocejón ha puesto de relieve el énfasis de los sectores más tendidos hacia la ultraderecha por discriminar sistemáticamente los grupos étnicos ajenos al del grueso de la nacionalidad española. En Londres, los colectivos, en este caso organizados, de extrema derecha se encargaron de hacer lo propio causando disturbios y propinando palizas a los individuos que coincidían con la descripción racial del protagonista de los hechos ocurridos en un colegio de educación primaria el mes pasado. Más allá de las denuncias y la toma de decisiones de cada fiscalía correspondiente, los medios de comunicación se han encargado de denominar estos hechos así por xenófobos como por racistas de manera arbitraria. Nuestra responsabilidad es, entonces, determinar las distinciones de estos dos fenómenos: xenofobia y racismo, y sus consecuentes más próximos.
LA DIFERENCIA ENTRE XENOFOBIA Y RACISMO
Normalmente empleados como sinónimos y actualmente casi apareados en la confusión de si uno es el otro o el otro es uno, la xenofobia y el racismo comparten ciertos rasgos conductuales, pero distan con claridad entre sí. Ambos son formas, conductas y, o posturas de intolerancia y discriminación que se aplican directamente suprimiendo el respeto de los derechos humanos. Efectivamente, ambos comparten un enemigo cada vez más común en apariencia y simulan ir al unísono en su terca tarea de amedrentar y mermar los intereses de los extranjeros. Sobre todo porque aquí, en Europa, los extranjeros son en su mayoría –y quizás no por coincidencia– ajenos a nuestra raza. Esto es primordialmente, lo que dota a los dos términos mentados de esa inocente y simplista condición de identidad semántica. No obstante, las propiedades que uno y otro concepto atraviesan son, en su totalidad, desiguales.
La xenofobia es reconocida y definida abiertamente como una actitud fóbica hacia lo extranjero; dicho así, de manera ampliamente general: lo que no es lo propio. Mas lo que merece nuestra atención de este enunciado no es lo que se ha puesto en juego de manera más explicita (el hecho de que el objeto pasivo sea extranjero), sino más bien el hecho de que la actividad (xenofóbica) sea un derivado del miedo. La xenofobia es una actitud derivada de la fobia, es por tanto una aprehensión o afección psicológica; es de los individuos. Pudiera decirse en muchos casos de ella ser la falta de predisposición –no sólo la fobia– hacia el conocimiento de lo ajeno, o en muchos otros casos un mero miedo irracional y lleno de veleidades hacia lo que no se considera como propio. Pero en todos ellos, en todas las formas de considerar la xenofobia se reconoce un agente único y no múltiple, se reconoce que el portador de dicha aprensión es un solo individuo y por consecuente, la propia aprensión un problema de la psicología del individuo. El racismo se vertebra, sin embargo, por un sujeto diferente y un objeto diferente, por lo que, en definitiva sus propiedades son distintas.
El sujeto del racismo es un conjunto de personas. El racismo, en sí mismo, no tiene cabida como la percepción psicológica de un individuo pues es la creencia de que un conjunto (una raza) es superior a otro conjunto de los mismos (otra raza). Además se comporta de manera racional, es una teoría con presupuestos, es un movimiento con dinámicas de persecución y discriminación. Véase como no es derivado de una impresión psicológica irracional, sino que deviene de una serie de creencias y presupuestos que argumentan el por qué de sus ideas y sus prácticas. Es algo, entiéndase la expresión, bien más sofisticado que la xenofobia.
Hasta aquí pudiera parecer que el racismo supone una suerte de paso ulterior. Algo así como la forma organizada de practicar la xenofobia. Pero se olvida que el objeto es distinto, que siquiera mantiene una relación de parentesco. El extranjero no es necesariamente de otra raza o de una raza inferior. La principal característica del extranjero es que no comparte algo contigo y por tanto, el principal motivo de la fobia del xenófobo es, no que quiera compartirlo, sino que quiera ese algo para él. En el caso del racista la fobia o la contrariedad proviene del rechazo racional, o más bien pseudo-racional, hacia otras razas. En este caso la principal cualidad del objeto del racista es una distinción u otra en la superficialidad de los conjuntos denominados como razas. La diferencia es obvia: uno le tiene miedo a lo desconocido, el otro a algo, precisamente por conocerlo –o decir conocerlo–. Mas, ¿por qué entonces se han confundido de manera tal estos dos sustantivos: xenófobo y racista?
LOS TENTÁCULOS DEL RACISMO
A esta pregunta, aunque somera, se ha dado respuesta anteriormente: la particularidad en Europa de mantener una muy alta cuota de inmigrantes de otras razas. Así, los xenófobos ven a su objeto idéntico al de los racistas que, en este caso, vienen a pretender superioridad ante todas las etnias desiguales a la suya. Subsiguientemente, la fobia de unos se ve prácticamente enmudecida a la hora de formar parte de los grupos de índoles racistas y su diligencia. De tal suerte, el racismo funciona como auspicio sistemático y estructurado de los xenófobos, que en su mayoría, pierden el norte de su referencia fóbica y comienzan a adquirir las dinámicas de odio de estos colectivos, indiferentes a cual fuera en un principio el motivo de su rechazo. No sucede cosa tal en América, por ejemplo, donde el racismo tiene, de manera orgánica, un espacio intra-nacional para desarrollarse, pues la raza negra forma parte del grueso de la masa social americana. Es decir, en América el xenófobo le tendrá miedo al extranjero que atente contra su propiedad –en el sentido de identidad simbólica nacional– sea este ario, negro, mandarín o maorí. Mientras que el racista tiene un objetivo concreto determinado: una raza. En el caso de América esta se vertebra únicamente alrededor de la raza negra.
Con todo, se pretende aseverar no más que una simple cosa. Europa corre el riesgo de habilitar un perverso espacio de acogida, no sólo para xenófobos, sino asimismo para todos los agentes sociales molestos con la entrada de inmigrantes. Un espacio articulado y sistemático que da refugio moral y teórico a quienes pudieran hacer –más o menos vagamente– consideraciones negativas sobre lo otro –que viene de afuera–, donde además, se pueden llevar a cabo como actividad esos pensamientos segregacionistas. El peligro, dicho sea finalmente, del racismo como ideología o movimiento con una arquitectura sólida es que puede llevar a cabo, en la dermis de la realidad, obras que den forma a esos pensamientos.