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La Presidencia norteamericana puede jugarse en la Franja de Gaza

 

RESUMEN

Ante un más que previsible enfrentamiento Biden-Trump en las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre, las consecuencias derivadas del conflicto judío-palestino en Gaza podrían ser determinantes. La batalla electoral final se luchará en los denominados ‘swing states’. ¿Qué votarán los musulmanes de esos estados? ¿O se quedarán en casa, privando a los demócratas de un puñado de votos que resultarán definitivos?

 

José Antonio Gurpegui

 

Hace unos días participé en un encuentro organizado por la Fundación Consejo España-Estados Unidos con uno de los responsables del Think Tank norteamericano Atlantic Council. Aunque el contenido de su intervención y debate se centraba en Iberoamérica y las relaciones comerciales, las elecciones presidenciales -¿acaso podía ser de otra forma?- también fueron objeto de análisis. Afirmaba Jason Marczak, el investigador de referencia, que la carrera va a estar tan reñida que en su organización están trabajando con panoramas alternativos según gane uno u otro de los contendientes. Daba por supuesto que volveremos a encontrarnos ante una situación idéntica a la de hace cuatro años con Biden y Trump, Trump y Biden, como contendientes.

 

Efectivamente todo parece indicar que Donald Trump será finalmente el candidato republicano. Su reciente victoria en Carolina del Sur, donde la contendiente Nikki Haley “jugaba en casa”, acumulando una ventaja de casi 100 delegados (119/22) se antoja definitiva incluso antes del supermartes del próximo 5 de marzo -en juego 874 de los 2429 delegados-, por más la antigua embajadora ante la ONU pregone a los cuatro vientos su determinación a seguir adelante.

 

En las líneas demócratas todo apunta que también será Biden el candidato. En el camino han quedado el verso libre de la familia Kennedy, Robert F. Jr., retirado el 9 de octubre asegurando que se postularía como independiente, y la excesivamente radical para los estándares norteamericanos Marianne Williamson, con un escueto 3% en los primeros comicios. Continúa en la pugna el congresista por Minnesota Dean Phillips, implorando conseguir su primer representante, lo que no representa un futuro prometedor.

 

El margen para la sorpresa resulta cada ve más estrecho, infinitamente estrecho, pero con el tipo de actores que tenemos en liza ni su presencia en el “ticket” final puede darse por seguro al 100%. Asumamos que no se producirán más sobresaltos en las candidaturas y todo discurrirá según lo previsto. Los motivos por el que nos veremos en este singular día de la marmota con 4 años de intervalo tienen que ver con las motivaciones de cada uno de los partidos para designar a su candidato.

 

La influencia de Trump en el republicanismo resulta tan turbadora como inaudita. Ni la pérdida de la presidencia; ni el lamentable espectáculo de sus seguidores asaltando el Congreso; ni los escándalos financieros, sexuales, o políticos; ni el desastre de las elecciones de mitad de mandato en el que a duras penas consiguió controlar la Cámara de Representantes perdiendo el Senado; ni sus comparecencias y condenas judiciales… desaniman a sus incondicionales seguidores. Utilizo el adjetivo incondicional en su sentido literal pues según una encuesta el 78% de estos incondicionales tienen más fe en sus afirmaciones que en las de su pastor o familiar allegado. En el otro platillo de la balanza se colocan el 35% de republicanos que no le apoyarán con sus votos, o la insatisfacción que ha creado dentro del partido con enfrentamientos como el que recientemente finiquitó la presidencia de Kevin McCarthy al frente de Cámara de Representantes en beneficio de su correligionario trumpista Mike Johnson. No resultan alocadas las afirmaciones de Haley cuando afirma que ella es la única republicana capaz de vencer al actual presidente; dicho de otra forma, que Trump es el único republicano a quien puede vencer Biden.

