<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>El 2 de mayo de 1808, el rumor de que la familia real pretendía salir de Madrid para reunirse con Carlos IV en Bayona provocó un alboroto popular que la desproporcionada respuesta de las tropas de Napoleón convirtió en la chispa de la Guerra de la Independencia. Testigo de aquellos acontecimientos fue <a href="https://thediplomatinspain.com/2024/04/el-embajador-de-napoleon-cuenta-su-version-sobre-el-2-de-mayo-en-madrid-2/" target="_blank" rel="noopener noreferrer">el embajador de Francia, cuyo optimismo rayaba en la más absoluta ingenuidad.</a></strong></h4> “El acontecimiento de anteayer (2 de mayo) tiene hasta ahora todas las consecuencias que se podían esperar de una victoria de magno tamaño”, escribía <strong>Antoine René Mathurin, conde de La Forest</strong>, en una carta dirigida al emperador <strong>Napoleón Bonaparte</strong> y recogida por el historiador e hispanista francés <a href="http://madrid1808.memoriademadrid.es/templates/pdf/publicaciones/ILUSTRACION_DE_MADRID.pdf"><strong>Jean-René Aymes.</strong></a> “<strong>El partido de Fernando ha sido completamente derrotado</strong> mediante la canalla a la que había puesto en las primeras filas”, prosiguió el embajador, destinado aquel mismo año en Madrid. “La tranquilidad de las tropas españolas y de cuanto no era populacho en la capital ha de demostrar a ese Príncipe (Fernando VII) que todos los ardides de sus partidarios no llegaron a darle lo que constituye la fuerza de los soberanos”, prosiguió. Según el embajador, “el odio que inspiraba el Príncipe de la Paz (el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy) era la casi única potencia de quien le derribó”, pero “esa potencia se ha esfumado en las cabezas pensantes”. Por ello, aseguró el embajador a Napoleón, <strong>“de manera general se prevé el cambio de dinastía”</strong>, de la borbónica a la bonapartista. “La esperanza de ventajas para la nación hace que la mayoría de la Junta ilustrada renuncie a la familia que reinaba, con las excepciones vinculadas a pasiones, intereses o fidelidad a juramentos prestados”, de tal manera que “todo se someterá ante la fuerza de las circunstancias, cuando no por convicción”, concluyó. Una semana más tarde, La Forest se empeñaba en confundir deseos con realidades en otra carta, en este caso al ministro francés de Asuntos Exteriores: “<strong>El día 2 ha destruido de manera irreversible la potencia del partido de Fernando</strong>. Gracias a la mezcla certera de energía y de cautela, demostrada por Su Alteza Imperial, la dirección del gobierno español ha pasado ya a sus manos”. La Forest fue embajador en Madrid hasta 1812, y a finales del año siguiente Napoleón le encomendó la misión de negociar con Fernando VII el Tratado de Valençay por el que se devolvía el trono de España a los Borbones. Una vez de vuelta a su país, en abril de 1814 fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno provisional del recién entronizado Luis XVIII. De repente, y por esas paradojas de la historia, el adalid de la “nueva dinastía” bonapartista en España había alcanzado el cénit de su carrera política con la restauración de la vieja dinastía borbónica en Francia.