Alberto Rubio
11 de diciembre de 1831. En la playa de San Andrés, en Málaga, 49 hombres se enfrentan a un pelotón de ejecución que acaba con sus vidas por la vía rápida, sin juicio ni concesiones. Entre ellos está Robert Boyd, militar irlandés que apoyaba el pronunciamiento del general José María Torrijos, también fusilado, contra el absolutismo del rey Fernando VII. La asonada terminó ahí. Su historia, no.
Todo comenzó cuando el general Torrijos llegó exiliado a Londres en 1824, tras la derrota de los liberales españoles a manos de los afamados ‘Cien mil hijos de San Luis’. En la capital británica vivió hasta 1829 gracias a una pensión que le concedió el duque de Wellington, su antiguo jefe durante la Guerra de la Independencia. Pero una cosa era ayudar a un amigo y otra muy distinta que el entonces Primer Ministro británico se arriesgase a una guerra con España, y sobre todo con las potencias de la Santa Alianza, por apoyar a los liberales españoles.
Porque Torrijos nunca había dejado de conspirar, junto con otros exiliados, para derrocar a Fernando VII. En 1827, los liberales más radicales crearon la Junta Directiva del Alzamiento, presidida por el propio general, que en 1830 ya tenía preparado su plan de pronunciamiento, consistente en penetrar en la península por varios puntos.
Robert Boyd se unió a la expedición sin dudarlo. Natural de Londonderry, tenía 25 años. Militar con experiencia en el ejército británico, pertenecía a un grupo de jóvenes intelectuales –’Los apóstoles de Cambridge’- que colaboraba con Torrijos. Cuando el general español le comunicó sus planes, el irlandés respondió que “su existencia y sus haberes eran patrimonio de la libertad”. Heredero de una considerable fortuna, puso a disposición del liberalismo español todo su dinero, con el que fletó un barco en Marsella desde donde los conspiradores arribaron a Gibraltar.
Para explicar el impulso que lanzó a ambos a una aventura con tan pocas posibilidades de éxito, el psiquiatra Joaquín Sama, en su artículo “El idealismo del general Torrijos y de Robert Boyd”, recurre a un viejo adagio del dramaturgo romano Publio Terencio –“ Hombre soy, nada humano me es ajeno”- y apostilla que “el carácter situará a unas personas y otras en lugares más o menos alejados de comportamientos reprobables”, por lo que concluye: “Fue sin duda el carácter lo que llevó al general José María Torrijos Uriarte y al irlandés Robert Boyd a las más altas cimas del idealismo romántico, con la entrega incluso de sus vidas en defensa de un proyecto altruista en beneficio de sus compatriotas”.
Sama identifica como hilo conductor de las vidas de ambos “un elevado altruismo que, intelectualizado en forma de ideal revolucionario, iba a devolver la libertad y el progreso a los españoles, cuyos derechos estaban siendo cercenados por el despotismo –dictadura- de Fernando VII”.
La intentona, sin embargo, acabó mal. Entre otras cosas, porque compañeros de armas y presuntos aliados de Torrijos, como el general Salvador González Moreno y el coronel Antonio Oro –ademas del propio rey Fernando VII- “se comportaron en aquellas circunstancias de la manera más deleznable”, escribe Joaquín Sama. Los militares, explica, “obtuvieron ascensos de inmediato, mientras que el Rey, con la muerte de aquellos héroes, afianzaba un poco más su despótico reinado”.
El coronel Oro, desde la frontera francesa, debía ocuparse del levantamiento en Aragón pero avisó al cónsul español en Burdeos de los planes de Torrijos. El general González Moreno, gobernador de Málaga y amigo de Torrijos, le convenció por carta para que navegase desde Gibraltar, donde había llegado el año anterior, y desembarcase en las playas malagueñas. Allí, le mintió, estarían esperándole dos mil soldados para unirse al levantamiento liberal.
Sin embargo, cerca de Fuengirola, el que esperaba era el buque de guerra Neptuno, que “abrió fuego contra las barcazas que trasladaban a la costa a Torrijos, Boyd, un carpintero inglés que no había podido bajarse en Gibraltar, 52 hombres y un grumete menor de edad”, relata Sama.
A pesar de que lograron escapar caminando hacia Mijas y luego a Alhaurín de la Torre, tuvieron que rendirse tras ser cercados el 4 de diciembre. González Moreno comunicó inmediatamente a Fernando VII su captura, a lo que el monarca contestó de puño y letra: “Que los fusilen a todos. Yo, el Rey”.
El 11 de diciembre de 1831, a las 11,30 de la mañana, sin juicio previo, se cumplió la real orden en la playa de San Andrés. “Fueron arcabuceados en dos grupos, debiendo esperar los del segundo grupo a que el pelotón de fusilamiento volviera a cargar las armas, operación que llevaba su tiempo”, lamenta Joaquín Sama, que añade otro detalle: “Al general Torrijos se le negó su deseo de que fuera él mismo quien diera la orden de abrir fuego, así como que no le vendaran los ojos; Robert Boyd, tras recibir el primer disparo, se volvió a levantar para que volvieran a dispararle, cayendo definitivamente al suelo”.
Sus cuerpos fueron trasladados al cementerio en carros de basura, aunque posteriormente el de Torrijos fue recogido por su hermana, residente en Málaga, y el de Boyd por el cónsul inglés, William Mark. Fue enterrado en el ‘cementerio de los ingleses’, donde se encuentra actualmente. Los demás miembros de la expedición reposan en tres cajas –una de plomo, otra de caoba y la tercera de cedro- en el monumento funerario que por suscripción popular se erigió en la Plaza de la Merced de Málaga.
“La muerte de aquellos héroes”, afirma Joaquín Sama, “tuvo repercusiones a nivel internacional, especialmente en Inglaterra, que había visto morir a dos de sus ciudadanos sin juicio previo”.
Actualmente, el Aula María Zambrano de Estudios Transatlánticos de la Universidad de Málaga, concede el Premio Robert Boyd para trabajos de investigación sobre las relaciones culturales e históricas entre España e Irlanda, creado por iniciativa de José Antonio Sierra, fundador del Instituto Cultural Español, actual Instituto Cervantes de Dublín.
Mañana 11 de diciembre, como todos los años, a iniciativa de la Asociación Histórico Cultural Torrijos 1831, tendrá lugar un acto de homenaje a Robert Boyd en el Cementerio Inglés de Málaga. Posteriormente, la comitiva, encabezada por el alcalde de la ciudad, se trasladará a la plaza de La Merced para rendir homenaje al resto de aquellos románticos, caídos en un pronunciamiento tan utópico como admirable, que habría podido cambiar radicalmente la historia de España.