Eduardo González
Como es frecuente en estos casos, sobre el origen del árbol en Navidad figuran todo tipo de leyendas, desde las que lo atribuyen a San Bonifacio en el siglo VIII a las que relacionan al Tannenbaum nada menos que con Martín Lutero. En lo que sí coinciden casi todas las versiones es en que se trata de una costumbre alemana o escandinava que se extendió a lo largo del siglo XIX por otras partes de Europa.
El árbol salió de Alemania a través de Alberto de Sajonia, esposo de la Reina Victoria de Inglaterra, quien lo hizo plantar por primera vez en su Reino hacia 1840. En el caso de España, la introductora de esta costumbre fue una popularísima princesa rusa, conspiradora y admirada entre la alta sociedad madrileña, cuya biografía social y política podría ensombrecer al árbol de Navidad más luminoso del mundo.
Sofía Troubetzkoy nació en 1838 en San Petersburgo, y aunque oficialmente era hija de un oficial ruso de caballería, el príncipe Sergio Troubetzkoy, todo el mundo sabía que su padre verdadero era el zar Nicolás I. La madre, Carlota de Prusia, era la misma en las dos versiones.
Afamada como una de las mujeres más bellas de la aristocracia europea, la princesa enviudó en 1865 de un hermanastro de Napoleón III y cuatro años más tarde se casó con José Isidro Osorio y Silva-Bazán (Pepe Osorio), duque de Sesto, marqués de Alcañices y alcalde de Madrid entre 1856 y 1865, con el consentimiento de la por entonces ya derrocada Isabel II.
El matrimonio se instaló en el Palacio de Alcañices de Madrid -un edificio hoy desaparecido y ubicado en el actual solar del Banco de España-, que de inmediato se convirtió en el centro de las conspiraciones de Antonio Cánovas del Castillo para derrocar a Amadeo de Saboya y restaurar a los Borbones.
De hecho, los duques de Sesto no sólo aportaron (y de paso se arruinaron) entre 15 y 20 millones de reales a la causa, sino que la princesa rusa hizo las gestiones oportunas para conseguir que su país natal fuera el primero en reconocer a Alfonso XII como Rey de España y se dedicó a movilizar a todas las grandes damas de Madrid (la Rebelión de las Mantillas) para aislar a la pareja real italiana. “Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey”, le llegó a decir Isabel II a su hijo.
Fue precisamente en el Palacio de Alcañices donde, en 1870, Sofía Troubetzkoy plantó el primer árbol de Navidad conocido en España, una costumbre muy extendida en otros lugares de Europa y muy arraigada en la propia Rusia (elka).
Por entonces, la princesa rusa ya se había ganado a la alta sociedad madrileña con su conocimiento de las modas y buenos usos de los mejores salones europeos, por lo que el ejemplo cundió y se hizo costumbre. Cuando Sofía falleció en Madrid en 1898, el árbol de Navidad ya había echado raíces en la ciudad y en el resto de su país de acogida.