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Una potencia estresada, EEUU, y otra preocupada, la RP China

 

RESUMEN

La esperanza norteamericana, una vez superada la Guerra Fría, de rebajar su presencia militar en el mundo y pasar a liderar desde la retaguardia, se desvaneció ante el reto que la revivida potencia asiática, la República Popular China, plantea a Washington en estos momentos. La proliferación de conflictos, de extrema gravedad, impiden el añorado leading from behind, y hace de los Estados Unidos una potencia estresada. Las dificultades en la economía china, así como las persistentes tensiones en sus mares interiores, tanto con los países vecinos como con las formaciones aeronavales estadounidenses, con el foco puesto siempre en la incorporación de Taiwán al mapa de la República Popular, son causa de preocupación que el hermético régimen de Pekín apenas puede disimular. De cómo solventen su rivalidad los dos gigantes dependerá el estado final de la reconfiguración de las relaciones internacionales en su transición del multilateralismo de corte occidental a un orden multipolar asimétrico.

«En mi opinión, el destino de la humanidad depende de si Estados Unidos y China pueden llevarse bien. Creo que el rápido progreso de la IA, en particular, les deja solo entre cinco y diez años para encontrar la manera».
H. Kissinger
17 de mayo de 2023

Francisco José Dacoba Cerviño / IEEE

 

El rumbo de colisión en el que parecen empeñados los Estados Unidos y la República Popular China es el factor más determinante en el incierto devenir de la reconfiguración del orden internacional. Y no parece que una posibilidad más amable se vislumbre en el horizonte. A pesar de ciertos brotes verdes en las relaciones entre ambos gigantes, como la apertura de canales de comunicación militar, permanecen riesgos innegables, como el futuro de Taiwán. Y, además, una duda que preocupa por igual a ambos lados del Pacífico: ¿volverá Donald Trump a ser presidente de los Estados Unidos?

 

Estados Unidos: la potencia estresada

El final de la Guerra Fría, victorioso para una comunidad euroatlántica que había vivido al borde del abismo nuclear durante décadas, dio paso a un estado de euforia, especialmente prometedor para la única superpotencia del momento. La incipiente pax americana nacía sin fecha de caducidad y los Estados Unidos se disponían a redimensionar su presencia militar fuera de sus fronteras. Tanto en Europa como en Oriente Medio bastarían unos pocos miles de efectivos, y algo más testimonial incluso en otros escenarios aún menos demandantes. Apenas se empezaba a ejecutar este redimensionamiento cuando se producen los ataques del 11S, a los que sucedieron las campañas de Afganistán e Irak; las fallidas primaveras árabes, con la guerra de Siria como capítulo más decisivo; la aparición del Dáesh y la proclamación del Califato, y la guerra, iniciada en 2014, de Rusia contra Ucrania. Y en el Pacífico, el reto que presenta el impresionante resurgir de la República Popular China, máxima preocupación a la que Washington quisiera dedicar todos sus esfuerzos.

 

Como las preocupaciones, al igual que las desgracias, nunca vienen solas, no es únicamente China quien cuestiona la hegemonía norteamericana. Rusia, Irán y Corea del Norte ponen especial interés en incendiar todos y cada uno de esos escenarios de los que Washington quisiera, si no desentenderse, sí al menos monitorizar desde un segundo plano: leading from behind. Pero ya no es posible. Europa vive sus momentos más críticos desde ese ya lejano final de la Guerra Fría. La estabilización de buena parte de Oriente Medio que anunciaban los Acuerdos de Abraham ha saltado por los aires el pasado 7 de octubre de 2023. En África se suceden los golpes de Estado en los que el denominador común, en buena parte de ellos, es la expulsión de las antiguas potencias coloniales para dejar paso libre a otros actores, China y Rusia especialmente, pero no solo. En la fachada asiática del Pacífico se suceden las provocaciones norcoreanas al vecino Japón, son frecuentes los incidentes entre formaciones aeronavales chinas, o rusas, y occidentales, y las disputas de Pekín con los países ribereños de los mares interiores de China (Filipinas, Vietnam…) alimentan una tensión permanente en la región. A todas estas circunstancias no puede ser ajena Norteamérica.

