Pedro Rodríguez
Profesor de Relaciones Internacionales y director de contenidos de la revista Política Exterior
Existe un viejo debate sobre si la política es un arte o una ciencia. A partir de las primarias, no hay duda de que la inquietante política en Estados Unidos se transforma en una cuestión de matemáticas.
La carrera hacia la Casa Blanca arranca formalmente con los caucus de Iowa (15 de enero) y las primarias de New Hampshire (23 enero) hasta culminar con las elecciones generales previstas para el 5 de noviembre de 2024. En menos de trescientos días se sustanciará lo que el premio pulitzer Theodore White describió en tiempos mucho menos inquietantes como “la más impresionante transferencia de poder en el mundo”. Pese a toda su visceralidad y tribalización, la política de Estados Unidos se convierte a partir de ahora en una cuestión de matemáticas: una mayoría de delegados en la convención nacional para asegurarse la nominación presidencial y después, un mínimo de 270 votos electorales para sentarse en el Despacho Oval.
Las encuestas y los primeros resultados apuntan a que Trump volverá a arrasar en las primarias del Partido Republicano, con posibilidad de volver a la Casa Blanca apelando visceralmente a todos los que no creen en los ideales democráticos de Estados Unidos. Su justificación para un segundo mandato se centra esencialmente en la venganza. Sin ocultar su sesgo autoritario, xenófobo y supremacista, acusa a los inmigrantes de “envenenar la sangre de nuestro país” y promueve la violencia como legítima defensa contra no se sabe muy bien qué.
Mientras tanto, ante la imposibilidad a estas alturas de unas primarias competitivas en el Partido Demócrata, el presidente Joe Biden se dedica a celebrar almuerzos privados en la Casa Blanca con sus principales donantes y partidarios. Encuentros organizados por su campaña para intentar hacer frente a las dudas generalizadas entre los votantes demócratas sobre la resistencia y compromiso que puede ofrecer un presidente de 81 años en busca de un segundo mandato.
1. Iowa y New Hampshire. En un esfuerzo de renovación democrática –iniciado durante la llamada era progresista entre finales del siglo XIX y el comienzo del siglo XX– los dos grandes partidos que han terminado por monopolizar la política de Estados Unidos eligen a sus candidatos para ocupar la Casa Blanca a través de una primera vuelta electoral en forma de primarias completamente abiertas. En esencia, cada aspirante a la nominación presidencial compite para reunir el mayor número posible de delegados de cara a las convenciones nacionales de sus respectivos partidos.
Desde los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, periodo considerado como el arranque de las actuales campañas presidenciales en Estados Unidos, este proceso de selección comienza a partir de los muy, muy peculiares votantes de Iowa y New Hampshire. Este sustancial privilegio es cuestionado por el resto de Estados de la Unión que consideran a esta pareja de columnas de Hércules en la política americana como jurisdicciones electorales demasiado homogéneas, excesivamente pequeñas y muy poco representativas como para retener tanta influencia.
En perspectiva histórica, el proceso de Estados Unidos para designar candidatos presidenciales estuvo siempre dominado por bastante opacidad y férreo control por parte de los aparatos de los partidos, de forma no muy diferente a lo que sigue ocurriendo en otras democracias occidentales. Sin embargo, a partir de los años sesenta, ese privilegio no ha hecho más que democratizarse. Casi todos los Estados de la Unión reparten sus delegados a las convenciones nacionales de forma proporcional, pero un número creciente de jurisdicciones recurre al método winner takes all, donde el candidato más votado se queda con todos los delegados en juego.
2. ¿Qué es un caucus? Iowa tiene la peculiaridad de utilizar asambleas de simpatizantes para celebrar sus primarias. Es el sistema se conoce como caucus (o caucuses en plural). Un verbo y un nombre que proviene de los nativos americanos con el significado de reunión decisoria. En estas asambleas pueden participar cualquier residente mayor de edad y registrado como votante republicano o demócrata. En el caso de Iowa, la mayoría de los votantes están registrados como independientes pero pueden realizar un cambio instantáneo de su estatus a la puerta de estas reuniones organizadas en gimnasios, colegios, iglesias, cuarteles de bomberos o incluso residencias particulares. En torno a unos 1.700 precintos que cubren todos los 99 condados en que se divide Iowa.
En estos cónclaves celebrados de forma simultánea cuando las dos candidaturas presidenciales están en juego, los republicanos de Iowa –alineados e en torno al bloque evangélico– tienen oportunidad de discutir a favor de sus candidatos para después votar más o menos discretamente. Pero los demócratas operan con unas reglas diferentes, mucho más complicadas y públicas. Los seguidores de cada candidato se congregan en una esquina. Aquellos aspirantes que no reciben el respaldo de un 15% de los reunidos son eliminados. Pero con la opción de que los simpatizantes integrados en grupos sin suficiente quórum puedan declarar una segunda preferencia con más respaldo.
Precisamente esa búsqueda de “viabilidad” genera sobre la marcha toda clase de chalaneos y maquinaciones matemáticas. Al final, republicanos y demócratas reparten delegados a nivel de condado pero los resultados son considerados como un indicador del sentimiento del electorado y una prueba de la capacidad de organización de cada candidato. Históricamente, los márgenes de victoria en Iowa son muy reducido y no resulta nada fácil recuperarse de un mal resultado pero no es imposible.
