Alberto Barciela
Periodista / Vicepresidente de EditoRed
“Me hicieron de cien años algunos minutos que se quedaron conmigo, / no cien años”, los versos de Antonio Porchia (1885-1968), un poeta argentino de origen italiano en “Las revelaciones desnudas”, del libro “Voces”, se acomoda al cántico de celebración del centenario, este 2 de noviembre, del nacimiento de Ida Vitale, la Penélope uruguaya de raíces también latinas, la dama capaz de tramar con finísimos hilos, con palabras, una geografía inmensa. Lo hace con una mirada atenta, elevando la voz de la experiencia a luz con la que combatir las incertidumbres de lo cotidiano, del devenir huellado de recuerdos y herido de presente. Lo hace con una sutil sensibilidad femenina. En ella, como en Porchia, todo se hace breve y preciso, lo ejemplariza este bellísimo fragmento, inteligente invitación, de su obra: “Sí, no vayamos más lejos, /quedemos junto al pájaro humilde/ que tiene nido entre la buganvilla/ y de cerca vigila./ Más allá sé que empieza lo sórdido,/ la codicia, el estrago.”
Creo que el crítico gaditano José Ramón Ripoll, escritor, poeta, periodista y musicólogo, captó la esencia de la autora celebrada: vida, ética y verbo. Lo hizo en un artículo “Ida Vitale o la reducción del infinito”, en el que escribió “lo que tiene de vida la poesía de Vitale no se refiere a un sentido biográfico, sino esencial, el canto de la vida misma, en su presente, que se vuelve imagen vívida y eterna. Lo que tiene de ética es aquello que la mueve a mirar al otro y darle su espacio, su ser, su dignidad. Finalmente, el verbo le brinda la clave, el puente, para aproximarse al acontecimiento poético”.
Integrante de la Generación del 45, Ida Vitale comparte el Parnaso uruguayo con otros escritores como Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Emir Rodríguez Monegal, María Inés Silva Vila, Ángel Rama o Idea Vilariño, esta última de origen gallego. Pero Ida es universal, como casi todos ellos, patrimonio de los ya 600 millones de hablantes de español en el mundo, dato que acabamos de conocer, y que viene a celebrar a lo grande el cumpleaños de la Premio Cervantes 2019, cuya obra ha sido también traducida, entre otros idiomas, al italiano, el alemán o el portugués.
En su creación, Ida urde, trenza, entrelaza, los aspectos humanos del feminismo, la luz del amor o la esperanza, alcanza sus vértigos, sufre la soledad y el exilio, construye sus refugios, proclama su libertad, ensalza a los artistas de la plástica o de las letras, canta al libro, transita el tiempo y hace el amor con las palabras. Y es capaz de traducir en algarabía el leve leguaje de las gotas de lluvia sobre el cristal.
Inspirados, sutiles y hermosos alcances, encuentros afortunados, inspiración y lucidez permanentes, eso son sus versos, sus poemas están llenos de preguntas pero su verdadero aporte son un manantial de respuestas, de palabras exactas.
Hay que celebrar los cien años de Ida entre nosotros. Recurro de nuevo a la sapiencia de Antonio Porchia, conciso, capaz de cantar a los creadores todos: “Esos muy diminutos seres que viven un corto momento, sabemos que/ viven un corto momento, pero no sabemos si viven cien largos años/ en el corto momento que viven.”
“La realidad son dos momentos, el momento en que uno lo vive y el momento infinito en que uno lo recuerda”. Ida Vitale nos situó ante la intimidad que nos embarga, en un instante difícil para el mundo. Por ella sabemos, que “una lluvia de un día puede no acabar nunca”. Sus palabras hicieron bello incluso el dolor, todo un esperanzado consuelo.
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