 

Precisamente eso mismo debieron considerar los demócratas asumiendo que Donald Trump sería el candidato republicano. Si su candidato Biden había logrado vencerle ocupando el republicano la presidencia, qué le impediría revalidar una nueva victoria con el historial de despropósitos en estos últimos cuatro años. El razonamiento, no puede negarse, tiene su lógica… si exceptuamos que el deterioro del presidente entre el 2020 y el 2024 es más que notable. Su aspecto de autómata y continuos deslices -seamos políticamente correctos- hacen dudar de su capacidad física y mental para desarrollar tan delicado trabajo. Así se traslucía en el caramelo envenenado de la sentencia absolutoria por apropiarse de documentos clasificados durante su vicepresidencia.

 

En cualquier otra elección estos considerandos bien pudieran resultar determinantes. Nada hace sospechar que lo sean en estas singularmente atípicas. Lo que sí pudiera resultar determinante son las consecuencias derivadas del conflicto judío-palestino en Gaza. Me explico.

 

La batalla final y determinante se luchará en los denominados “swing states” -aquellos que bien pueden caer del bando demócrata o republicano- como Ohio, Pennsylvania, Georgia, Michigan, Wisconsin, por citar los más importantes. Con un sistema electoral en el que el ganador suma todos los votos electorales, una pequeña diferencia de tan solo unos miles de papeletas, como ocurrió en Georgia, puede hacer que un estado se tiña del azul demócrata o el rojo republicano. Los partidos políticos estudian concienzudamente los distintos segmentos de población. Así, por ejemplo, se sabe que los votos católicos y judíos tienen más que ver con edades, estados y género; los evangelistas escogen mayoritariamente candidatos republicanos y de forma especial a Trump; y los musulmanes, no muy numerosos porcentualmente, votan demócrata.

 

Aquí surge la cuestión. ¿Qué votarán los musulmanes de los referidos “Swing States”? Las manifestaciones de Biden censurando al estado de Israel tienen más de retórica para contentar a su ala más radical que de efectivas. Desde luego que EE.UU. no emprenderá acción alguna efectiva contra su gran aliado en oriente y aunque sea a regañadientes continuará defendiendo a Israel, provisionando su arsenal armamentístico, y obstaculizando cualquier acción que se emprenda de la ONU. Dudo que los votantes musulmanes cambien el sentido de su voto, pero bien pudieran decidir quedarse en casa  el próximo 5 de noviembre privando a los demócratas de un puñado de votos que resultarán definitivos. Tiempo falta hasta el otoño, pero nada puede descartarse. Lo mismo no son los deslices memorísticos ni un estado físico propio de quien se cuida a base de caldos calientes junto al brasero, sino una guerra de final previsto que se lucha a miles de kilómetros donde pueda forjarse la victoria del candidato Donald Trump.

 


JOSÉ ANTONIO GURPEGUI

Director del Instituto Franklin

Director del Instituto Franklin-UAH y catedrático de Estudios Norteamericanos en el departamento de Filología Moderna de la Universidad de Alcalá. Es doctor en Filología Inglesa por la Universidad Complutense y doctor en Derecho por la Universidad Rey Juan Carlos, ambas en Madrid. Fue Visiting Scholar en Harvard University entre 1994 y 1996, y miembro de la Matthiessen Room de la misma universidad. Fue director del Instituto Franklin-UAH entre 2003 y 2013.

Es presidente de HispaUSA (Asociación de estudio sobre la población de origen hispano en EE. UU.), rector honorífico de UNADE (Universidad Americana de Europa), y miembro de la Junta de Asesores Editoriales del «Recovery Project» de la Herencia Literaria Hispánica en Estados Unidos de la University of Houston. Ha publicado y editado una treintena de libros y es autor de las novelas Dejar de recordar no puedo (Huerga y Fierro, 2018), Ninguna mujer llorará por mí (Ediciones B, 2021) y Tiempo de sangres (Universo de Letras, 2023).

 

Alberto Rubio

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