Eduardo González
En 1690, el Sultán de Marruecos Muley Ismail envió a Madrid a su secretario personal, Abd al-Wahhab al Gassani, oriundo de Fez y de ascendencia andalusí, para negociar con el Rey Carlos II el rescate de 500 cautivos musulmanes que habían sido capturados por marinos mallorquines.
La misión, según uno de sus principales estudiosos, el historiador Mariano Arribas, concluyó en 1691 sin éxito, pero el embajador del Sultán no sólo no perdió el tiempo, sino que nos dejó un interesantísimo ejemplo sobre cómo veían los ojos de un musulmán el pesado ceremonial barroco de la Semana Santa en el Madrid de los Austrias.
El embajador llegó a Madrid en diciembre de 1690, donde fue recibido con todo tipo de atenciones, fue alojado en una lujosa mansión y dotado para sus gastos con cien piastras diarias procedentes del erario español.
Su experiencia española, que comenzó con su desembarco en Cádiz, lo relata Al Gassani en su documentadísimo libro Viaje a España de un embajador Marroquí, en el que describe la vida social, religiosa, cultural y administrativa española e incluso escribe sobre la historia de la conquista de Al Ándalus y lamenta la pérdida del país a manos de los cristianos.
En uno de los momentos más interesantes del libro, por el contraste cultural y religioso que refleja, el embajador Al Gassani muestra su perplejidad por la religiosidad tan particular que rodeaba a la Semana Santa en Madrid.
De entrada, el ayuno de la Cuaresma le parece sorprendentemente leve en comparación con el Ramadán al que estaba acostumbrado. “Durante la Cuaresma comen todo el día y a eso lo llaman ayuno”, relata. “Este ayuno no consiste en abstenerse de beber, de comer o de cohabitar con la mujer, sólo se privan de comer carne”, prosigue. Es más, “los grandes personajes, los que tienen una excusa basada en la salud” o los que pagan “la boleta” que les exime de la obligación, “pueden comer carne con permiso del Papa”.
En cuanto a las procesiones y ceremonias, el libro abunda en detalles enriquecidos con los pasajes de los Evangelios relacionados con cada celebración. Por ejemplo, Al Gassani recoge con detalle la celebración del Domingo de Ramos, en la que, como embajador que era, fue testigo de la asistencia de Carlos II a la capilla de Palacio para “escuchar todas esas impiedades”.
El Jueves Santo era, para el embajador, el “día del quebrantamiento del ayuno, al que llaman la Pascua”. Tras explicar la ceremonia del lavado de pies por parte del Rey en el Alcázar, Al Gadassi relata las procesiones del día, en las que “todos los cristianos, sacerdotes y monjes, dignatarios y bajo clero, se reúnen, sacan las cruces e imágenes que adoran y las pasean por las calles de la ciudad”.
“Se dirigen de una iglesia a otra y manifiestan con ello su aflicción y piedad. Pretenden que el Crucificado fue tratado de esta manera”, añade en el texto, en el que describe uno a uno los pasos y los sacrificios voluntarios a que se prestaban algunos fieles, que se azotaban o se hacían crucificar (“he visto la sangre correrles por los pies, las manos y la cabeza enganchados a una columna de hierro… llevaban la cara cubierta para no ser reconocidos”) para “imitar” a Jesús.
El Viernes Santos, prosigue el embajador del Sultán, “los españoles salen de nuevo con la imagen del Crucificado en el momento en que es colocado en la Cruz, cuando ya ha descendido de la Cruz y cuando yace enterrado en la tumba”, al tiempo que “leen salmodias llenas de tristeza”. “Esos días, todo el mundo, grandes y comunes, va a pie. Se cuenta que fue Juan de Austria, hermano del Rey, quien defendió que sólo se vaya a pie durante los días de procesión”.
Al Gassani concluye su crónica sobre la Semana Santa con una cita del Corán en la que se asegura que Jesús “no fue muerto ni crucificado”, sino que “Dios lo elevó al Cielo”, y con un lamento: “Estos perdidos se hacen la ilusión perseverando en sus creencias y en sus evidentes errores”. “Satán los ha seducido haciéndolos ciegos”, añadió, citando la Sura VII, Versículo 21 del Corán.