Pedro González
Periodista
Ninguno de los dos proyectos para el futuro de Turquía logró imponerse en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Dos concepciones antagónicas que, sea cual sea el resultado del desempate el próximo día 28 de mayo, confirmará la profunda división del país. Ni la visión imperial del presidente Recep Tayyip Erdogan ni la de su principal opositor, Kemal Kilicdaroglu, partidario de una Turquía integrada en Occidente, consiguieron superar la mitad más uno de los votos de un electorado que acudió masivamente a la cita con las urnas.
Es poco probable que los candidatos contribuyan en estas dos semanas de campaña a calmar los ánimos de los 64 millones de turcos con derecho al sufragio, tales son las diferencias entre los proyectos de país de uno y otro. Los seguidores de Erdogan suscriben el sueño de éste de implantar la Segunda República, esto es cambiar definitivamente el modelo que implantara Mustafá Kemal Ataturk justamente ahora hace cien años. Esa remodelación culminaría el giro emprendido por el actual presidente turco hacia la otomanización del país, implantando el islam en el corazón de la vida política, abrazando la comodidad de gobernar a base de decretos a la manera de los antiguos sultanes, y alejándose progresivamente del Occidente al que quiso incorporarse el padre de la patria Ataturk.
Su antagonista, el socialdemócrata Kilicdaroglu, al frente del Partido Republicano del Pueblo (CHP) fundado por el propio Ataturk, encarna precisamente los valores de la democracia liberal, es decir el parlamentarismo y una estricta separación de poderes, con especial hincapié en una justicia independiente e imparcial. En su proyecto incluye reencontrarse con la Unión Europea y Estados Unidos, con los que Erdogan mantiene una actitud cada vez más distante, al tiempo que ha incrementado su relación con la Rusia de Vladimir Putin.
Los seguidores incondicionales de Kilicdaroglu son muchos menos que los de su rival. No obstante, en la segunda vuelta recolectará incrementadamente el voto de los descontentos, sacudidos por el desplome de la economía, la inflación disparada y el aumento del paro, además de los muchos afectados por el reciente terremoto, cuyo balance de 50.000 muertos y miles de edificios derrumbados han hecho salir a la superficie la podredumbre de la corrupción inmobiliaria. Si los sondeos no mienten, también se le unirá buena parte de los cinco millones de jóvenes que vota por vez primera en estas elecciones y que manifiestan su preferencia por un modelo más cercano al kemalismo renovado de Kilicdaroglu.
En este enfrentamiento inédito queda cómo incógnita hacia cuál de los dos candidatos se inclinará ese 5% de los votos que en la primera vuelta ha cosechado Sinon Ogan, disidente del partido nacionalista MHP. También lo que puedan decidir quienes habían ya emitido su voto en el extranjero o por correo, en favor de Muharren Ince, el candidato del Partido de la Nación retirado de la competición electoral tres días antes de la celebración de los comicios, pero cuyo nombre seguía apareciendo en las papeletas.
Sinon Ogan auguraba al término de la jornada que “los quince días más de campaña van a ser muy difíciles”, sin especificar ni sus propias preferencias ni si las dificultades serían en forma de maniobras sucias, incidentes de todo tipo e incluso disturbios violentos. Las denuncias de la oposición de numerosas irregularidades cometidas supuestamente por militantes y delegados del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), preludiarían, caso de ser ciertas, que los partidarios de Erdogan estarían dispuestos a todo para no perder el poder. El presidente no ha contribuido precisamente a calmar los ánimos, al intensificar los ataques personales a Kilicdaroglu en la recta final de la primera vuelta.
Esta prolongación de la incertidumbre se les hará sin duda muy larga a los muchos presos políticos a los que Kilicdaroglu había prometido amnistiar si llegaba a la presidencia. También a los 3,7 millones de refugiados sirios, que mal que bien se están adaptando a vivir en Turquía, pero a los que Kilicdaroglu tiene intención de repatriar entablando negociaciones a tal efecto con el presidente Bashar Al-Assad.
La UE y EE. UU. también habrán de aguardar un poco más para dejar de poner en sordina el disgusto que les causa una Turquía que va por libre en el seno de la OTAN, donde sigue bloqueando la entrada de Suecia y se ha dotado de sistemas rusos de defensa antiaérea.
La incertidumbre también planea sobre la Gran Asamblea Nacional, el parlamento unicameral turco, cuyos 600 diputados han sido elegidos por el sistema proporcional a una sola vuelta. Aunque el AKP ha sido el ganador precisaría de los nacionalistas del MHP para dominar el hemiciclo. Y si el próximo 28 de mayo se impusiera Kilicdaroglu, éste se encontraría con un parlamento hostil, al que solo podría sortear manteniendo entonces el presidencialismo autocrático de Erdogan, pero incumpliendo por lo tanto su promesa de recuperar el parlamentarismo.
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