Enrique Viguera
Ex embajador en Misión Especial para Asuntos Energéticos
Dado que nunca se han registrado temperaturas tan altas en el planeta como las de este año 2023, ya serán pocos los que no crean en el cambio climático. El negacionismo se ha convertido en una excentricidad porque el consenso científico es inapelable: el cambio climático es un fenómeno causado por el hombre debido fundamentalmente a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Si eso es así, ¿cómo podemos tratar de mantener el objetivo de que la temperatura de la tierra no suba más de 1,5º C en el año 2100 con respecto a los niveles preindustriales –como se decidió en la Cumbre de París COP 21-, si este año 2023 ha sido no solo el más calurosos desde que existen registros, sino también en el que se ha producido un mayor volumen de emisiones contaminantes y más alta producción de combustibles fósiles? Para Naciones Unidas sería preciso lograr un recorte en la producción actual de más del 43% antes de 2030, lo cual parece evidentemente imposible dado que ya está previsto que el año próximo se incremente la producción de combustibles fósiles en un 2% adicional con respecto a la producción de este año. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) cree que aún pasarán varios años hasta que se llegue al punto culminante de volumen de emisiones de dióxido de carbono.
Seremos, por lo tanto, testigos de nuevas inundaciones, olas de calor e incendios que serán cada vez de mayor intensidad. El hielo del Ártico se deshace, lo que hace disminuir la absorción de calor por la tierra y aumentar el calentamiento de la atmósfera, la acidificación de los océanos y el nivel del mar. Por lo tanto, la catástrofe ecológica en los próximos años está servida. Es inevitable. A menos que……se ponga coto, de verdad, a las emisiones contaminantes y, eventualmente, se eliminen del todo.
Por eso la COP 28 celebrada recientemente en Dubai ha sido relevante políticamente al haberse decidido «eliminar gradualmente» los combustibles fósiles (“transitioning away from fossil fuels”). Pero habría que matizar ese éxito porque ni se ha logrado que el texto del acuerdo incluya la palabra «eliminación» o «reducción» de los combustibles fósiles, ni hay un calendario claro de cara a lograr esta eliminación – porque esta transición debe hacerse (‘de manera justa, ordenada y equitativa’) teniendo en cuenta los distintos puntos de partida y las distintas circunstancias de cada país-. Pero en todo caso, el mensaje, sin precedentes en textos oficiales internacionales de que el sistema energético mundial deberá liberarse en un futuro no muy lejano de los combustibles fósiles es original. Esta fórmula, la de poner los combustibles fósiles en el centro del problema del calentamiento global, se convertirá seguramente en la referencia básica e inspiradora para futuras Cumbres Climáticas.
Otro éxito de la Cumbre ha sido la de concretar dos importantes objetivos: la necesidad de triplicar la capacidad energética renovable y la de duplicar la eficiencia energética media, del 2% actual al 4%, hasta 2030. El primero no es una originalidad de la COP28, porque ya fue consensuada por la pasada cumbre del G20 de Nueva Delhi en septiembre tras un acuerdo entre China y EEUU. Ahora el compromiso se amplía a 130 países. China puede realizarlo, pero los demás países, incluyendo EEUU y la UE no lo tendrán nada fácil. Respecto del segundo objetivo, de eficiencia energética, aunque difícil, también resulta factible, si se profundiza en las reformas llevadas a cabo en muchos países en los últimos años, en particular, tras la invasión rusa de Ucrania.
El tercer elemento fundamental de la COP 28 ha sido, a mi juicio, el financiero porque para poner en práctica los compromisos climáticos, hacen falta ingentes cantidades de dinero sobre todo para financiar proyectos en el mundo en desarrollo. En la COP 28 se anunciaron importantes compromisos nuevos con destino al nuevo instrumento financiero creado en la propia Conferencia (el Fondo para Pérdidas y Daños), como para otros existentes (Fondo Verde para el Clima, el Fondo para los Países Menos Desarrollados y el Fondo Especial para el Cambio Climático, el Fondo de Adaptación etc.). Incluso el Banco Mundial anunció un aumento de 9.000 millones de dólares anuales para financiar proyectos relacionados con el clima para 2024 y 2025. En fin, se pondrá en marcha el mayor Fondo climático privado del mundo (Allterra) que movilizará más de 250 millones de dólares antes de 2030.
¿Serán suficientes estas aportaciones, sumadas a las inversiones realizadas por los Estados? Se trata de cantidades relevantes, pero la AIE ha señalado que para estar en línea con el Acuerdo de París se requerirá sobrepasar los 4,5 trillones (millones de millones) de dólares de inversión para energía limpia en 2030, frente a los 1,8 trillones que se invierten en este momento.
Ante la imposibilidad de llegar a ese ingente volumen de inversiones requerido muchos abogan por establecer a nivel mundial un impuesto para las emisiones o crear un esquema de comercio de emisiones, semejante al que existe en la UE. De nuevo, se trataría de algo difícil, aunque no imposible porque quizás de cara a una situación catastrófica se podría generar un consenso mundial que permitiera crear los mecanismos con el suficiente grado de presión coercitiva para garantizar su funcionamiento eficiente.
Pero el efecto de estas Cumbres climáticas anuales no hay que buscarlo a corto plazo, sino más bien a medio y largo, que es como se va progresivamente fortaleciendo el consenso político y la opinión pública internacionales que se consolidan con el deterioro de las condiciones climáticas y el cumplimiento de las predicciones científicas. En 2025, en la COP 30 de Brasil, cuando se conozcan las nuevas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), comprobaremos de nuevo si las estimaciones y compromisos asumidos voluntariamente por los Estados se están cumpliendo, si vamos por el buen camino, o si hará falta, de nuevo, redoblar esfuerzos.
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