3. Un calendario comprimido. La notoria envidia que generan Iowa y New Hampshire se ha traducido en un calendario de primarias cada vez más comprimido. El interés de los partidos por no agotar a sus candidatos favoritos y el afán de protagonismo de muchos Estados ha terminado por imponerse también en un sistema que debería ser fundamentalmente ordenado, participativo y gradual. Desde los años ochenta, una serie de Estados –sobre todo sureños– han intentado adquirir mayor influencia en este proceso de selección de candidatos concentrando sus primarias en un Super Tuesday a la altura del mes de marzo. En el supermartes convocado para el 5 de marzo se repartirán más de un tercio de los delegados de la convención nacional republicana con votaciones en 16 Estados y Territorios, incluidos California, Texas, and Carolina del Norte.
Esta “muerte súbita” supone en realidad lo más parecido a unas primarias a nivel nacional ante los porcentajes abrumadores de delegados en juego, que en algunos años ha llegado a sumar casi la mitad de los totales de republicanos y demócratas. En ausencia de claros favoritos, como ocurrió en el pulso del 2008 entre Obama y Hillary, el pulso puede prolongarse hasta el verano. El ciclo electoral en curso tiene la particularidad de mezclar el calendario de primarias con el calendario judicial generado por los cuatro casos penales contra Donald Trump.
4. Escaparates para la democracia. La formalización de las candidaturas presidenciales tendrá lugar durante las convenciones nacionales de cada partido. Estos cónclaves políticos en el pasado producían toda clase de sorpresas amañadas pero que, desde la campaña de 1960, que enfrentó a Richard Nixon contra John F. Kennedy, han terminado por convertirse en previsibles espectáculos televisivos. En el 2024, los republicanos van primero al congregarse a partir del 15 de julio en Milwaukee mientras que los demócratas se reunirán en Chicago a partir del 18 de agosto.
La tradición de las convenciones políticas se remonta al primer tercio del siglo XIX y empezó con la populista carrera presidencial de Andrew Jackson. Es en esos foros, cuya organización y reglas depende de cada partido, se oficializa la nominación. Con antelación, cada aspirante a la Casa Blanca ha tenido que elegir un “número dos”. Desde el momento en que las convenciones terminan con toda una apoteosis de globos y confeti, la campaña presidencial se convierte en una batalla constante hasta el mismo día de las elecciones, sin jornada de reflexión.
Este maratón incluye una última ronda de debates televisivos. Con diferentes formatos y temas, además de una estricta prohibición de leer materiales escritos frente a las cámaras, se han venido organizando tres encuentros sucesivos para los candidatos presidenciales y otro cara a cara entre los aspirantes a vicepresidentes. Las fechas y reglas son acordadas con ayuda de una comisión independiente sin ánimo de lucro formada en 1987 y que requiere para ser invitado a participar en estos foros televisados un mínimo del 15% de respaldo en las encuestas nacionales de intención de voto. El Comité Nacional Republicano votó por unanimidad en abril de 2022 retirarse de estos debates, alegando falta de imparcialidad, y exigió que los candidatos firmaran un compromiso de participar únicamente en debates sancionados por el partido. Trump, sin embargo, nunca llegó a firmar ese compromiso.
5. La matemática del Colegio Electoral. Los presidentes de Estados Unidos no son producto ni de elecciones directas ni necesariamente ganan la Casa Blanca con una mayoría de voto popular. Técnicamente, lo que se celebrará el martes 5 de noviembre del 2024 (siguiendo la decimonónica tradición electoral americana de celebrar comicios el martes después del primer lunes de ese mes) no es una sola elección. Se trata más bien de 51 consultas organizadas por cada Estado de la Unión y el Distrito de Columbia para elegir a los miembros del llamado Colegio Electoral. Una institución compuesta por 538 electores repartidos entre los Estados de la Unión con una fórmula ponderada que ofrece cierta ventaja a jurisdicciones con mínima población. Por ejemplo, California tiene 54 votos electorales con aproximadamente un 12% del censo nacional mientras que Wyoming, con 0,18% de población, dispone de tres votos electorales.
Este sistema –que permite de forma legítima ganar sin necesariamente haber logrado una mayoría del voto popular como ocurrió en el primer mandato de George W. Bush y en el de Donald Trump– se remonta a los difíciles compromisos de vertebración nacional que supuso la pionera Constitución redactada en Filadelfia hace más de dos siglos. La cifra mágica que abre las puertas de la Casa Blanca es una mayoría de 270 votos en el Colegio Electoral.
Desde el lamentable espectáculo ofrecido en el año 2000 y 2021 –con el recuento de Florida y el asalto al Capitolio– Estados Unidos ha venido realizando un esfuerzo por modernizar la logística y maquinaria de sus votaciones. Aunque el Congreso federal ha aprobado multimillonarias subvenciones, la organización sigue dependiendo de cada condado y persisten problemas, especialmente complicados por la fórmula generalmente aplicada de ‘winner takes all’, donde el ganador se lo lleva todo aunque el margen de su victoria sea por un solo voto.
6. ¿Quién y cuánto? Desde tiempos de George Washington, la Constitución establece tres cualificaciones para la Presidencia: ser ciudadano “natural” y no naturalizado; 14 años de residencia en territorio americano; y una edad mínima de 35 años. Aunque a la vista de unos previsibles candidatos con 77 y 81 años, no faltan las consideraciones sobre debería también existir un tope máximo en cuanto a la edad permisible para ocupar la Casa Blanca.
Otro principio inalterable en la política de Estados Unidos es que cada elección viene acompañada de una plusmarca de gasto, en su gran mayoría procedente de donaciones privadas.
Las elecciones son caras y las presidenciales de 2024 no van a ser una excepción. Un nuevo informe de AdImpact predice que el ciclo electoral de 2023-24 será el más costoso de todos los tiempos, ya que se espera que los candidatos gasten acumulativamente más de 10.000 millones de dólares a través de diversas plataformas.
© Este artículo ha sido publicado originalmente en Diálogo Atlántico, del Instituto Franklin-UAH