RESUMEN
El Programa “Next Generation EU” está concebido como un instrumento de recuperación extraordinario y temporal. Por ello, ¿serán necesarios más fondos a partir de 2026 para financiar las cuantiosas inversiones en transición digital y energética? En cualquier caso, se traduciría siempre en un mayor endeudamiento y, por tanto, en mayores aportaciones de los Estados miembros.
Enrique Viguera
Hace unos días, Paul Krugman, se preguntaba (“What’s the Matter With Europe?” NYT 30.01.24) a qué se deben las diferencias de crecimiento entre EEUU y Europa tras la pandemia, después de 2019. Y llega a la conclusión de que la menor tasa de crecimiento europeo no tiene nada que ver con algunas de las causas que los muchos americanos han creído ver en el pasado: altos impuestos y beneficios sociales generosos, inmigración etc. La verdadera razón es que, según el Nobel de Economía norteamericano, en Europa hay más preocupación por el control de la inflación y el gasto que en promover realmente la recuperación económica.
Es verdad que el control de la inflación ha sido y es, como en EEUU, una prioridad europea. El BCE se ha mostrado muy eficaz, consiguiendo con las subidas de tipos que la inflación haya bajado en la zona euro nada menos que del 10,6 % en octubre del 2022 al 2,8 % en este momento. La necesaria subida de tipos puede haber mermado las posibilidades de crecimiento económico, pero el BCE también ha contribuido a la expansión del gasto en los Estados miembros adquiriendo buena parte de las emisiones de deuda de estos, incluyendo la de los más endeudados.
Además, para potenciar las inversiones en la UE se ha puesto en práctica en 2020 el mayor programa de gasto de la historia comunitaria, los “Next Generation EU”, en respuesta a la crisis económica y dotado de 750.000 millones de €, a precios de 2018, similar a la Ley americana de Reducción de la Inflación (IRA), lo que supone uno de los hitos históricos fundamentales del sistema financiero de la UE, financiado por emisiones de la Comisión y garantizado por el presupuesto comunitario.
Es cierto que la UE se propone reducir paulatinamente la deuda pública y los déficits públicos en los Estados tras la aprobación de las nuevas reglas fiscales, pero su efecto no se dejará sentir realmente hasta que el reformado Pacto de Estabilidad se ponga de nuevo en marcha en 2025.
Por lo tanto, Krugman parece ignorar en su artículo la realidad europea de los últimos años en donde parece que se ha roto la anterior tendencia de austeridad con una mayor flexibilidad monetaria y fiscal.
Lo malo es que, al margen del riesgo de que no se gaste el 100% de las inversiones del Programa en su fecha de caducidad, en 2026, el “Next Generation EU” está concebido como un instrumento de recuperación extraordinario y, por lo tanto, temporal.
¿Qué posibilidades hay de que los “Next Generation” amplíen su cuantía o se extiendan en el tiempo? Aunque teóricamente siempre es posible, resulta políticamente bastante difícil porque cualquier ampliación o extensión del Programa o la creación de otro instrumento semejante, cualquiera que fuera la fórmula que se empleara para financiarlo, se traduciría siempre necesariamente en mayor endeudamiento comunitario y, por lo tanto, en mayores aportaciones de los Estados miembros al presupuesto comunitario, bien directamente o bien a través de los nuevos recursos propios.
¿Serán necesarios más fondos europeos con los que financiar las cuantiosas inversiones que se seguirán requiriendo a partir de 2026 para financiar entre otras la transición digital y energética?