 

De todas las potencias revisionistas es China la que más inquieta en Washington. Más de lo que lo hiciera la Unión Soviética en su momento. Porque entonces la credibilidad norteamericana era indiscutible; porque la URSS nunca estuvo a la altura de su rival más allá de lo militar, especialmente, eso sí, en materia nuclear, y porque la China de hoy sí que es vista en la Casa Blanca como un peer-competitor comercial, tecnológico… y pronto, también, militar. Todo lo cual dibuja un escenario radicalmente opuesto al imaginado durante la breve pax americana.

 

Lejos de ver diluirse sus compromisos globales, los Estados Unidos se sienten inevitablemente abocados a admitir que se han convertido en una potencia estresada, «The overstretched Superpower». Ante semejante desafío, la cuestión que circula dentro y fuera del país es la de si una sociedad tan fragmentada, disfuncional según algunos analistas, está en las mejores condiciones para afrontarlo. La otrora indiscutible capacidad norteamericana de imponer su voluntad es cuestionada por los magros resultados de las intervenciones militares de las dos últimas décadas, y la credibilidad norteamericana sufrió un serio golpe con la retirada apresurada y caótica de Kabul, en agosto de 2021. Su disuasión se resiente cuando un presidente en ejercicio, como lo era Trump en su momento, afirma que la OTAN es una herramienta obsoleta, y reitera sus críticas ahora, en plena campaña para la reelección.

 

La respuesta a semejante reto no puede hacerse esperar. Es, precisamente, en el aspecto militar en el que esta respuesta es más evidente: en los últimos ejercicios el gasto militar norteamericano no ha dejado de acrecentarse, ampliando con ello el diferencial con el resto de países, incluida China. A ello ha contribuido la constatación de carencias en capacidades y en reservas de material y munición de todo tipo que ha puesto sobre la mesa la invasión de Ucrania. Por otra parte, la Administración Biden también ha redoblado esfuerzos para contrarrestar la penetración china en el denominado sur global, y para ello ha convocado cumbres de democracias a las que ha invitado a más de cien países, o mediante iniciativas similares de carácter regional en África e Iberoamérica. En un orden más práctico cabe reseñar la reciente presentación del Corredor Económico India Oriente Medio Europa (IMEC), una apuesta ambiciosa que oponer a la ya veterana Belt and Road Iniciative (BRI) china, la nueva Ruta de la Seda.

 

Un elemento imprescindible para que los Estados Unidos reduzcan el nivel de estrés, aunque sea parcialmente, es compartir la carga con los amigos y aliados. La Unión Europea, el Reino Unido, Japón, Corea del Sur o Australia, y acaso también la India o las monarquías del Golfo, por citar solo a algunos de ellos, estarán dispuestos a compartir esa carga, pero siempre en función de sus propios intereses, que no coincidirán necesariamente y en su totalidad con los norteamericanos, y de sus temores a enajenarse a un actor tan temible como inevitable, como es la República Popular China. Y aun cuando haya total sintonía, todos ellos están, en términos de capacidades militares, a años luz de las estadounidenses, por lo que no es realista pensar que los aliados puedan prescindir de Washington para afrontar los conflictos que requieran el empleo de la herramienta militar, singularmente cuando esto incluya combates de alta intensidad. La guerra en Ucrania abunda, de nuevo, en esta realidad. Para aliviar sus penas, Estados Unidos pretende que sus aliados en la OTAN se impliquen y paguen más por su propia seguridad, ahora claramente en juego frente a la agresividad rusa, y que le acompañen en su rumbo de colisión con China en aguas del Indopacífico. De ahí que el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, aprobado en Madrid en 2022, mencione el desafío que para la Alianza supone el gigante asiático.

