Enrique Viguera
Embajador de España
Entre el 6 y el 9 de junio muchos europeos están convocados a votar en las elecciones al Parlamento Europeo. Tras las elecciones en el País Vasco y Cataluña puede haber un cierto hastío electoral en España, pero son unas elecciones importantes, en donde nos jugamos gran parte de lo que somos y de lo que seremos, y por eso no deberíamos dejar pasar la ocasión sin ejercer nuestro derecho de voto.
El Parlamento Europeo se ha enfrentado a una serie de escándalos que no le han ayudado a mejorar su merecido prestigio, sino al contrario. Recientemente se ha conocido el llamado “Qatargate”, con la presunta comisión de actos de corrupción, blanqueo de capitales y participación en una organización delictiva por eurodiputados, antiguos diputados y personal del Parlamento Europeo que ha requerido la intervención policial, y que ha mostrado el estrepitoso fracaso de los mecanismos internos de supervisión y alerta. Por mucho que se intenten prevenir estas situaciones en el futuro, lo que no me cabe la menor duda de que así se hará, el mal ya está hecho y el consiguiente coste de imagen, también.
También una reciente investigación transnacional en la que han participado una veintena de medios de comunicación de 22 Estados miembros de la Unión Europea (‘MEP Misconduct Investigation’), revelaba que 163 eurodiputados acumulaban en su historial habían protagonizado escándalos, lo que representa algo más de una quinta parte de los 704 actuales. El incremento del número de europarlamentarios independientes desde el inicio al final de la legislatura, de 28 a 50, se debe, en su mayor parte, a problemas que han tenido y que por ello han sido expulsados de sus respectivos grupos políticos sin encontrar otro con posterioridad que les acogiera (como los integrantes de Fidesz húngaro o los de Junts per Catalunya). Son estos europarlamentarios no inscritos en ningún grupo político los que precisamente reportan más ingresos al margen de lo que reciben del Parlamento Europeo. Pero también hay incidentes individuales protagonizados por europarlamentarios que han protagonizado malas noticias en los medios, como aquella acusada de espiar para Putin, otro que calificaba de pervertidos a los integrantes del movimiento LGTB, otro condenado por violencia doméstica, otro acusado de agresión y violación y en fin, entre los casos más patéticos, aquel eurodiputado homófobo húngaro pillado en una orgía gay en pleno confinamiento por el COVID.
Anecdótico o no, las presiones internas por integrarse en las listas de los partidos deben ser considerables porque son muchos los militantes que aspiran a un puesto en el Parlamento Europeo dado que tienen garantizados unos ingresos de más del doble de lo que cobrarían en sus Parlamentos nacionales, siendo compatibles, además, los ingresos recibidos de otras fuentes.
Por la imagen distorsionada y la (incorrecta) creencia de que el Parlamento Europeo sirve para poco, muchos votantes no calibran adecuadamente el negativo efecto de votar a los partidos o candidatos extremistas, tanto de derecha como de izquierda o incluso a candidatos populistas aislados o al frente de partidos. Berlusconi, Orban, Salvini, Farage, Le Pen (padre e hija), Wilders, Duda, Kaczyński, tienen en común su experiencia como europarlamentarios, como Ruiz Mateos o Puigdemont en el caso de España. Pero en realidad, ocurre lo mismo que a nivel nacional y esta tendencia al radicalismo no ha hecho más que crecer igualmente en las elecciones europeas, de manera que el riesgo de llegar a un Parlamento Europeo hipotecado por los extremistas también resulta real, como lo es a nivel nacional.
La conocida serie de Televisión, ‘Parlamento’ –sátira política coproducida por Bélgica, Francia y Alemania-, contiene todos los tópicos que rodean al mismo: ignorancia e ineficiencia de los parlamentarios, exceso de poder de los lobbies, burocratización, corrupción etc. En fin, una serie de críticas referidas a una minoría, pero que se extienden a la mayoría, y de las que ningún parlamento democráticamente elegido, ni siquiera los más señeros o representativos del mundo (como la Cámara de los Comunes o el Congreso norteamericano, por solo poner dos ejemplos), puede sustraerse.
Pero la importancia de esta institución comunitaria es indudable y no ha hecho más que crecer en los últimos años hasta convertirse en un órgano colegislador de la Unión Europea, prácticamente al mismo nivel que el Consejo, el órgano representativo de los Estados, lo que parecía imposible hace apenas unos años. En efecto, el procedimiento de codecisión, en el que Consejo y Parlamento Europeo actúan en plano de igualdad es, con mucho, el más utilizado para el procedimiento legislativo comunitario en el momento actual. Y no hay que olvidar que la legislación comunitaria supone el 80% de la normativa legal que se aplica en los Estados miembros.
Además la próxima legislatura europea será trascendental para el futuro de Europa. Para empezar con los asuntos de seguridad, pues estamos rodeados de conflictos que nos conciernen directamente: tenemos un conflicto militar de grandes proporciones en la vecindad europea tras la invasión de Ucrania por Rusia que puede amenazar la propia existencia de la Unión Europea; otro en auge, no tan lejos, en Oriente Medio y una desestabilización creciente en el Sahel; están pendientes las transiciones energética y digital; es preciso ahondar en la autonomía estratégica; el Mercado Interior dista mucho de estar completo y requiere nuevas e importantes profundizaciones en diferentes campos, como el de los transportes, la energía, las telecomunicaciones, las finanzas etc.; es preciso responder adecuadamente a la próxima ampliación de la Unión Europea sin poner en peligro la integración; se requiere profundizar en las diferencias de renta y sociales entre las regiones y Estados miembros, modernizando la agricultura; es necesario mantener las finanzas públicas debidamente saneadas y defender a la moneda única. En fin, está en juego nuestro modelo europeo de desarrollo económico y social. Todo esto, incluyendo más recientemente el apoyo al desarrollo de una industria militar europea, va a requerir muchos fondos para los próximos años. Y sobre todo esto el Parlamento Europeo está llamado a jugar un papel fundamental, en defensa de los valores y los intereses europeos.
Actuación fundamental que no puede dejarse en manos de euroescépticos, extremistas o populistas, que persiguen otros valores y a veces son más proclives a inclinarse por soluciones que a veces pueden llegar a beneficiar más a otros países terceros que a la propia Unión Europea. Votemos, pues, con libertad pero con responsabilidad en las próximas elecciones europeas, asumiendo la importancia de nuestro voto. No nos dejemos impresionar por aquellos cuyo discurso esté lleno de denuncias de la inoperancia o ineficacia de las instituciones, radicalismos excluyentes, críticas a la integración europea o llamamientos a la renacionalización de políticas.
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