Un análisis de las consecuencias de la globalización desde su paradigma
Por González Barcos
La carrera por la Casa Blanca presume de un mundial interés mediático y sus vicisitudes rebasan los confines de la tierra de las oportunidades, tierra de los sueños, de la libertad… véase como se quiera; en definitiva, la tierra que separa Canadá y México. Las noticias sobre la trama galopan internacionalmente a lomos de los medios de comunicación que, además, aceleran la experiencia de la información. El mercado bursátil y el sector de las materias primas se mantienen expectantes ante la soberana decisión de los habitantes estadounidenses y asimismo lo están los conjuntos gubernamentales de todos los países del mundo. Los colectivos minoritarios, los sindicatos, las grandes corporaciones, etc. debaten su existencia, incluso su necesidad –necesidad en términos ontológicos–, en estos meses previos al veredicto. La carrera por las llaves de la Casa Blanca representa, desde lo cultural hasta lo económico –se puede decir también a la inversa–, todos y cada uno de los rasgos del fenómeno contemporáneo de la globalización. La pretensión es analizar cuáles son, hoy en día, esos rasgos.
¿QUÉ HA SUPUESTO LA GLOBALIZACIÓN?: UN DESENFOQUE ESPACIOTEMPORAL
Sin querer extenderme sobre las consideraciones definitorias del término al que me refiero se requieren hacer algunos apuntes. Más allá del término en bruto, de lo que pudiera reconocerse como globalización, entiéndase: un proceso colonial, imperial o cualquiera de las formas análogas a este, hablo de globalización cuando hablo, de la manera más mundana, del fenómeno asociado al desarrollo del capitalismo –con su consecuente revolución industrial– y con el equilibrio de poderes como modelo político internacional. Pero más aún, hablo de globalización cuando reconozco, al exterior de mi territorio de acción, una interdependencia cultural, económica y profesional (en el sentido laboral, de mano de obra). Esto conlleva unas características inmanentes como el desarrollo de los medios de comunicación, la interconexión global, la inversión en el extranjero o la falta de aduanas. Algo como si –suscribiendo a Zizek– la tierra fuese un espacio unificado de comunicación. Sucede que detrás de esta gratificante sentencia, de este esperanzador hit estival, se refugian las baladas trágicas de la cara B; o sea, las consecuencias nocivas de la propuesta globalizadora.
Heinrich Heine dejó la icónica frase: “Los ferrocarriles aniquilan el espacio”. Icónica para quienes se hayan interesado por las razones estéticas y epistemológicas del siglo XIX en adelante. Mas de igual forma viene al caso la cita y es necesario deshilvanarla. Heinrich Heine hacía referencia a la deformación del tiempo y el espacio por las nuevas formas de experiencia de los mismos. No así como Kant, la opinión del inmigrante alemán era la de que estos dos elementos son parte de la realidad y no intuiciones puras de nuestro entendimiento; por lo que, la manera de experimentarlos o de padecerlos condiciona nuestras formas estéticas. Lo que viene a decir es, sencillamente, que los ferrocarriles hacen ver los kilómetros como una unidad nimia de medida y las horas, por el contrario, grandes lapsos de tiempo, que la velocidad con la que transitamos estos dos elementos condiciona nuestra noción de los mismos, y así, nuestra noción del mundo. Las nuevas formas de alcance alteraron la noción de las personas del siglo XIX, dejando un mundo que todavía no estaba a su medida.
Lo que no conoció Heine fue la globalización digital. No conoció la virtual transformación de tiempo y espacio, lo más semejante al tele-transporte que se ha visto jamás. La capacidad de la interfaz para alterar nuestras formas de comprensión espacial y nuestras estructuras epistemológicas es simplemente salvaje. El sujeto queda totalmente expuesto a la mayor ficción de libertad y de omnipotencia que nuestro conocimiento avista. Dos de nuestros sentidos (vista y audición) pueden llegar a cualquier rincón de este mundo, poder conocer la información más remota a nivel histórico (en el tiempo) y a nivel geográfico (en el espacio) e interactuar con cualesquiera formas de vida ajenas a la nuestra son posibilidades aterradoras, sobre todo por todo lo que le conceden a la noción subjetiva del ser humano; al sujeto. Ese sujeto que, recuérdese, puede escuchar todos los meetings de Donald Trump, conocer su pasado e incluso sus intimidades en cuestión de segundos.
LAS CONSECUENCIAS POLÍTICO-SOCIALES
Cuando uno profundiza en el impacto tangible e inmediato que tiene un fenómeno tal al de la globalización, de lo primero que da cuenta es de lo siguiente: la patente proliferación de multiculturalismo interno, canjeado por una creciente identidad y homogeneidad externa. Es decir, hoy día, dentro de las sociedades existe más pluralidad que entre las mismas. En una cosmópolis hay personas con distintas orientaciones e identidades raciales, sexuales, religiosas… mientras que, sin embargo, entre la dermis de los países va surgiendo una mayor homogeneidad, un mayor parecido entre sí. Lo que determina la identidad es el colectivo, las costumbres, el oficio, las rutinas, etc., el ser de la misma ‘área’, por así decir. Así, un granjero de Nashville tendrá más que ver con un granjero de Puebla de Sanabria que con un oficinista de Chicago, sólo por ser granjero, y a un oficinista de Madrid le sucederá lo mismo con el oficinista de Chicago, no sólo por su gremio, sino por sus tendencias ideológicas, su cuenta bancaria, sus estudios, su rutina y demás aspectos que comparten.
En este sentido, comienza a hacer eco la frase de Flora Tristán “Proletarios de todo el mundo, uníos”. Mas, en este caso, es indiferente ‘Proletarios’ que ‘Negros’, ‘Lesbianas’, ‘Cryptobros’ o cualquier colectivo presente en el ideario social. Así lo demostró el ‘Black lives matter’, que no es sino la evidencia de esta observación. Si mi vecino no levantaba el puño con el lema predilecto, este era mayor enemigo que un neoyorquino con el puño alzado.
La consecuencia a nivel político mana de aquí. Con la movilidad absoluta tanto de personas como de capital, ya no hay esas comunidades fuertes donde surge un conjunto de intereses comunes debatibles en asamblea. Brotan intereses contingentes de mayor o menor profundidad teórica -pero de vago recorrido material–, construidos desde bases intelectuales dogmáticas hacia realidades heterogéneas. La lucha racial internacionalizada, la lucha LGTBIQ+, el fenómeno social de los ‘nuevos Estoicos’ –que fueron los antiguos brokers–, el colectivo vegano… sirven a axiomas sólidos y plausibles teóricamente, pero se erigen con personas ajenas y realidades dispares entre sí. Lo que realmente los une, quieran ellos o no, son las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América, cuyo escrutinio o noticia quedarán el 5 de noviembre sobreimpresionados en todas las casas con televisión.