Pedro González
Periodista
Aunque se llame Partido Colorado, la fuerza política hegemónica de Paraguay durante los últimos siete decenios es eminentemente conservadora. La práctica totalidad de los sondeos auguraban una pugna electoral muy ajustada con la izquierda agrupada bajo la etiqueta de Concertación para un Nuevo Paraguay. A esta última, y a su candidato a la Presidencia, Efraín Alegre, les apoyaba la práctica totalidad de las fuerzas que han conquistado el poder en América Latina, hasta teñir el continente del color rojo del izquierdismo, desde el México de Andrés Manuel López Obrador al Chile de Gabriel Boric o el inmenso Brasil de Lula da Silva. Contemplando, pues, el mapa completo desde el Río Grande a la Tierra del Fuego, la inmensa mancha roja de la izquierda apenas presenta las incrustaciones azules de la derecha en Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Ecuador, Uruguay y Paraguay.
Que los conservadores del Partido Colorado de Paraguay vayan a disponer de otros cinco años en el poder tiene, pues, ese primer significado de haber puesto un dique a lo que parecía un avance incontenible de todo el espectro izquierdista, desde sus variantes más moderadas hasta las más extremas del denominado eje bolivariano, compuesto por las dictaduras o tiranías de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
El triunfo aplastante del economista Santiago Peña sobre el izquierdista Efraín Alegre (42,7% frente al 27,4% de los votos) demuestra que el electorado paraguayo ha tomado buena nota de la realidad práctica a que conducen los gobiernos que han implantado en la región las diferentes variantes y mezclas del castrismo, el chavismo, el peronismo y el populismo neocomunista.
Pese a todos los grandes defectos de que adolece el país, especialmente un índice de pobreza del 25%, una sanidad pública deficiente y con enormes carencias y, sobre todo, la implantación creciente de un narcotráfico que emponzoña la vida política y social y espolea la corrupción, los paraguayos han preferido creer las promesas del coloradista conservador Santiago Peña, especialmente la de que creará medio millón de empleos en un país de 7,5 millones de habitantes. También, que peleará porque la marea del pensamiento “woke” no arrase con los tradicionales valores espirituales y familiares del país.
Sin embargo, en este aspecto cabe destacar el 22,9% de los sufragios obtenidos por el candidato antisistema, Paraguayo Cubas. Que semejante cantidad de votantes hayan dado su papeleta a un discurso que abomina del parlamentarismo y de todos los estamentos funcionariales del país, es cuando menos una potente señal de advertencia del hartazgo que expresa esa casi cuarta parte del país, que en definitiva rechaza en bloque a toda la clase política.
Un programa con repercusiones internacionales
Cuando tome posesión de su cargo el próximo mes de agosto, de manos del actual presidente, Mario Abdo Benítez, Santiago Peña dispondrá del respaldo de las mayorías absolutas conseguidas asimismo en la Cámara de Diputados y el Senado, así como de las catorce de las diecisiete gobernadurías del país. Tendrá por lo tanto amplísima capacidad de maniobra para demostrar la sinceridad de sus promesas y tapar eventualmente la boca a los que le han acusado insistentemente de ser un “oportunista” y un “chile” (palanganero). Lo primero, en referencia a su pasado como militante del Partido Liberal (centroizquierda). Lo segundo, por haberse convertido, según sus detractores, en el “criado para todo” del expresidente Horacio Cartes, el principal empresario y la mayor fortuna del país, acusado de corrupción en Estados Unidos, en donde tiene prohibida la entrada.
“Desde hoy empezaremos a diseñar el Paraguay que todos queremos, sin grandes desigualdades ni injustas asimetrías sociales”, decía Peña en su primera declaración tras ser proclamado presidente electo. Tiene trabajo, máxime con la siniestra sombra del muy poderoso narcotráfico planeando sobre la vida del país.
Además de las consecuencias que para el continente iberoamericano tenga esta elección en Paraguay, la permanencia del Partido Colorado y Santiago Peña en Asunción tendrá otras más allá del continente americano: mantener la apuesta por la alianza entre la UE y el Mercosur; permanecer como uno de los solo trece países que mantienen el reconocimiento diplomático de Taiwán frente a China (Honduras ha sido el último en trocar Taipéi por Pekín), y mantener la promesa a Israel de trasladar la sede de su Embajada de Tel Aviv a Jerusalén.
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