RESUMEN
El nuevo «rusianismo» es el proyecto neocolonial patrocinado por Rusia para reforzar su
influencia en África por medio del control del mayor número posible de Estados africanos.
Este proyecto se encuadra dentro de la visión del presidente Putin de un nuevo orden
mundial multipolar alternativo y su finalidad última sería apropiarse de los recursos
naturales africanos, romper el régimen de sanciones y expulsar a las potencias
occidentales del continente. Rusia estaría utilizando África como esfuerzo colateral en la
feroz competencia geopolítica que mantiene con Occidente. La eliminación de su
influencia en la región del Sahel sería un efecto secundario, deliberado, e inesperado del
apoyo europeo y norteamericano a Ucrania. El éxito de esta estrategia resultaría
inherentemente desestabilizador para los países africanos y preocupante para las
potencias occidentales, abriendo la posibilidad de un nuevo frente en el sur cuyo próximo
campo de batalla bien podrían ser los Estados costeros de África occidental. En el mejor
interés de europeos y norteamericanos está el evitar que ello ocurra.
Ignacio Fuente Cobo/Instituto Español de Estudios Estratégicos
(Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace)
Introducción
El Concepto de política exterior de la Federación Rusa1 aprobado el 31 de marzo de
2023, caracteriza el orden mundial como una «imposición de reglas, estándares y
normas que han sido desarrollados sin la participación equitativa de todos los Estados
interesados». En este documento —que debe leerse como su estrategia de seguridad
nacional—, Rusia entiende que la situación ha cambiado y que «el modelo
desequilibrado de desarrollo mundial, que durante siglos ha garantizado un crecimiento
económico acelerado de las potencias coloniales mediante la apropiación de recursos
de territorios y Estados dependientes en Asia, África y Occidente, se está desvaneciendo
irrevocablemente».
Sin embargo, los cambios que se están produciendo y que Rusia favorece no son bien
recibidos por los Estados occidentales «acostumbrados a la lógica del dominio global y
del neocolonialismo». Por ello, la doctrina rusa preconiza la necesidad de que se forme
«una percepción objetiva de Rusia en el exterior» contrarrestando lo que entiende como
«una campaña coordinada de propaganda antirrusa llevada a cabo de manera
sistemática por Estados hostiles y que implica desinformación, difamación e incitación al
odio».
Esta visión va en la línea de la intervención, en el Foro Económico de San Petersburgo
en junio de 2022, del presidente Vladimir Putin quien afirmó que Occidente todavía está
influenciado por sus propios conceptos erróneos sobre los Estados situados fuera de los
llamados «mil millones de oro», que son aquellos que consideran a todos los demás
como «su patio trasero» al que tratar como colonias, y a las personas que viven allí,
como «gente de segunda clase». Es más, en lo que respecta a África, Rusia entiende
que la desigualdad social y económica estaría aumentando debido «a las sofisticadas
políticas neocoloniales de algunos Estados desarrollados».
Se trata de una visión casi apocalíptica de un entorno internacional que Occidente ha
convertido en hostil y en la que Rusia como nación providencial tiene «una misión histórica única destinada a mantener el equilibrio de poder global y construir un sistema
internacional multipolar» equitativo y sostenible y, por tanto, la obligación solidaria de
«apoyar la soberanía y la independencia de los Estados africanos» frente al apetito
colonial de Occidente.
El resultado es la aparición de una forma renovada de colonialismo de corte ruso que
debe entenderse como una estrategia deliberada, más allá de Ucrania, para ampliar su
influencia en África, evadir la contención y las sanciones, provocar el repliegue occidental
en la región y desestabilizar y perturbar a sus adversarios. El nuevo «rusianismo» se ha
convertido para Rusia en una inversión estratégica cuyo objetivo final sería la creación
de un numeroso grupo de Estados en África sometidos a su influencia, los cuales
contribuirían activamente a los esfuerzos rusos de perjudicar los intereses de Occidente
utilizando para ello métodos no convencionales.
Resulta sorprendente comprobar como con una economía del tamaño de Corea del Sur
o España, y con pocos productos que sean atractivos para los mercados africanos —lo
que se traduce en un nivel modesto de comercio—, Rusia ha sido capaz de ganar una
enorme influencia en África en los últimos años. Y ello a pesar de que tampoco Rusia
ofrece un modelo ideológico, social o cultural que resulte convincente para muchos
gobiernos en África.
¿Por qué África interesa a Rusia?
El interés de Rusia en África empezó a manifestarse en 2014 y lo hizo como una forma de romper el aislamiento de Moscú tras su anexión de Crimea y su intervención en el este de Ucrania. Este interés se ha acentuado con la invasión de Ucrania de 2022. Su
fundamento es esencialmente geopolítico, pero está también dotado de una fuerte carga
ideológica. Se basa en la visión rusa de un orden internacional posliberal, que no está
basado en las normas democráticas, los principios y las reglas que actualmente lo rigen
y que Rusia entiende han sido impuestas por Occidente.
