Pedro González
Periodista
Muerto el por ahora último gran adversario del zar ruso, Vladimir Putin, es muy improbable que, caso de presentarse algún nuevo candidato a recoger el testigo de Alexéi Navalni, alguna de las grandes compañías aseguradoras mundiales quisiera hacerse cargo de su póliza sin mediar una prima astronómica impagable.
La experiencia demuestra que no existe profesión o actividad de mayor riesgo que la de destacarse como opositor al régimen del antiguo agente del KGB soviético.
La lista es larga: Anna Politkovskaya (2006), Alexander Litvinenko (2006), Boris Berezovsksy (2013), Boris Nemtsov (2015), Sergei Skipral (2016)… Podría incluirse en la misma a Evgeni Prigozhin, fundador y dueño del Grupo Wagner, el cuerpo de mercenarios que presuntamente se rebeló contra Putin en 2023.
De todos ellos, el más influyente y más duro de pelar ha sido sin duda el abogado Alexéi Navalni, convertido en el líder opositor capaz de sacar a las calles de las grandes ciudades de Rusia a cientos de miles de manifestantes. Era, pues, la mayor amenaza para el amo del Kremlin.
Navalni había sobrevivido en 2020 al envenenamiento sufrido con la sustancia conocida como Novichok, gracias a una serie de casualidades imprevistas, que permitieron trasladarle finalmente desde Siberia a un hospital alemán en donde los galenos germanos le salvaron la vida.
Cuando se le preguntó a Putin por su presunta culpabilidad, el presidente ruso, con su habitual sarcasmo, respondió descalificando al cuestionador: “¡Qué tontería! Si hubiéramos querido matarlo no habría habido problema en completar el trabajo”.
A juzgar por la cadena de actuaciones posteriores, el trabajo de liquidar a Navalni ha sido ímprobo antes de culminarlo. Desde los sucesivos juicios farsa y condenas acumulativas cada vez más abultadas, hasta los traslados de prisión y condiciones progresivamente más duras, que han terminado con la quiebra final del irreductible defensor de una “Rusia grande, pacífica y libre”.
Por causa de su encarcelamiento y de sus cuando menos éxoticos presuntos delitos, Navalni ya estaba descartado como candidato para las próximas elecciones presidenciales.
Había dejado en su lugar a un sucesor, Boris Nadezhin, cuyo partido, Iniciativa Ciudadana, había sido capaz de recoger 200.000 firmas, 100.000 más de las necesarias para ser proclamado candidato. Pero, hete aquí que la Comisión Electoral Central (CEC) desestimó primero 95.000 y luego invalidó otras 9.202, o sea lo ha puesto también fuera de la carrera electoral.
En consecuencia, Vladimir Putin solo competirá frente a tres comparsas con los que quiere maquillar la deriva stalinista de su régimen. Serán Nijolái Jaritónov, del Partido Comunista; Leonid Slutski, líder de los ultranacionalistas, y el emergente pero de momento inofensivo Vladislav Davankov, que lidera la formación llamada Gente Nueva. Resultado, pues, cantado, con el que Putin encadenará otro mandato, a cuyo término contará con 78 años en 2030.
Antes de los comicios, Putin también ha endurecido severamente las leyes represivas de su régimen, creando delitos nuevos o agravando las penas por oponerse a sus designios. Ahora, además de las sentencias a largas y durísimas estancias en las cárceles y presidios, los condenados verán sus bienes confiscados si difunden noticias falsas sobre el ejército.
La nueva ley de Putin requisará dinero, valores y propiedades empleadas para financiar actividades que atenten contra la seguridad de Rusia, un enunciado en el que cabe todo, desde no ser suficientemente entusiasta en el aplauso al líder, hasta cruzar una mirada con una atractiva turista extranjera.
En tales condiciones, ¿alguien se atreverá a coger el testigo de Navalni? Se antoja muy difícil encontrar personajes con nombre y apellidos. Los que están en contra de la agresión rusa a Ucrania, especialmente los jóvenes que aspiran a no ser llevados a la fuerza a esa guerra, solo se atreven a musitar los nombres de Ilya Ponomarev y Mijaíl Jodorkovski.
De momento, parecen más un deseo que una posibilidad con visos de realidad. Ambos están en el exilio y residen en el Reino Unido, a donde el largo brazo de los agentes de Putin han demostrado que no tienen muchos problemas para acceder e intentar liquidar a sus objetivos.
Al igual que Stalin, Vladimir Putin es no solo el poderoso amo de Rusia, sino que ha ido eliminando a todo aquel que osara siquiera hacerle sombra y cuestionar sus deseos.
Desde el apodado “hombre de acero” nadie ha acumulado tan inmenso poder tanto en la fenecida Unión Soviética como en la hoy Federación de Rusia.
En tales condiciones, el desenlace de la guerra en Ucrania puede ser la única gran variable que altere tanto la situación de Rusia como la de su autocrático presidente.
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