Eduardo González
El 13 de septiembre de 1964, el buque mercante español ‘Sierra Aránzazu’ fue objeto, cuando se dirigía a La Habana, de un ataque terrorista a manos de un grupo armado anticastrista entrenado y financiado por la CIA. El incidente, que se saldó con la muerte de tres marinos españoles, provocó un breve incidente diplomático con Estados Unidos en plena dictadura franquista, pero todo quedó rápidamente en el olvido.
El ataque se produjo a 130 kilómetros al noreste de la isla de Cuba. Estados Unidos había decretado un embargo contra el régimen de Fidel Castro, pero la dictadura de Francisco Franco mantuvo abierto el tráfico de mercancías con Cuba, lo cual había sido duramente criticado por los grupos anticastristas.
Aquel día, el ‘Sierra Aránzazu’, cargado con alimentos, tejidos, aperos de labranza, muñecas y otros productos, navegaba por el Canal de Las Bahamas en dirección a La Habana cuando se vio rodeado de dos lanchas, una por babor y otra por estribor. Horas antes, un avión de patrulla marítima de los guardacostas estadounidenses había sobrevolado en varias ocasiones el carguero español a muy baja altura.
De repente, y sin previo aviso, desde las dos lanchas empezaron a salir ráfagas de ametralladora y disparos de cañón sobre el puente de mando y los alojamientos de la tripulación, según recordaron Tomás Vaquero Iglesias y Julio Antonio Vaquero Iglesias, piloto de la Marina Mercante e historiador, respectivamente, y hermanos ambos de uno de los fallecidos, José Vaquero Iglesias
El barco se incendió como consecuencia de los disparos contra los depósitos de combustible y los veinte hombres de la tripulación, algunos de ellos heridos de gravedad, se vieron obligados a navegar a la intemperie durante doce horas en un bote salvavidas. En la travesía murieron el capitán del buque mercante, Pedro Ibargurengoitia, de 42 años, y el tercer maquinista, José Vaquero Iglesias, de 23 años.
Los tripulantes fueron posteriormente rescatados por un barco de los Países Bajos, lo que no impidió el fallecimiento del segundo oficial, Javier Cabello, de 30 años. Una vez notificado el incidente desde el barco neerlandés, el Gobierno norteamericano atendió a las víctimas y los tripulantes y los cadáveres fueron trasladados a la Base Naval de la Bahía de Guantánamo, en Cuba, por un avión de la Armada de los Estados Unidos. El 15 de septiembre llegaron a San Juan de Puerto Rico, desde donde fueron repatriados a España.
A pesar de los intentos de atribuir el ataque a las fuerzas castristas, posteriormente se supo que los autores habían sido elementos anticastristas del Movimiento de Recuperación Revolucionaria, un grupo terrorista formado por exiliados cubanos que operaba desde Centroamérica y el Caribe y que estaba financiado, entrenado y dotado de barcos, aviones, armamento e información por la Agencia Central de Inteligencia de EEUU (CIA). Estamos hablando del periodo más convulso de la Guerra Fría, solo dos años después de la crisis de los misiles en octubre de 1962.
Según revelaron fuentes desclasificadas cincuenta años después de los hechos, el ataque había sido autorizado desde Nicaragua por un agente cubano de la CIA llamado Félix Rodríguez, quien aseguró que se había tratado de un “error” y que habían confundido el carguero español con el ‘Sierra Maestra’, el buque insignia de la Marina cubana.
La noticia sobre el ataque fue recogida por toda la prensa mundial, salvo la norteamericana, que la silenció. En España, el Gobierno emitió una nota de protesta ante Estados Unidos por entender que el ataque se había producido en agras controladas militarmente por Washington y que, por tanto, la seguridad en la zona le correspondía a Estados Unidos.
El secretario de Estado, Dean Rusk, se comprometió a cooperar con España en el esclarecimiento de los hechos, pero la cosa no pasó de ahí. Se abrieron dos investigaciones, una del Departamento de Estado, que nunca vio la luz, y otra del FBI que, según los hermanos de Vaquero Iglesias, fue “más bien una maniobra de diversión que una verdadera investigación”. En cuanto al Gobierno franquista, una vez calmadas las aguas tras la repercusión inicial en la prensa española y las manifestaciones de protesta ante la Embajada de EEUU en Madrid y ante el Consulado norteamericano en Vigo, se optó por el silencio, por el olvido y por la paz diplomática con Washington.
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