Más que ofrecer un modelo alternativo, como ocurre en la visión autoritaria de China, la
doctrina rusa apunta la idea de que los sistemas políticos distintos a la democracia
ofrecen una forma de gobierno más eficaz, equitativa, transparente, o inclusiva y que,
por tanto, tienen al menos la misma equivalencia moral que el modelo occidental.
Y esta visión tiene un enorme atractivo, por su carácter legitimador, en los gobiernos africanos
que han surgido de golpes de Estado.
Pero además de las consideraciones ideológicas, Rusia se mueve por razones prácticas.
Rusia necesita a África y sus cincuenta y cuatro votos en la Asamblea General de las
Naciones Unidas para lograr la legitimación diplomática de su guerra en Ucrania. En un
momento en que muchos Estados occidentales intentan aislar económicamente a Rusia,
el desarrollo de vínculos políticos, económicos y militares con África es para Rusia un
medio para protegerse de las sanciones. Se trata de buscar mercados alternativos al
mismo tiempo que se dañan, incluso agresivamente, los intereses de Occidente.
Para ello, se beneficia de la falta de controles y equilibrios internos de muchos países
africanos que a menudo se encuentran aislados internacionalmente y son, por lo tanto,
susceptibles de caer bajo su influencia desplazando a aquellos Estados occidentales,
normalmente europeos, que tradicionalmente la han ejercido.
Los gobiernos africanos también se benefician del peso de Rusia en las Naciones
Unidas, cuyo veto en el Consejo de Seguridad de la ONU es muy importante para ellos.
Rusia a menudo se pone del lado de los gobiernos autocráticos africanos como ocurrió,
por ejemplo, en octubre de 2019, después de que Omar al-Bashir, el expresidente de
Sudán fuera derrocado mediante un golpe de Estado. Rusia bloqueó el llamamiento de
la ONU para condenarlo.
La invasión de Ucrania y el fracaso en lograr una rápida victoria ha acentuado esta doble
dependencia entre Rusia y África. Rusia necesita ahora a África para superar el
aislamiento internacional al que le ha sometido Occidente adquiriendo mercados
alternativos a las economías de Europa y de Estados Unidos de los que ha sido excluida.
Ello le ha obligado a reforzar su política dirigida a reducir su propia vulnerabilidad a las
sanciones, mediante el control de los recursos críticos que se encuentran en África.
Los gobiernos africanos, por su parte, son conscientes de que, en un contexto de guerra
en Europa donde las prioridades estratégicas y financieras están en Ucrania, tienen
ahora la posibilidad de elegir entre diferentes socios, más allá de Europa o los Estados Unidos, a diferencia de épocas anteriores. Ello revaloriza su peso geopolítico y les
permite cambiar las relaciones de poder demostrando que cuentan con Rusia como una
opción alternativa atractiva.
Un ejemplo de esta nueva actitud africana más asertiva se produjo en la votación de la
Asamblea General de la ONU de febrero de 2023 cuando se exigió a Rusia que se
retirara inmediatamente de Ucrania. Varios países africanos se abstuvieron (Etiopía,
Guinea, Mozambique, Sudáfrica, Sudán, Uganda, Zimbabue y la República del Congo),
poniendo así de manifiesto la existencia de profundas divisiones en su seno y poniendo
a prueba sus relaciones con Europa.
Cómo Rusia ha sabido aprovechar los errores de Occidente
El resentimiento hacia el comportamiento colonial de las potencias occidentales,
especialmente en el Sahel francés y en África central, se ha hecho actualmente más
evidente que nunca. Rusia ha sabido hábilmente aprovechar esta situación creando un entorno favorable a su intervención. Rusia se presenta, de alguna manera, como la
heredera del apoyo que la Unión Soviética proporcionó a los movimientos
independentistas durante la Guerra Fría. De esta manera, ha conseguido librarse del
estigma del colonialismo, a pesar de que la Rusia de hoy poco tiene que ver con los
objetivos y valores soviéticos. El resultado es que numerosos gobiernos y una parte
mayoritaria de la opinión pública africana creen hoy en día que la asistencia de la
Federación Rusa es más altruista y pragmática que la Occidental.
Al mismo tiempo, Rusia ha sabido aprovechar en su beneficio el cambio en las
prioridades estratégicas de las potencias occidentales. Con los Estados Unidos cada vez
más obsesionado con el Indo-pacífico y la atención europea saturada por la guerra en
Ucrania y pendiente de lo que pueda ocurrir en Gaza, las preocupaciones de seguridad
referidas a África se han convertido para norteamericanos y europeos en asuntos
secundarios a los que se ha prestado una atención menor dada la necesidad de priorizar
esfuerzos y economizar fuerzas.
