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Israel contraataca en Líbano y Siria

Pedro González

Periodista

 

Tan concentradas estaban las miradas en la guerra de Gaza que apenas se prestaba atención al diario hostigamiento de la milicia proiraní de Hezbolá sobre las poblaciones israelíes situadas a proximidad de la frontera de Israel con Líbano y Siria.

 

La cadencia de los misiles del Partido de Dios -es lo que significa Hezbolá-, dirigido por el ayatolá Hasán Nasrallah, se estaba acrecentando desde principios de año, al tiempo que Israel contestaba advirtiendo de que si se decidía a responder lo haría con enorme contundencia, dejando en el aire que la destrucción a la que sometería al sur del maltrecho Líbano podría equipararse, e incluso sobrepasar, la escombrera en la que está convirtiendo a la martirizada Franja de Gaza.

 

Este viernes Israel empezó a cumplir su amenaza al intensificar sus bombardeos de represalia contra la milicia chií, en la operación más letal realizada por Israel en los últimos tres años. El ataque se centró especialmente en un almacén de misiles y en el centro de entrenamiento cercano, ambos situados en las inmediaciones del aeropuerto internacional de Alepo, antaño una de las joyas urbanas de Siria y fuente principal de sus ingresos por turismo.

 

El bombardeo, saldado al menos con 42 muertos, de ellos 36 militares sirios y 6 milicianos de Hezbolá, además de muchas decenas de heridos, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, también se extendió a factorías de armas en Al Safira y otras instalaciones militares en Kafr Joum.

 

Esta era en realidad la 29ª operación de represalia israelí en lo que va de año, pero su alcance y número de víctimas sobrepasa ampliamente a las realizadas precedentemente.

 

Las fábricas atacadas, aunque nominalmente pertenecientes a las Fuerzas Armadas sirias, estaban bajo el control de las milicias y consejeros enviados, respaldados y financiados por Irán, que no ha llegado a admitir abiertamente ese control, tampoco sobre Hamás, desde la masacre desencadenada por éste el pasado 7 de octubre, la operación terrorista saldada con 1.200 muertos, más de 3.000 heridos y 240 secuestrados, de los que unos 123, vivos o muertos, aún permanecen presos en los subterráneos de Gaza.

 

Como era de prever, este contrataque israelí eleva la temperatura en todo Oriente Medio y nos aproxima más al temido desbordamiento de la guerra de Gaza hasta límites indefinidos, pero temiblemente amplios.

 

La operación, decidida a todas luces por el primer ministro Benjamin Netanyahu, afloja la presión que sobre él y su gobierno ejercían tanto los familiares de los aún secuestrados y las numerosas instituciones israelíes e internacionales que los respaldan, y contrarresta también las exigencias de Estados Unidos respecto de que no lanzara su anunciada operación final sobre Rafah, al sur de Gaza, “si no tenía un plan bien definido de evacuación de la población palestina allí confinada que evitara la muerte masiva de civiles”. 

 

También excita al propio Irán, al que no se cansa de culpar de la tensión que sufre toda la región, exigiendo a toda la comunidad internacional que actúe “antes de que sea demasiado tarde”. A este respecto, el portavoz de Asuntos Exteriores del régimen teocrático iraní, Nasser Kanaani, acusaba a su vez a Israel “de intentar extender la guerra [de Gaza] en una operación flagrante y desesperada”.

 

Más matizadas, pero no menos acusatorias eran las declaraciones de la portavoz de la diplomacia de Rusia, María Zajárova, al calificar de “categóricamente inaceptables” los bombardeos, con consecuencias potencialmente muy peligrosas para toda la región.

 

No han hecho mella tales declaraciones en el gabinete de guerra israelí, cuyo ministro de Defensa, Yoav Gallant, contestó que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) “ampliarán su ofensiva contra Hezbolá, pasando de la mera defensa [de sus fronteras] a su persecución, de manera que vamos a aniquilar todos aquellos nichos desde los que opera, tanto en Beirut y Damasco como los que se encuentren más alejados”.

 

La inteligencia israelí ha identificado más de 4.500   objetivos de Hezbolá repartidos tanto en el Líbano como en Siria. De ellos, ya había atacado 1.200 desde el comienzo de la guerra de Gaza.

 

Apenas se producía este anuncio de Gallant, Estados Unidos reiteraba que mantendría el flujo de suministro de armas a Israel, sostén que demuestra que, sean cuales sean las diferencias entre el presidente Joe Biden y Benjamin Netanyahu, la alianza de hierro norteamericana-israelí seguirá incólume.

 

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Alberto Rubio

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