Nacho Sánchez Amor
Eurodiputado
En general, en las comisiones de asuntos exteriores de los parlamentos, arrastradas por una actualidad internacional frenética, se salta de crisis en crisis dejando poco espacio para la reflexión sobre los instrumentos, los medios, los resortes de la política exterior. Es el caso también en el Parlamento Europeo, pero con una diferencia esencial: los países miembros tienen larga experiencia diplomática, de siglos en ocasiones, y sus instrumentos están ampliamente testados y rodados. No es el caso en la Unión Europea, cuya política exterior común es el resultado reciente de un forcejeo entre las nacientes capacidades de Bruselas y la (lógica) reticencia de los gobiernos a desapoderarse de una función tan nuclear en su soberanía. La actual Política Exterior y de Seguridad Común de la UE es heredera de una anterior mera concertación informal de los gobiernos que se consagra en 1992 en Maastricht y madura en 2009 en Lisboa.
Uno de los elementos más notorios de esa madurez es la creación del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) el primer instrumento diplomático europeo, y por tanto la herramienta esencial de estas nuevas capacidades. Los gobiernos decidieron crear este instrumento a caballo entre la Comisión y el Consejo y mantener a su titular, hoy Josep Borrell, con el “doble sombrero” de Alto Representante de los ejecutivos nacionales y Vicepresidente del ejecutivo comunitario. Son ya casi trece años de práctica y el Parlamento decidió que era momento de revisar su funcionamiento mediante una Recomendación que se aprobó en la Cámara de Estrasburgo la semana pasada. me ha correspondido representar en esta negociación al Grupo S&D como “shadow rapporteur”.
Un asunto que se ha ido complicando innecesariamente en la práctica deriva de la confusa regulación legal de las respectivas funciones exteriores del Presidente del Consejo, la Presidenta de la Comisión y el Alto Representante Borrell. Pero no solo de la regulación, también de una cierta hiperactividad exterior de los dos primeros que se ha traducido en duplicidades, roces protocolarios y una cierta impresión de competencia por aparecer en la escena internacional o con los interlocutores más relevantes. Muchas caras y muchos egos en la política exterior de la UE. Una situación para la que mi receta viene siendo “dejen trabajar a Borrell, que no parece muy preocupado por la altura de su silla en las fotos”. Crear una cultura diplomática común es también parte de la solución, a la espera de una mayor claridad en los Tratados.
En su conjunto, el texto de la Recomendación refleja una satisfacción creciente con el Servicio Exterior y hace una llamada a reforzar sus capacidades actuales para colmar las muchas expectativas, algo perfectamente en línea con el expreso de deseo de tener una “Comisión geopolítica” y convertir a la UE en un verdadero “actor global” dotado de “autonomía estratégica”. El Parlamento, en su lógica tendencialmente más federalista que la de las otras instituciones, señala certeramente que uno de los problemas esenciales del proceso de toma de decisiones en materia de política exterior europea es la necesidad de contar con unanimidad, lo que ofrece un absoluto poder de veto a cada uno de los gobiernos y, consecuentemente, la tentación de usar ese veto para reforzar posiciones nacionales en otras mesas de negociación de la UE. El Parlamento, no es la primera vez, pide la introducción de la lógica de la mayoría cualificada en varios ámbitos (DDHH, Protección del Derecho Internacional y sanciones), a la vez que veta otros (misiones militares).
Un asunto sobre el que se insiste es apoderar al Alto Representante para que coordine la dimensión exterior de las otras políticas europeas y tenga preeminencia en caso de diferencias en el seno del Colegio de Comisarios, además de más asentado papel de coordinar las posiciones en política exterior de los 27, con cita expresa de las que se tomen en el Consejo de Seguridad de la ONU (no se ha atrevido a pedir algo que entrará de todas formas en la agenda más pronto que tarde, la silla de la UE en dicho Consejo).
Por mi parte he logrado la inclusión en el texto de algunas ideas que llevan matriz española en el Parlamento. Una silla de la UE en el Consejo de Seguridad de la ONU; la continuidad de las recomendaciones tras las misiones de observación electoral; una nueva concepción de nuestra diplomacia cultural europea (más allá de la yuxtaposición desordenada de los grandes instrumentos nacionales similares al Cervantes); la formación común y la consolidación de una cultura diplomática genuinamente europea mediante la naciente Escuela Diplomática Europea; el flujo de inteligencia de los servicios nacionales hacia el SEAE en crisis exteriores; la responsabilidad compartida por las Delegaciones UE y las embajadas nacionales en materia de Derechos Humanos; incorporar a las Delegaciones a las funciones de observación electoral y seguimiento de recomendaciones en los periodos entre misiones; evitar la sobrerrepesentación en funciones diplomáticas de algunos estados miembros en áreas geográficas con las que se tiene una conexión histórica, lingüística o cultural; y promover una mayor igualdad de género en el SEAE en general y en los puestos de más nivel de las Delegaciones UE.
En resumen, una oportuna aportación del Parlamento Europeo a la maduración de los instrumentos de una política exterior europea, puesta a prueba como nunca antes con una guerra a las puertas de la Unión.
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