 

El gran problema para los Estados Unidos, no obstante, no es únicamente el que se deriva de las reticencias que puedan presentar los amigos, ni de los temores frente a los adversarios, sino que es más bien de orden interno. Una fractura como la que se experimenta en el seno de la sociedad norteamericana impide no solo concentrarse en el reto que plantean terceros, sino que ni siquiera permite el acuerdo para identificar y valorar adecuadamente la magnitud del problema. En consecuencia, no será fácil tomar consciencia de lo que está en juego, diseñar las estrategias y disponer los medios necesarios para alcanzar los objetivos deseados.

 

China: la potencia preocupada

La economía ha sido la gran baza del Partido Comunista para consolidar su hegemonía y legitimidad indiscutibles ante la población china. La crisis desatada por la pandemia fue gestionada por el Gobierno con una política draconiana de control de la enfermedad durante el cierre de la sociedad en la fase crítica y, posteriormente, con la denominada política de cero-COVID. Desde entonces se repiten las malas noticias. La economía china se desacelera de manera sostenida, algo hasta cierto punto lógico pues las cifras de crecimiento a doble dígito no podían mantenerse de manera indefinida. La burbuja inmobiliaria ha causado la quiebra del gigante Evergrande, y nada permite suponer que será la última. La pandemia y el incremento de control por parte del Partido sobre la economía del país han tensionado los indicadores de crecimiento, que apuntan a un aterrizaje ¿suave? El intervencionismo estatal pone, además, en duda la solvencia del país para los inversores extranjeros, temerosos de que en cualquier momento el Gobierno ponga en marcha medidas heterodoxas.

 

Varios son los nubarrones que se divisan en el corto plazo. El próximo presidente de los Estados Unidos, sea Biden o Trump, persistirá en la guerra económica y tecnológica, buscando desconectar ambas economías, lo que dañará inevitablemente a la china. La cronificación de la guerra en Ucrania seguirá desencadenando nuevas rondas de sanciones a Rusia, que ya empiezan a incluir expresamente a empresas chinas, a las que se reprocha su apoyo al esfuerzo bélico de Moscú. Un posible cierre de la ruta comercial a través del mar Rojo, sometida a las tensiones que provocan los ataques a la navegación por parte de los rebeldes hutíes, tampoco sería una buena noticia para un gigante comercial como China. La vecina India, a su vez, presenta sus credenciales comerciales, industriales, demográficas, geopolíticas y militares sobre las que fundamentar su deseo de sentarse, en pie de igualdad, a la mesa de las grandes potencias. A todo esto, se añaden tensiones con casi todos los países ribereños de los mares interiores de China, ruta de paso obligado del intercambio de este gigante comercial con el resto del mundo.

 

Y, finamente, Taiwán, una ilusión que puede devenir en pesadilla. La isla es irrenunciable para Pekín: la reunificación de la patria china debe alcanzarse, y se alcanzará. Con esta contundencia se expresa el presidente Xi para dejar clara la determinación de su Gobierno a este respecto. Cerrada la opción pacífica, desacreditada por la evidencia de su fracaso en Hong Kong, ya solo queda el recurso a medidas más agresivas, desde el bloqueo económico a la intervención militar. Pero las posibilidades de éxito de una invasión en fuerza chocan con el poco estimulante ejemplo del enquistamiento de la guerra en Ucrania. La victoria de Lai Ching-te en las elecciones taiwanesas del pasado mes de enero supone otro jarro de agua fría sobre los planes de acercamiento pacífico de Pekín a la isla rebelde. En resumen, nada claro qué hacer con Taiwán.

 

Pero China no va a colapsar. Porque es y seguirá siendo la gran potencia comercial global, que avanza en su carrera tecnológica y que pronto lo será también en lo militar. El Partido Comunista, es decir, el presidente Xi, tiene el control absoluto. Y, a pesar del desencanto que la nueva ruta de la seda está ocasionando en alguno de los receptores de la ayuda china, el país es visto como una potencia amable en el sur global, y lidera o impulsa iniciativas tan potentes como la Organización de Cooperación de Shanghái, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) o el recientemente ampliado grupo de los BRICS+.