La próxima Comisión deberá presentar las propuestas de los nuevos recursos propios que, en principio, tal y como se contemplan en la actualidad -aunque aún no ha comenzado la discusión en el Consejo- podrían suponer un incremento de hasta el 20% de los ingresos actuales, lo cual sería teóricamente suficiente para financiar los gastos del próximo Marco Financiero Plurianual, que empieza en 2029, incluyendo el coste de las emisiones de la Comisión para financiar los fondos “Next Generation” (unos 15.000 millones de € al año hasta 2058). La holgura resultante, si la hubiera, debería emplearse en financiar una eventual ampliación de la UE (a algunos países de los Balcanes Occidentales, pero no sería suficiente para el caso de Turquía o Ucrania) o, en su defecto, como quieren ciertos Estados miembros, a disminuir las aportaciones directas al presupuesto comunitario -el llamado recurso PNB (RNB), actualmente el recurso propio más importante con gran diferencia -que representa en torno a un 70% del total en este momento.
Pero ¿es realista esperar un nuevo incremento de gastos extraordinarios en la UE cuando todavía se tienen que aprobar nuevos recursos propios para poder cubrir las emisiones de la Comisión para financiar los “Next Generation”? Evidentemente, si existe verdadera voluntad política por hacerlo, siempre resulta posible obtener más ingresos (por ejemplo, bastaría simplemente incrementar los porcentajes que actualmente se están barajando de los nuevos recursos propios). Pero, por desgracia, si pensar en un nuevo Programa extraordinario de gastos tipo “Next Generation” no parece realista, un crecimiento desmesurado de los ingresos comunitarios tampoco lo es.
No hay que olvidar que el procedimiento de adopción de la Decisión de Recursos Propios es el mismo que para modificar los Tratados: unanimidad en el Consejo y ratificación por parte de todos los Parlamentos nacionales. Y 2028 sería la fecha límite para su aprobación de cara al próximo Marco Financiero plurianual. Será una discusión extremadamente difícil en donde el margen de maniobra es muy estrecho.
Además, ahí estarán “los frugales”, no solo para oponerse a un nuevo “Next Generation” o incluso a su prórroga más allá de 2026, o para objetar cualquier incremento del presupuesto comunitario en las negociaciones del próximo Marco Financiero Plurianual -con lo que los “paganos” serían los que más se benefician de las grandes políticas de gasto de la UE en la actualidad, entre ellos España-, sino para reclamar el mantenimiento de los ‘cheques’ que se les está abonando en compensación por su aportación excesiva al presupuesto -otro de los nefastos legados del Reino Unido a la UE del que va a resultar muy difícil desprenderse-.
Por lo tanto, a pesar de que los últimos años han sido una excepción a la anterior política de austeridad, habrá que ver cómo los líderes europeos encaran el futuro de ingresos y gastos comunitarios en el futuro. Dependerá mucho de la coyuntura económica. Pero si no parece realista esperar grandes cantidades de fondos europeos adicionales, ni extraordinarios ni ordinarios, habrá que ver con qué flexibilidad se aplican las nuevas reglas fiscales, sobre todo a la hora de descontar del déficit y de la deuda algunas inversiones nacionales necesarias para asegurar la transición digital y climática, preservando el pilar social que nos caracteriza. Porque sin muchos más fondos europeos y sin flexibilidad en la aplicación de las nuevas reglas fiscales, volveremos a lo mismo de antes de 2019….. y Krugman terminaría teniendo razón.
ENRIQUE VIGUERA
Embajador de España
Nacido el 6 de abril de 1953, Enrique Viguera es Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla e ingresó en la Carrera Diplomática en 1982. Estuvo destinado en Etiopía y Canadá y fue subdirector general de África Subsahariana, pero buena parte de su carrera la ha desarrollado en puestos relacionados con la Unión Europea. Así, estuvo destinado como consejero en la Representación permanente de España en Bruselas, fue subdirector General de Asuntos Generales para la UE y, posteriormente, entre 2004 y 2006 director general de Coordinación de Asuntos Generales y Técnicos de la UE y director general de Integración y Coordinación de Asuntos Generales y Económicos de la UE.
También ha sido embajador de España en Suecia (2006-2010), en Australia (2011-2015) y en Grecia (2017-2021), así como embajador en Misión Especial para Asuntos Energéticos. Entre 2015 y 2017 fue director de la Escuela Diplomática y, en febrero de 2023 fue ascendido ala categoría profesional de embajador.