Pedro González
Periodista
La Unión Europea parece haberse convencido de que hay regímenes políticos que no van a cambiar, de manera que no se puede esperar eternamente para establecer relaciones más estrechas, aunque eso contravenga principios que parecían grabados a fuego. El reciente viaje del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, lo ha puesto de manifiesto al rehusar todo gesto hacia la oposición al régimen castrista, incluido el de exigir la liberación del millar largo de presos políticos, gran parte de ellos encarcelados a raíz de las protestas en las que por toda la isla surgieron voces reclamando simplemente libertad. La represión se ha acentuado más aún si cabe, a raíz de la emergencia de la nueva pugna que libra el viejo orden liberal asimilado a Occidente y el populismo neocomunista que se ha ido extendiendo como una mancha de aceite por toda América Latina.
Mandan, pues, los intereses estratégicos y es evidente que la UE, que sigue aspirando a jugar un papel relevante en el concierto internacional, prefiere asumir la realidad antes que empeñarse en defender el sacrosanto respeto a los derechos humanos, que por otra parte también fue enarbolado por Estados Unidos, en tanto que líder de una determinada concepción del mundo.
Borrell, que puede alardear de haber alzado la voz en un pasado no tan lejano contra la tiranía castrista, y ser ensalzado por los que no tienen más opción que la cárcel o el exilio, ha pasado, a ojos de esa misma oposición, a engrosar la lista de decepciones. Lo expresa descarnadamente la escritora Zoé Valdés: “Cuando los cubanos logren liberarse de esa tiranía de más de 64 años de existencia, entre represión, encarcelamientos, torturas, fusilamientos, exilios, miseria y falta total de libertades, no debemos jamás olvidar el pésimo rol que han desempeñado la Unión Europea, salvo rarísimas excepciones, y los socialistas españoles, en el anhelo de reconducirnos hacia la libertad de nuestro país”.
Casi simultáneamente a esta visita de Borrell a Cuba se presentaba en España la película documental “El Caso Padilla”, que saca a la luz por primera vez el archivo clasificado con la feroz autocrítica del poeta cubano Heberto Padilla. Contemplar en la pantalla esa atroz autohumillación de un intelectual, cuyo encarcelamiento había provocado el primer manifiesto internacional en favor de su libertad, produce una mezcla de náusea e incredulidad. El poeta crítico con una revolución que había virado hacia el más descarnado totalitarismo comunista entona una “sentida autocrítica”, se declara agente contrarrevolucionario y acusa de complicidad a muchos de sus colegas del gremio de escritores cubanos, entre ellos su esposa, reunidos para semejante auto de fe.
Era primavera de 1971 y había pasado un mes en manos de la seguridad del Estado cubano. Su arresto había movilizado a la vanguardia intelectual del mundo entero, de Julio Cortázar a Jean-Paul Sartre, de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez a Jorge Edwards o Juan Fernández Figueroa.
La película documental dirigida por Pavel Giroud, verdadero retrato del miedo, puede parecer un relato de ficción contemplado ahora, a punto de cumplirse el primer cuarto del siglo XXI. El mismo Heberto Padilla pudo salir del país y terminar sus días en Estados Unidos, casi avergonzado de aquella sesión de delación en la que el gran poeta aparece convertido en una piltrafa humana.
Mientras tanto, Cuba y su revolución siguen inamovibles, justificando la miseria generalizada de gran parte de los cubanos en el bloqueo estadounidense. Las concesiones realizadas por quienes creyeron que el régimen se abriría a cambio de mejorar las relaciones comerciales, se vieron defraudadas sucesivamente.
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