 

Cuando dos elefantes se pelean…

…es la hierba la que sufre. Este dicho africano bien podría resumir el sentimiento del resto de actores internacionales a la vista del que parece inevitable choque de trenes entre Washington y Pekín. Nada bueno cabe esperar si no se reducen las tensiones entre ambos, pues su guerra comercial y tecnológica, mediante el intercambio de vetos y aranceles, y su disputa por la hegemonía mundial, tiene inevitables repercusiones negativas para la estabilidad internacional, para el progreso de la economía mundial y para la gestión de crisis trasnacionales como las que provocan el calentamiento global, el crimen internacional, los movimientos migratorios masivos o la revivida carrera de armamentos, convencional y nuclear.

 

Dos gigantes en su laberinto

En la entradilla de este artículo expresa Henry Kissinger su preocupación de que los dos grandes sean incapaces de encontrar fórmulas de distensión, y no solo en lo que a la inteligencia artificial se refiere. Si no de franca cooperación, sí al menos en modo control de daños. Para los Estados Unidos, la única manera posible de desestresarse un poco sería la de llegar a algún tipo de coexistencia con China. Una coexistencia siempre tensa, pero pacífica. Para China, a su vez, esta misma fórmula le permitiría diluir algunas de sus preocupaciones.

 

Lo quieran reconocer, o no, ambas potencias tienen buenas razones, tanto de orden interno como hacia el exterior, para adoptar un enfoque más pragmático de sus relaciones y que no se materialice el peor escenario posible. Los ataques de las diversas milicias patrocinadas por Irán contra objetivos estadounidenses en el mar Rojo, en Siria y en Irak ponen en evidencia que esta potencia ya no está en condiciones de arbitrar en las disputas en la región o de imponer medidas definitivas. Que la única opción que le resta a China para reintegrar Taiwán sea la de la coerción y el empleo de la fuerza, con todas las dudas que ello plantea, es muy inquietante: el éxito no está asegurado, el fracaso sería inadmisible. El incremento en los esfuerzos en materia de seguridad de los vecinos, así como su estrechamiento de lazos con Washington, ha llevado a Xi Jinping a afirmar, ante los delegados del XX Congreso del Partido Comunista, que «debemos estar preparados para resistir vientos fuertes, aguas turbulentas e incluso peligrosas tormentas en nuestro camino».

 

Henry Kissinger falleció el pasado 29 de noviembre de 2023. Sus decisiones cuando ejerció responsabilidades de gobierno, o sus análisis como experto conocedor de la historia y de las relaciones internacionales, han sido muy controvertidos. Su última predicción, la de que el mundo dispone de una exigua ventana de cinco a diez años para evitar lo impensable debería ser una poderosa llamada de atención para que la potencia estresada y la potencia preocupada se sienten a hablar y buscar, juntas, la salida de emergencia. Eso, o lo desconocido.

 


FRANCISCO JOSÉ DACOBA CERVIÑO

General de Brigada

Es director del Instituto Español de Estudios Estratégicos desde septiembre de 2018. Es también diplomado en Alta Gestión de Recursos Humanos por el CESEDEN, en Altos Estudios Internacionales por la Sociedad Española de Estudios Internacionales (SEI) y por el Colegio de Defensa de la OTAN (NADEFCOL), de Roma.

Ha participado en numerosas actividades de carácter internacional en el marco del Eurocuerpo y de otros Cuarteles Generales de la Alianza y, en el ámbito operativo, ha sido jefe de la Unidad de Inteligencia de la División Mecanizada y ha estado al mando de la Brigada de Infantería Mecanizada ‘Extremadura’ XI. Formó parte del contingente español en la Misión de Naciones Unidas UNPROFOR, en Bosnia Herzegovina, en 1.994. En 2.003 fue miembro de la Coalition Provisional Authority, (CPA) para la reconstrucción de Irak, con sede en Bagdad. Y en 2.013 y 2.014 tuvo el mando de la Brigada Multinacional del Sector Este de UNIFIL y ejerció como comandante de dicho sector de la Misión de las Naciones Unidas en el sur de El Líbano.

 

 

Alberto Rubio

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