Las viejas herramientas, como la operación antiterrorista Barkhane de Francia, se han
saldado con un rotundo fracaso, mientras la presencia militar norteamericana en países
como Yibuti, Kenia y particularmente Níger, donde los drones y los elementos de
inteligencia estadounidenses han desempeñado un papel importante en las operaciones
antiterroristas regionales, nunca ha pasado de un modesto nivel y hay pocos deseos de
que la huella militar estadounidense en el continente siga creciendo.
La controvertida presencia en su territorio de algunos Estados europeos que vienen
apoyando a gobiernos disfuncionales, ayuda a una mejor percepción de Rusia en África
al minar la confianza de la población africana, especialmente de su sector más joven, en
las verdaderas intenciones europeas. Al mismo tiempo, el hecho de que la UE haya sido
tradicionalmente reacia a apoyar a gobiernos africanos con un mal registro en la gestión
de los derechos humanos ha favorecido la penetración rusa para quienes las lecciones
sobre buena gobernanza y los debates sobre valores y reglas morales han quedado completamente eliminados del contenido de la cooperación.
De manera similar, el aparente contraste en el lenguaje y la actitud entre cómo europeos
y norteamericanos abordan la invasión rusa de Ucrania y como justifican la invasión
israelí de Gaza, unos conflictos que presidentes, como el ugandés Yoweri Museveni,
consideran estar impulsados ideológicamente y no ser más que «unos desperdiciadores
de tiempo y oportunidades», han llevado a los países africanos a la conclusión de que
europeos y norteamericanos no tienen en cuenta las preocupaciones africanas sobre la
seguridad en el continente, sino las propias.
La disparidad en la asignación de recursos y la mayor atención prestada a Ucrania o
Gaza en comparación con los problemas de seguridad en el Sahel, el Cuerno de África
o el golfo de Guinea ha dejado en las opiniones públicas africanas una sensación amarga
en cuanto a la jerarquía de las preocupaciones occidentales, que en el caso de Europa
no parece ser capaz de superar lo que Carlos Lopes, alto representante de la Unión
Africana en las negociaciones con la UE, define como la «fijación» de sus países con la
«amenaza migratoria».
La cooperación sigue estando basada en una relación asimétrica, en la que Occidente
habla mucho de asociación, pero no parece dispuesta a cumplir sus promesas, y menos a
hacer concesiones. Muchos africanos en el continente perciben la necesidad de cumplir
determinadas normas de comportamiento basadas en valores, como un acto de hipocresía
en función de a quién se apliquen. Por el contrario, el lenguaje ruso utilizado es, casi
siempre, de soberanía y el mensaje que transmite es que, a diferencia de europeos y
norteamericanos, Rusia no impone restricciones ideológicas, consideraciones éticas, o
limitaciones operativas a su política de cooperación en África.
El apoyo militar de Rusia a los gobierno de Mali, Burkina Faso, Níger e incluso Chad (sin
olvidar la República Centroafricana) es una prueba de los beneficios prácticos que ofrece
a regímenes autoritarios la cooperación rusa, al reemplazar la presencia occidental en
esos países por «operadores militares privadas» no sujetos a las restricciones operativas o éticas de las fuerzas occidentales. Igualmente, la ampliación del club BRICS
el 24 de agosto a Egipto y Etiopía, además de Sudáfrica, formaría igualmente parte de
la nueva política rusa dirigida a «desacoplar» el continente africano de las alianzas y
amistades occidentales y alinear a estos países con el nuevo orden alternativo que
propugna Rusia.
En definitiva, Rusia ha sabido aprovecharse de las inestables democracias africanas, de
sus gobiernos fáciles de ser influidos o controlados y del resentimiento antioccidental
predominante para asegurarse de que sus programas de desestabilización son
calurosamente acogidos por las dictaduras militares, especialmente en la zona del Sahel,
aunque ello suponga destruir el frágil tejido social de muchas sociedades africanas que
quedan sometidas a un estado de inestabilidad permanente.
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Ignacio Fuente Cobo
Coronel de Artillería. Diplomado de Estado Mayor
Ignacio Fuente Cobo es analista principal en el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Ha estado destinado en la División de Estrategia y Planes del Estado Mayor Conjunto como Jefe de la Sección de Estrategia. Ha sido profesor de Organización de la Escuela de Estado Mayor y Jefe del Área de Organización de la Escuela de Guerra del Ejército. Es colaborador de la Universidad San Pablo CEU. Es graduado por el Colegio de Defensa de la OTAN de Roma y Master en “Paz, Seguridad y Defensa” por el Instituto Universitario “General Gutiérrez Mellado” de la UNED.