Diego López Garrido
Director de la Fundación Alternativas
El 24 de febrero de 2022 no solo cambió la historia de Ucrania. La invasión rusa, decretada por el régimen autoritario de Vladimir Putin, tenía objetivos que sobrepasaban el control de una nación por otra. Pretendía además resucitar a Rusia como gran potencia rival del mundo occidental y líder del espacio geopolítico entre China y Estados Unidos. Y trataba -y trata- de debilitar en profundidad el proyecto europeo encarnado en las instituciones de Bruselas, en particular su capacidad de influencia en países que pertenecieron a la Unión Soviética o estuvieron bajo su dominio determinante.
La guerra contra Ucrania tuvo inicialmente la finalidad de someter ese país en su integridad. No lo consiguió Rusia. Pero, como podemos comprobar, parece haber logrado estabilizar a sus fuerzas militares en la zona del Dombass, y mantener la presencia de un gobierno ruso en Crimea. No podemos saber qué sucederá después de dos años de guerra. Ni los términos en que se producirá un hipotético armisticio, que Ucrania firmará en una posición que dependerá de la relación de fuerzas en la escena bélica.
Sea cual sea el final de la confrontación en el campo de batalla, el orden internacional ya no será el mismo que el que surgió de la implosión soviética. Por razones patentes como lo son: la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN; la fáctica ruptura política de Rusia con la Unión Europea y los países que la componen, especialmente los fronterizos con Rusia (Polonia, los bálticos); o la reaparición de una guerra fría del siglo XXI que tiene consecuencias económicas de gravedad evidente.
También por razones que podríamos denominar latentes, siguiendo la terminología de Merton. Me refiero a la súbita desaparición de la “confianza” existente implícitamente entre potencias poseedoras de arsenal nuclear, que se instaló entre Este y Oeste. Una confianza especialmente necesaria para los países que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia. Una confianza en que no se haría uso del arma nuclear, que ha de tener solo una función disuasoria, pero nunca de amenaza.
La acción invasora de Rusia respecto a Ucrania, frontalmente contraria al derecho internacional, ha roto las estructuras básicas de la comunidad internacional originadas en el siglo pasado después de la II Guerra Mundial. De ahí que la irresponsable decisión de Putin haya desencadenado toda una reacción defensiva en el seno de Europa, haciendo revivir, paradójicamente, una Alianza Atlántica que Putin deseaba empequeñecer, o evitar su fortalecimiento.
Lo que ha ocurrido es que los países de la OTAN y la Unión Europea (UE) están ayudando con el envío de armamento a Ucrania. Lo más reciente es la aprobación por la UE de una ayuda de 50.000 millones de euros. En EEUU, el presidente Biden ha propuesto una ayuda de 60.000 millones de dólares en armamento y munición para Ucrania, dentro de un proyecto de ley de seguridad de 95.000 millones de dólares. Ha sido aprobado en el Senado, pero la mayoría republicana de la Cámara de Representantes no permitirá que esa ayuda a Ucrania se apruebe definitivamente. Detrás de esa posición está sin duda Donald Trump.
Con independencia de su posición ideológica, Trump no quiere que Ucrania avance en la guerra porque ese éxito se lo apuntaría Joe Biden de cara a las elecciones presidenciales de noviembre de este año. La posibilidad real de que Trump gane las presidenciales aterroriza a los países europeos, porque sus declaraciones van en una dirección de aislacionismo de EEUU respecto a Europa. La víctima sería la OTAN, a la que Trump ha despreciado en numerosas ocasiones. Y el triunfador Putin, por razones obvias.
El efecto disruptor más relevante de todo lo anterior es que la Unión Europea y los Estados que la integran ha optado decididamente por un aumento significativo de los gastos en defensa. No será suficiente. Se requerirá un desarrollo de lo que se ha llamado “autonomía estratégica”. Toda una revolución en la geoestrategia del orden internacional.
La defensa de Ucrania es clave en la política de seguridad de la Unión. Porque la guerra de Ucrania, la más duradera desde la II Guerra Mundial, es más que una guerra. El futuro de Europa está en juego; como el futuro democrático y proccidental de Ucrania, en un mundo “más áspero”, en términos de Úrsula von der Leyen.
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