Las costas del Mediterráneo reciben refugiados con incertidumbre y confusión.
por González Barcos
El norte del Mediterráneo se sume en un aprieto propiciado por el ascenso de las olas de gente que desde África se fraguan. Los refugiados no dejan de llegar abarrotando los bordes australes del viejo continente y la privacidad política de los Estados se desenvuelve de manera imprecisa. No obstante, esta crisis ofrece por un lado la reinterpretación de la escena europea frente al mundo y, asimismo, una oportunidad única a Europa para definir nuevamente sus ideas de convivencia. Más allá del problema de inserción de los refugiados, la cohabitación estatal y la multiculturalidad intrínseca de cualquier inyección poblacional extranjera, la cuestión se extiende por el itinerario conceptual, el análisis de las posibilidades de Europa en el ámbito sociológico y antropológico y sus capacidades para volver a concebir las bases de una sociedad modelo.
LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS SUS CONSECUENTES POSIBILIDADES
UN NUEVO ORDEN SOCIAL EN LA GLOBALIZACIÓN: LAS NUEVAS CLASES
Mientras el Mediterráneo se puebla de odiseas que buscan un final dichoso y boyante en el occidental mundo de las oportunidades, sus dos extremos viven realidades absolutamente indiferentes –ya no distintas–. Por un lado, el domesticado mundo capitalista que acondiciona todas las cláusulas de la vida civilizada, por otro se sucede un cosmos feroz, fuera de las dinámicas de seguridad y bienestar propias de una sociedad desarrollada. Las sociedades al norte del Mediterráneo viven el mundo globalizado, el mundo posmoderno; sin embargo, ese sentido de globalización ha dejado su significado marchito, tornando al que representa el contexto de los refugiados. Lo global ha dejado de encarnar apertura y conquista de capital, para pasar a ser el fuerte de cristal, el invernadero en que se ejercitan los derechos –y los hechos– de las poblaciones gestionadas en torno al peculio. Lo global es, en definitiva, el trozo de tierra que queda por encima del continente africano. La globalización –no solo devenida del internet– ha traído un nuevo eje de clases sociales: los subdesarrollados y los desarrollados; los refugiados y los anfitriones. La pugna es por derechos y el tablado el Mediterráneo. Así, ser subdesarrollado no sólo implica una menor cantidad de recursos y materias de producción, sino que acaba avocándote al terror y, sobre todo, te hace ajeno y remoto de la artificiosa vida que ocurre en los Estados del bienestar.
UNA OPORTUNIDAD PARA EUROPA
Aproximadamente dos semanas antes del desempeño de este artículo la Unión Europea multa a Hungría con 200 millones de euros por no acoger refugiados en la crisis siria de 2015. ¿Pero qué quiere, qué necesita, qué puede hacer Europa? Lo cierto es que hoy en día estas cuestiones se escinden en una clara dualidad. El modelo anglosajón que acepta la ‘modernización’ –el desempeño utilitarista a toda costa– y el franco-germano, que pretende salvar todo lo posible de los vestigios del Estado de bienestar de la vieja Europa. Hasta este punto la decisión sería inocua. Seguiría perpetuando la mansa oscilación que se perfila entre esas dos opciones vecinas. La verdadera oportunidad radica en resurgir colectivamente en un impulso genuino del pensamiento occidental y reformular nuestras consideraciones acerca de la conveniencia, no sólo de la acogida, sino también de la gestión de la mayor ventaja que tenemos: el capital. Reconocer el capital y la condición de “globalizados” como algo no excluyente de las dinámicas sociales de los países subdesarrollados es vital para el reconocimiento de una nueva Europa. No al mando del consumismo estadounidense, ni de lo valores autoritarios ‘con valores asiáticos’, sino, otra vez más, a la Europea, con innovación.
¿QUÉ HACER?
Lo primero que tiene que pretender Europa es ser claro y explícito en los criterios de aceptación a los refugiados: qué y cuánto. Teniendo un control neto de la acogida y no un descontrolado bruto, aunque si bien, siempre atendiendo a las necesidades básicas para la equidad de los cohabitantes. Es primordial asimismo replantear el sentido del multiculturalismo. No solamente desde sus bases teóricas, sino igualmente, desde los hechos que determinan cómo se desenvuelven las distintas culturas conviviendo en un espacio con una carga histórico-cultural concreta. El convencimiento debiera desprenderse del primer axioma: la lucha de los derechos humanos es universal. Para recuperar el conocimiento y uso legítimo de lo que llamamos ‘globalización’ y desprenderse de esta significación actual de incompatibilidad –política por producción–, la globalización tiene que poder volver a ser algo global, algo común dentro de lo universal.
Aceptando la consideración de que los refugiados no son algo a lo que sustentar por divino arte, ni una caracterización formal de nuestras veleidades y sensación de superioridad, sino muy al contrario, que suponen una de las repercusiones de nuestro sistema de capitalismo global. Europa tendrá que reafirmar su pleno compromiso con proporcionar medios que aseguren la supervivencia digna de los refugiados. En este punto no se puede ceder: las grandes migraciones son el futuro, y la única alternativa a ese compromiso es una renovada barbarie. Para ello quizás una comprensión de un estilo de vida más nómada o plástico, no por insulsa admiración de lo ajeno y sí por necesidad de conocer lo remoto. Quizás un nuevo modo de soberanía de las clases de acogida. Quizás un nuevo formato del reconocimiento de clases. Mas al fin, una forma renovada de concebir nuestra propia tierra y sus límites, que si bien encubierta por paredes y vidrieras del mentado “desarrollo”, dilata su capacidad de influencia hasta ocupar el espacio de otras.