Qué es la «desinformación» y hasta dónde pueden llegar sus efectos
Por González Barcos
El llamado “fenómeno de la Desinformación” ha alcanzado en los últimos años cotas nunca antes vistas. Puede reconocerse, desde los grandes medios de comunicación hasta los difusores particulares de información, el grave peligro que este suceso entraña para la vida democrática, las relaciones internacionales y la economía de los países. En una primera aproximación, el término puede ser explícito e intuitivo, sin embargo, unas cuantas consideraciones sobre qué es la desinformación y qué supone a nivel social, no están de más. Se pretende así, un somero análisis del papel de los medios de comunicación en la actualidad y los modos o dinámicas de desinformación que se llevan a cabo.
LA DESINFORMACIÓN Y SUS FRUTOS
Por lo pronto y por lo que a mí respecta, hablar de desinformación es aludir a lo siguiente: el fenómeno derivado de dinámicas de comunicación unilateral desacertadas, falsas o engañosas en torno a un bien u objeto epistemológico – conocimiento de la verdad – de dominio público; véase entonces, con pretensiones de objetividad. Dicho bien está mediado y monopolizado por agentes subjetivos (los medios de comunicación) y no es otro que la propia información.
A partir de aquí podemos determinar dos modos de desinformar, dos metodologías o especies dentro de este género categórico de la comunicación. El primero es relativo a lo que en la definición se describe como “dinámicas de comunicación (…) desacertadas, falsas o engañosas”. Las noticias falsas o engañosas –también reconocibles como fake news– no son en absoluto un fenómeno novedoso y no parece que debieran portar peligro alguno consigo, sin embargo, lo verdaderamente preocupante corresponde a su proliferación y sus motivaciones. Abundan las noticias falsas, con pretensión de falsedad, y con la intención siempre enfocada a la rentabilidad económica, que hoy día se basa en mecanismos del llamado clickbait.
Podemos definir las noticias falsas como información inventada que “imita el contenido de los medios de comunicación en la forma, pero no en el proceso de la organización o la intención”. Encontramos también la expresión de ‘información desacertada’ que refiere más bien a la transmisión errónea de datos, sucesos o ideas, que en cambio, no incluye necesariamente la voluntad explícita de desinformar. Pues, como dijera Escohotado “los medios tienen la condenada manía de exaltar lo catastrófico, lo exagerado, el pánico”.
EL FENÓMENO DE LA POST-VERDAD
La segunda vía de la desinformación se cierne alrededor de un fenómeno de mucho más alcance que el de dar una noticia mal, redactar con más o menos exaltación un artículo o recaudar erróneamente los datos de una encuesta. El fenómeno de la post-verdad contiene una serie de características y conlleva una serie de consecuencias de real importancia para nuestro desarrollo gnoseológico. Se toma en este caso el término ‘gnoseológico’ pues denomina –filosóficamente– la teoría del conocimiento; la forma de aproximación a los elementos cognoscibles (en este caso la información mediática) de la realidad. Sea como fuere, este es un fenómeno “relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”, y se desarrolla a través del de la desinformación. Es decir, hablamos de post-verdad en el momento en que la verdad (lo fundamentalmente objetivo) ha dejado de suponer un elemento esencial en el objeto de comunicación, para ser solapado por los deseos del consumidor.
De manera premeditada la información, ya sea desde su forma hasta su materia, su material primario (el hecho), se ajusta a las necesidades ideológicas del consumidor del medio. Aplicada a lo que los psicólogos llaman ‘sesgo cognitivo de confirmación” –esta suerte de necesidad del lector de que lo leído sea ya de antemano conocido para conocerlo– la información se adereza de forma que el malcriado paladar de los lectores no se entumezca. Por eso tu tía lee El País y tu cuñado El Mundo.
Pero hay que preguntarse de qué forma se consolidan estas dinámicas de desinformación y cómo podemos combatirlas. En la propia definición encontramos, nuevamente algunas de las razones por las que se perpetúan estas tendencias. La primera, que la comunicación es unilateral. Esta forma de comunicación, además de ser mediada por agentes subjetivos – sean medios, redes sociales o influencers – que no representan la pretensión de objetividad de la verdad, se caracteriza por tener un solo interlocutor que sólo puede ser combatido a posteriori por la opinión publico-política. El problema aquí es que la primera instancia de la comunicación, el hallazgo de la verdad, el ahogado alarido: “¡eureka!”, solamente es propiedad de unos, por mucho que otros, con mayor o menor pretensión, quieran informar de algo. Y es que más allá incluso de su preferencia en el transcurso de la dialéctica de la verdad, los medios de comunicación monopolizan el mercado –pues ya ha mudado a mercado – de la información.
La mirada de un agente subjetivo que aliena el objeto de comunicación mantiene su posición de único espectador y de único portavoz, porque la información ahora tiene un valor. Este monopolio solo ha sido amenazado por Internet, la presunta herramienta de emancipación de los consumidores de información que, hasta el momento, no ha ofrecido más que nuevas formas de desinformación no menos burdas que las anteriores.