Carles Pérez-Desoy Fages
Diplomático
En las próximas elecciones europeas vamos a ver el retorno de un argumento que no es nuevo: las críticas a la supuesta inoperancia, falta de democracia y representatividad de la Unión Europea y sus instituciones. La serie Parlement (FILMIN), una especie de Yes Minister ambientado en la UE refleja bien, en clave de parodia, de este tipo de reproches.
Pero el humor pierde toda la gracia cuando vemos que, buena parte de la artillería llega desde las trincheras de la extrema derecha, paradójicamente muy preocupada por el déficit democrático de las instituciones europeas.
Desde luego, no todo el mundo comparte estas críticas. Simon Hix, profesor de la London School of Economics, cree que el sistema mixto y singularísimo de toma de decisiones que caracteriza a la UE es un gran acierto. ¿Por qué? Hix cree que la participación de distintas instituciones muy heterogéneas – algunas, como el parlamento, de carácter representativo, y otras, como los odiados “eurócratas”, señaladas por su “déficit democrático” – a la hora de construir acuerdos, es un excelente contrapeso de los intereses – con frecuencia oscuros – de los lobbys, con un claro beneficiario: los consumidores.
Se calcula que en Bruselas hay 15.000 lobbistas, integrados en unos 2.000 lobbies que trabajan para que las regulaciones de la Unión Europea favorezcan a las empresas que les pagan. Algunas muy acreditadas y respetables, otras tan controvertidas como las tabaqueras, petroleras o productoras de transgénicos.
Pero a pesar del extraordinario peso de estos lobbys, la UE se ha convertido en el principal paladín mundial en la defensa del consumidor, frente a los intereses multimillonarios, no siempre transparentes, de las grandes corporaciones y de sus, a veces, tenebrosos tentáculos.
¿Quién impulsó la prohibición del roaming? ¿Y el overbooking? ¿Ya nos hemos olvidado de aquella lacra endémica impuesta por la vía de los hechos consumados por las aerolíneas? ¿Y la prohibición de muchos productos no biodegradables? ¿Y la estandarización de los cargadores de los teléfonos móviles? Es solo un puñado de ejemplos que nos ayuda a visualizar este esfuerzo de la Unión Europea para impulsar legislación en defensa del consumidor que, de otra forma, difícilmente hubiesen visto la luz.
Pero no se trata únicamente del consumidor europeo. La UE es una potencia regulatoria formidable, que ha propiciado la “exportación” a muchos otros países de un buen número de estas regulaciones que protegen al consumidor. Es el llamado “efecto Bruselas”. Irradiación jurídica. Es fácil entender que a un anónimo y bien pagado “eurócrata” le resulta más fácil que a ciertos políticos – particularmente en Estados frágiles -, ignorar presiones mediáticas o “incentivos económicos” y, si hace falta, dar con la puerta en las narices a un lobbista, por más poderoso que sea.
Desde su fundación la mayor fuerza de la Unión Europea reside en su Derecho, y la defensa de los consumidores es sólo una de sus múltiples manifestaciones, no todas evidentes. ¿Cuántas divisiones tiene el Papa? preguntó irónicamente Stalin cuando, como es bien conocido, el ministro de AAEE del Frente Popular francés le había pedido que rebajara la presión sobre los católicos rusos, aduciendo que eso ayudaría a su gobierno a mejorar las relaciones con el Vaticano.
Por el momento, cuando el debate sobre la autonomía estratégica empieza a abrirse paso, la UE, como el Vaticano, tampoco tiene divisiones acorazadas. Pero frente a la fuerza, advirtió Victor Hugo, nos queda el derecho. Convendrá recordarlo cuando dentro de pocas semanas comience la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo, y cierta artillería política y mediática empiece a tronar contra la UE, acusándola de inoperancia y déficit democrático.
© Este artículo fue publicado originalmente en Diari de Girona