The Diplomat
En los libros sobre la Primera Guerra Mundial suelen aparecer dos españoles como figuras destacadas: el rey Alfonso XIII por su labor humanitaria y el embajador de nuestro país en Bélgica, Rodrigo Saavedra y Vinent (Madrid, 1866-Bruselas, 1926), aunque este diplomático pasó a la historia por el título nobiliario que ostentó: el marqués de Villalobar.
El monarca maniobró desde el 4 de agosto de 1914, fecha de la entrada de Alemania en la neutral Bélgica de la que hoy se cumple un centenario, para que España quedase al margen de la contienda. Y cuando en 1915 todo el mundo se dio cuenta que la guerra sería larga, inició una labor humanitaria para la localización de los prisioneros de guerra –a través de la llamada Oficina Pro-Cautivos que se abrió en el Palacio Real- a la par que diversas gestiones diplomáticas junto a Estados Unidos –hasta la entrada de este país en la guerra en 1917- y el Vaticano para que los aliados y los imperios centrales pusieran fin a la barbarie.
En todas estas gestiones participó el marqués de Villalobar desde su estratégico puesto de embajador español en Bruselas. Previamente estuvo destinado en París, Washington, Londres y Lisboa. En la capital belga fallecería en 1926 siendo aún embajador de España y miles de personas le despidieron por las calles de la ciudad. Un busto suyo se encuentra hoy en día en el Senado de este país.
La carrera diplomática española contó con excepcionales embajadores durante la contienda, según relata Álvaro Lozano en un estudio sobre el marqués de Villalobar para la UNED. Los más importantes y destacados fueron Ramírez de Villaurrutia en París desde 1913, de tendencia francófila; en Londres estaba Alfonso Merry del Val y Zulueta, que era anglófilo. Polo de Bernabé y Pilón estaba destinado en Berlín desde 1906; mientras que en Roma se encontraba, desde 1911, Ramón Pina y Millet a la cabeza de una complicada embajada ya que no eran buenas las relaciones entre los Saboya y los Borbones desde la reunificación italiana y el fin de los Estados Pontificios.
En San Petersburgo se encontraba desde marzo de 1914 Aníbal Morillo y Pérez, conde de Cartagena; en Berna, Francisco de Reynoso; y en Lisboa desde mayo de 1913, el marqués de Villasinda, Luis Valora y Delavat. Por último, dentro de los diplomáticos que jugarían un papel importante durante la guerra estuvo Cipriano Muñoz y Manzano, conde de la Viñaza y embajador ante el Vaticano.
Cuando las tropas alemanas invadieron Bélgica, violando su neutralidad, todos los representantes diplomáticos decidieron seguir al Gobierno belga en el exilio a Le Havre (Francia), excepto tres de países neutrales: los de España, Estados Unidos y Países Bajos (éste último dejó un encargado de negocios). Villalobar pronto trabó amistad con su homólogo estadounidense, Brand Whitlock, y juntos realizaron una extraordinaria labor en muchos frentes como ministros “protectores” de Bélgica.
En los primeros días de la invasión alemana, Villalobar se hizo cargo de los intereses diplomáticos de una impresionante lista de potencias beligerantes, que se alargará todavía más con la sucesiva entrada en guerra de otros países y, sobre todo en 1917, cuando Whitlock abandonó Bruselas para ir a Le Havre debido a la entrada de Estados Unidos en la guerra contra Alemania.
Colaboró primero con las autoridades municipales con objeto de que Bruselas no fuera bombardeada, lo cual repetiría semanas más tarde a favor de Amberes, esta vez a petición de las autoridades alemanas, y estableció desde el primer momento una relación duradera con el Gobierno alemán de ocupación, “que siempre sería operativa, aunque en ocasiones la tensión llegase a niveles próximos a la ruptura”, relata Lozano.
Villalobar acudió asimismo a los ocupantes alemanes para mejorar la situación de los residentes españoles, especialmente la de los que se vieron envueltos en atrocidades alemanas como la destrucción de Lovaina, pero también para ayudar a los belgas. Así, intentó evitar deportaciones de civiles, intercedió por determinadas personalidades belgas como Adolphe Max, el alcalde de Bruselas, o por los ilustres catedráticos Henri Pirenne y Paul Frédéricq.
Una de las actuaciones más dramáticas del marqués de Villalobar fueron sus esfuerzos desesperados, en la noche del 12 al 13 de agosto de 1915, para intentar que se pospusiera la ejecución de Edith Cavell, una enfermera británica condenada a muerte en un juicio sumarísimo por un tribunal militar alemán, tras haber cobijado en su hospital en Bruselas a 200 soldados belgas, franceses e ingleses (prisioneros evadidos y pilotos abatidos) y haberles ayudado a huir de Bélgica.
Villalobar fracasó en su empeño, no sin haber pasado una buena parte de aquella fatídica noche acosando hasta altas horas a sus contactos alemanes del más alto nivel, extralimitándose incluso en sus prerrogativas diplomáticas, y elevándoles la voz una y otra vez, incluso para exigir que se despertara por teléfono al propio Káiser Guillermo.
Otro caso por el que se recuerda a Villalobar es el de la señora Cartón de Wiart, esposa del ministro de Justicia belga, que prefirió quedarse en Bruselas con seis hijos en vez de partir al exilio. Desde el primer momento la señora Cartón de Wiart se negó a cumplir la ley marcial impuesta por el invasor. El día 20 de mayo de 1915 fue arrestada y conducida ante un tribunal constituido en el Senado belga. Fue condenada tres meses de prisión y enviada a Berlín para ingresar en la prisión de Moabit.
Todos los esfuerzos que se hicieron para obtener su libertad fueron infructuosos, tanto del Papa como del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Finalmente, las gestiones del marqués de Villalobar, a la par que las del rey Alfonso XIII, tuvieron mejor fortuna y Berlín aceptó dejarla en manos del embajador español a condición de que no regresase a Bélgica. La señora Cartón de Wiart abandonó Alemania con un salvoconducto español y se internó en Suiza, donde encontró a todos sus hijos.
En los últimos meses de la guerra, Villalobar medió entre los dos bandos bajo la base a los 14 puntos que Washington había ofrecido a los beligerantes para acabar la guerra sin vencedores ni vencidos. Pero sus gestiones no dieron resultados. El final llegaría en unos meses con el armisticio de Alemania.