Andrea Chamorro González
Analista de la Fundación Alternativas / Especialista en África y Oriente Medio
Desde el pasado 15 de abril se llevan dando en Sudán intensos combates entre el Ejército, encabezado por el presidente, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) dirigidas por el vicepresidente. Este conflicto ha puesto de manifiesto la debilidad de los equilibrios de poder en Sudán. Desde el año 2022, el Gobierno sudanés ha estado compuesto por militares de distintas facciones, que compiten por el poder en el marco de una transición que cada vez se muestra más incierta.
¿Hacia una guerra civil?
A la hora de analizar el conflicto es indispensable determinar los intereses, capacidades y características de los actores que intervienen. El bando del Gobierno está formado por el Ejército Regular sudanés, cuyo líder es Abel Fattah al Burhan. Por otro lado, tenemos a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo paramilitar cuyo líder es Mohamed Hamdan Dagalo, comúnmente conocido como Hemetti. Este grupo estuvo implicado en la subyugación de la región de Darfur y ha sido una importante fuerza represora tanto en la época de Omar al-Bashir como en la transición.
Desde la caída del dictador al-Bashir, las luchas por el poder han sido una constante, tanto entre civiles y militares (acabando con la renuncia del primer ministro Abdallah Hamdok en 2022) como entre los propios militares. A pesar de estas tensiones, se hallegado a acuerdos de transición. Por otro lado, las RSF habían gozado de libertad de acción, y el nuevo acuerdo para la transición sudanesa estipula que este grupo paramilitar debe quedar integrado en el Ejército Regular; de ser así, perderían su poder, por lo que se muestran radicalmente en contra.
Tanto el Ejército Regular como las RSF se encuentran bien equipados y tienen un considerable tamaño, teniendo en cuenta las tropas de los países de su alrededor. El Ejército Regular sudanés se estima en 205.000 efectivos, mientras que las RSF cuentan con unos 100.000 soldados. Al mismo tiempo, ambos se encuentran considerablemente bien armados, ya que en 1993 se creó la Military Industry Corporation, la corporación de defensa estatal sudanesa. Esto hace que ambos bandos no dependan del exterior para conseguir armamento: si fuese así, el conflicto podría ser más corto debido a que los mercados de armas internacionales están dirigidos a la guerra entre Rusia y Ucrania.
Los recursos naturales suelen ser la gasolina que alimenta los conflictos, ya que las guerras son enormemente costosas. Durante los años 90, en África muchos bandos enfrentados se sentaron en la mesa de negociaciones. Esto fue algo positivo, indudablemente, pero no se debe pasar por alto que ocurrió en el contexto del fin de la Guerra Fría. Sin embargo, los grupos que poseían recursos propios y no dependían excesivamente de las grandes potencias pudieron continuar la lucha. Sudán posee numerosos recursos naturales de gran valor: oro, uranio, gas. Como ocurre en numerosos países africanos, las ganancias de la explotación de estos recursos se quedan en las élites del país.
Los datos que se han aportado nos hacen entrever una cuestión importante: ambos bandos están dotados de una cantidad considerable de recursos, tanto económicos como militares. Esto puede suponer que los combates pueden alargarse en el tiempo, antes de que se llegue a un desgaste crucial de ambos contendientes. A pesar de esta posesión de recursos, es evidente que ninguno de los dos bandos esperaba que se diese un conflicto de una duración tan grande. Se han registrado treguas, y ambos contendientes lo han justificado con la necesidad de crear corredores humanitarios para la población, pero la práctica nos hace sospechar que esta justificación no es real. Se han dado numerosos reportes de que los combates han continuado, y es necesario tener en cuenta que los armisticios son un pretexto muy eficaz para reorganizarse y reabastecerse. Recientemente se registró un alto el fuego, entre el cuatro y el once de mayo, que fue prorrogado 72 horas más. No obstante, al día siguiente se habían dado reportes de que la pausa a las hostilidades se había roto.
El alto el fuego se ha relacionado estrechamente con la situación humanitaria en Sudán. El país ya arrastraba una delicada situación social, debido a las sequías y la falta de alimento derivada de la guerra de Ucrania. De acuerdo con Naciones Unidas, casi un tercio de la población del país ya necesitaba ayuda humanitaria antes de los conflictos. Naciones Unidas ha denunciado que en torno a 25 millones de personas necesitan protección y ayuda humanitaria en el país, y ha solicitado 2.700 millones de dólares, la mayor cifra solicitada para dar ayuda humanitaria al país.
Los enfrentamientos no han hecho más que agravar la situación. En la capital se han bombardeado infraestructuras y edificios civiles, con numerosas muertes y desabastecimientos. El Sindicato de Médicos de Sudán ha denunciado que el 70% de los hospitales del país no están funcionando, y en la capital 61 de los 86 centros de atención primaria se encuentran inoperativos, mientras que el resto están funcionando parcialmente. Uno de los sectores de población más afectados han sido los niños: Naciones Unidas estima que los combates han interrumpido la atención a unos 50.000. Debido a esta situación tan crítica, 220.000 personas se han visto obligadas a huir y se han refugiado en otros países que también tienen una situación muy delicada. Los desplazamientos dentro del país son aún mayores, con casi 700.000 personas.
Algunas ONG, como Save the Children, han suspendido sus actividades en el país debido a la peligrosidad para su personal; no obstante, están tratando de reactivar la ayuda para evitar una catástrofe a nivel poblacional. Desde el inicio del conflicto se cerró el espacio aéreo a excepción de la ayuda humanitaria. Sin embargo, la asistencia exterior se está encontrando con importantes problemas. La primera cuestión es que la ayuda está llegando lentamente, pues el primer avión arribó el 30 de abril. Al mismo tiempo, se están produciendo saqueos de los víveres, como denuncia Naciones Unidas.
Sin embargo, el empeoramiento drástico de la situación humanitaria no será uno de los motivos por los que se puede alcanzar un acuerdo en Sudán.
Tras los primeros enfrentamientos, las reacciones a nivel internacional no se hicieron esperar. Las embajadas evacuaron a su personal; al mismo tiempo, otros, como Arabia Saudí o Estados Unidos, buscaban mediar en un alto el fuego. Una cuestión que ha sido llamativa es que las distintas potencias no se han implicado apoyando a uno u otro bando. Este comportamiento puede obedecer a múltiples motivos, pero es importante destacar que la intervención de cualquier país extranjero, en uno u otro sentido, puede provocar que el conflicto escale con rapidez.
¿Qué se puede esperar?
Hasta el momento, la tendencia ha ido hacia el estancamiento, ya que ninguno de los bandos ha conseguido imponerse, debido a que ambos poseen unas fuerzas muy equiparadas. Al mismo tiempo, los actores del sistema internacional han optado por la contención más que por la implicación. Como reza el dicho “cuando los elefantes se pelean, la hierba es la que sufre”, la población es la primera víctima de los devastadores efectos de la contienda, y su prolongación en el tiempo no hará más que empeorar la situación.
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