Pedro González
Periodista
Por primera vez en la historia del planeta fútbol una competición liguera no europea se cuela entre las que más dinero ha invertido en fichajes. Se trata de la Saudi Pro-League, que además de los servicios del portugués Cristiano Ronaldo, figura indiscutible del Al-Nassr, se ha hecho con los de los franceses Karim Benzema y N´Golo Kanté, ambos fichados por Al-Ittihad, y el brasileño Neymar da Silva, estrella de Al-Hilal, que encabezan una larga lista de estrellas y satélites destinados a hacer brillar internacionalmente a sus respectivos equipos. También ha contratado los servicios de un entrenador inglés de relumbrón, Steven Gerrard, para el histórico Al-Ettifaq de Damman, el primer club saudí en ganar la Liga de Campeones Árabe en 1984 y en hacerse con la Copa de Campeones del Golfo.
Las cifras manejadas son grandiosas y mareantes: 200 millones por temporada para Cristiano; contrato de 588 millones para Benzema por tres años, que seguro se le harán inolvidables, y así hasta los cerca de 1.000 millones con los que se quiere convertir al campeonato saudí si no en el más atractivo del mundo, sí en el único capaz de doblegar las voluntades más férreas. Este mismo año solo se les ha resistido el ídolo argentino Leo Messi, que rechazó los 360 millones que le ofrecía Al-Ittihad de Yeda, prefiriendo respirar en su lugar los aires americanos y las potencialidades de inversiones de Miami.
Esta política no es una cuestión estrictamente deportiva. Responde a una estrategia política diseñada por el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salman (MBS), denominada Visión 2030, y que estaría encaminada fundamentalmente a dotar al Reino del Desierto de un robusto poder blando (soft power), además de dar cabida a todos los sueños que el fútbol puede proporcionar a una población cuyas dos terceras partes tiene menos de 35 años.
Riad, que tomó buena nota de la repercusión en términos de conocimiento e imagen del Mundial de Fútbol de Qatar, aspira a hacerse con la misma cita en 2034 pero, a diferencia de su emirato vecino, con el deporte del balompié ya bien implantado y asentado previamente tanto en el país como internacionalmente. Arabia posee ya una amplia infraestructura en estadios, a los que por cierto no está vedada la entrada a las mujeres.
Consciente de que para recoger buenos y abundantes frutos hay que invertir antes, MBS alienta inversiones gigantescas, que van no solo de esta lista de fichajes sino también de otros flecos colaterales como la celebración en territorio saudí de otras competiciones nacionales, como por ejemplo la Supercopa de España, o la compra de clubes, como es el caso del Newcastle inglés.
Pese a ser el más popular y multitudinario deporte a escala mundial, el fútbol no es el único deporte en el que MBS ha puesto sus complacencias. El Gran Premio de Arabia Saudí de F1 ya está plenamente integrado en el circuito, en el que el holandés Max Verstappen y su monoplaza con los colores de Red Bull son reyes indiscutibles.
Arabia rompió también hace apenas tres años el monopolio que ejercía la PGA norteamericana sobre otro gran deporte de élite, el golf, al crear el LIV Golf Tour, al que emigraron muchas de las grandes figuras como los norteamericanos Dustin Johnson, Phil Mickelson, Cameron Smith o Bubba Watson, o los españoles Sergio García y Pablo Larrazábal. En 2022 llegó a darse la casualidad de que en la misma fecha en que Jon Rahm se embolsaba 250.000 euros por ganar el Open de España, un madrileño casi desconocido, Eugenio López Chacarra, se metía en su zurrón personal 4,88 millones al ganar en Bangkok la prueba correspondiente al circuito saudí. Este año, la otrora todopoderosa PGA, que pensaba doblegar a la LIV, ha tenido que sentarse a negociar con ella y pactar una nueva organización que integre a ambos circuitos, con muchos detalles aún por decidir.
En esta estrategia global de MBS late también otro horizonte: el de diversificar al máximo las fuentes de ingresos, consciente de que el petróleo se agotará algún día, al tiempo que Arabia no renuncia ni al liderazgo del mundo árabe ni a ser una pieza fundamental en la geopolítica internacional. Y en ese puzzle, además de las capacidades militares, es de la mayor importancia dotarse de ese poder blando que otorgan la cultura y el deporte, cada vez más poderosos y globales.
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