Pedro González
Periodista
Ha pasado prácticamente desapercibida en Europa y en Estados Unidos la conferencia celebrada en Accra, capital de Ghana, sobre la reclamación de indemnizaciones por el tráfico de esclavos entre los siglos XVI y XIX. Cuestión espinosa, tanto más cuanto que si los principales mercaderes negreros eran Francia, Inglaterra, Portugal y Países Bajos, los grandes abastecedores de aquella desgraciada mercancía humana eran los propios soberanos africanos, cuyas guerras interétnicas facilitaban a la postre que los vencidos pagaran con sus propias vidas los gastos de guerra de los vencedores.
Ghana, conocida durante las exploraciones y colonización como Costa de Oro, indica con tal nombre el principal hallazgo a explotar por los descubridores y aventureros europeos, al igual que otras zonas del litoral del golfo de Guinea se conocían como Costa de la Pimienta (la actual Liberia), la Costa de los Esclavos (Benín y Togo) o Costa de Marfil, que mantiene aún ese nombre.
Además de los bienes en especias, frutos, minerales y maderas, hay general coincidencia en que fueron algo más de doce millones de personas las que fueron apresadas y embarcadas a la fuerza con destino a las plantaciones agrícolas americanas, especialmente situadas en las colonias del sur de lo que hoy son los Estados Unidos. El fuerte de Cape Coast en Ghana, la isla de Gorea, pero sobre todo Dahomey, eran los principales centros para la distribución y venta de aquellos seres humanos, apresados en gran parte a consecuencia de las guerras que sostuvieron los monarcas locales, especialmente los más guerreros, Tegbesu, Kpengla y Agonglo, cuyo continuo botín en seres humanos abarrotaba el mercado de Xweda, la actual Ouidah, en donde la UNESCO construyó en 1992 la Puerta del No Retorno, en memoria de aquella terrible emigración forzosa.
Ahora, en la Conferencia de Accra, el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, ha vuelto a insistir en pedir reparación a las naciones europeas implicadas en aquel comercio, finalizado legalmente en 1807 aunque aún se prolongara de manera clandestina hasta la segunda mitad del siglo XIX. Akufo-Addo ha sido no obstante muy cauto al señalar que “el continente africano merece las excusas oficiales de las naciones europeas implicadas en el comercio de esclavos”, pero se ha abstenido de cuantificar con precisión la indemnización a solicitar: “No hay dinero que pueda reparar los daños y el dolor causados por este comercio transatlántico, pero es una cuestión de principios que el mundo no puede seguir ignorando por ser de legítima justicia”, expresó en su alegato general.
El líder ghanés estima que la reclamación debe ser conjunta, por lo que exhortó a todos los países del continente concernidos a actuar de consuno. Una petición aceptada de manera implícita y de inmediato por el actual presidente de la Unión Africana, el jefe del Estado de Comores, Azali Assumani, que calificó esos más de tres siglos de “la fase más sombría de la historia de África”.
Los líderes de Ghana, Benín, Togo, Nigeria, Senegal, Gambia, Costa de Marfil, República Centroafricana, Níger, Congo y Camerún reconocieron no obstante que algunos dirigentes europeos han empezado a reconocer los excesos cometidos durante esa colonización, citando al respecto el reciente viaje del rey británico Carlos III a Kenia o las declaraciones del presidente alemán, Walter Steinmaier expresando su “vergüenza por los crímenes cometidos durante el periodo colonial en Tanzania”. También reconocen que varios museos europeos y norteamericanos han comenzado a devolver a sus países de origen parte de las piezas robadas sin que mediara en su adquisición primaria transacción comercial alguna con los nativos.
Por otra parte, y en los márgenes de la conferencia algunos líderes africanos dieron cuenta de los progresos realizados respecto de la instauración de una Ruta de la Memoria de la Esclavitud, que uniría los enclaves de apresamiento, confinamiento, venta y despacho de los hombres y mujeres obligados a partir encadenados y hacinados hacia América. A pesar de las tensiones que sacuden al continente hay un número creciente de viajeros, especialmente norteamericanos, que visita ya estos lugares con ánimo de redescubrir sus raíces. A este respecto, ha empezado a florecer un nuevo servicio a los turistas: pruebas de ADN que certificarían el origen africano exacto de los antepasados esclavos.
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