Ángel Collado
Periodista
Formado el nuevo Gobierno de coalición de izquierdas y revelados sus compromisos con los grupos independentistas, el Partido Popular se reorganiza para afrontar una etapa en la oposición probablemente larga y seguro que convulsa.
Alberto Núñez Feijóo adopta como programa básico la defensa del marco constitucional ante el frentismo y el “muro” contra la derecha anunciados por Pedro Sánchez en su investidura como presidente del Gobierno.
Al PP le falta ahora acertar con el tono y los equipos para ampliar su espacio electoral, a costa del propio PSOE y Vox, con la vista puesta en los próximos comicios generales y aún antes, en las elecciones autonómicas previstas en el País Vasco, Galicia y Cataluña más las europeas del próximo 9 de junio.
Los populares repiten que ganaron a Sánchez en las urnas, que son el primer partido de España y con el grupo parlamentario más numeroso en el Congreso, que tienen mayoría absoluta en el Senado, que son hegemónicos en la España autonómica y que presiden casi un tercio de los gobiernos regionales. Pero les faltaron 4 votos en el Parlamento para hacer a Feijoó jefe del Ejecutivo.
El análisis de los datos y la autocrítica (solo interna) que hace el PP abundan en la conclusión de que para volver al poder tiene que consumar el objetivo de agrupar el voto de todo el centro derecha y atraerse a los sectores más pragmáticos del electorado, los que oscilan entre el PSOE y el propio PP.
Feijoó ya incorporó en los comicios de julio a los votantes que quedaban en Ciudadanos -la operación de centro izquierda creada por Albert Rivera-, pero la extrema derecha de Vox todavía obtuvo un 12,3 por ciento de los votos. Desde los tiempos de la Transición y los ejecutivos de la UCD de Adolfo Suárez, la derecha, el PP, solo ha gobernado de forma estable cuando se presentaba unida y sin competencia en su espacio político.
División del adversario aparte, Sánchez supo en los comicios del pasado julio sacar partido de los pactos de los populares con Vox en las comunidades autónomas, para frenar el anunciado trasvase de algunos de sus votantes al PP.
Como los extremos se retroalimentan, el nuevo gabinete de coalición de socialistas y populistas de Sumar apoyado por todos los grupos independentistas favorece las reacciones más radicales a sus planes. Abascal busca desesperadamente su papel en la oposición, siempre más allá que Feijóo.
Sánchez encuentra de nuevo en Vox el argumento para hacerse la víctima del incendio que él mismo provoca. El sanchismo obvia las protestas pacíficas de cientos de miles de españoles contra su ley de amnistía para los golpistas catalanes a cambio de sus 7 votos y da relieve a las concentraciones frente a la sede del PSOE en Madrid promovidas por los de Abascal y en las que se infiltran grupos violentos.
En la dirección del PP consideran que el estilo de oposición del partido, implacable en la denuncia de los pactos con los separatistas y en la defensa de la Constitución, pero dentro de los cauces institucionales, quedó consagrado en el discurso de Feijóo durante la sesión de investidura de Sánchez. Abascal abandonó la Cámara y prefirió ir a manifestarse a la calle.
El presidente del Partido Popular tiene que elegir ahora a un portavoz parlamentario en el Congreso que asuma día a día esa labor de replicar en la Cámara los proyectos y mensajes frentistas del Gobierno sin caer en la radicalidad y la exageración populista de Vox.
Feijóo ya ha relevado de esa función a Cuca Gamarra para que se centre en su otro cargo, el de secretaria general del partido, su número dos para la organización interna. Era una suma de responsabilidades provisional que se había prolongado más de un año a la espera de las elecciones y sus resultados.
Gamarra era la portavoz heredada de la etapa de la presidencia de Pablo Casado que Feijóo dejó estar, pero ahora tiene que desvelar cuál es su apuesta, entre otras cosas para perfilar su táctica frente al sanchismo radicalizado y el afán de protagonismo de Abascal.