Miguel Ángel Medina
Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales Antoni de Montserrat de la Universitat Abat Oliba CEU
Cuando en enero de 2022 escribíamos acerca de la eterna partida de ajedrez que Rusia y Ucrania disputaban, ningún analista se habría aventurado a predecir los acontecimientos que han sacudido el panorama internacional en el último año. Estos doce meses han sido el escenario de profundos cambios a nivel global y, sin duda, el 2023 va a ser el año que pondrá a prueba muchas de las constantes del sistema internacional de la posguerra fría, sistema que analistas y responsables políticos creíamos plenamente consolidado. ¿Qué consecuencias puede tener esta contienda militar? ¿Se pueden aventurar cambios tectónicos en base a este episodio? Esbozaremos unas cuentas pinceladas que nos ayudan a entender mejor como el conflicto de Rusia y Ucrania ha rediseñado el canvass de las relaciones internacionales.
En primer lugar, cuando el Kremlin decidió lanzar su operación militar especial e invadir Ucrania el pasado 24 de febrero de 2022, una de las variables clave del orden internacional se deshizo cual azucarillo en el agua: el sistema internacional dejaba de ser predecible, ya que los actores que en el operan dejan de serlo. La invasión de un país soberano parecía que había quedado relegada a las clases de Geopolítica y los libros de historia mundial, pero la ofensiva rusa en tierras ucranianas ha destrozado todos los pronósticos sobre como las potencias mundiales tienen cierto comportamiento esperable, racional, casi ejemplarizante a nivel global. El conflicto entre Kiev y Moscú atestigua que ninguna nueva dinámica a nivel global es descartable, por muy inverosímil que parezca.
Una segunda derivada está directamente relacionada con lo anterior; En el mundo no hay amigos, sino aliados. Y no hay intereses perennes. El orden liberal internacional surgido tras el fin de la guerra fría, basado en normas internacionales, instituciones multilaterales y crecimiento económico compartido está, no en crisis, sino en un proceso de desgaste permanente. El paraguas liberal ya no es suficiente para resguardarse de la tormenta internacional de las últimas décadas, empezando por la recesión, pasando por la crisis alimentaria global o la incertidumbre energética, y acabando por el frágil estado de la democracia o la desregulación global. Muchos países ya habían puesto en duda el sistema multilateral de tipo occidental, y la invasión de Ucrania ha empapado a todo el sistema internacional en este sentido, subrayando que en el mundo hay mucha más división de la que se pensaba. La típica división entre democracias y dictaduras ha quedado obsoleta, y la contienda militar pone de relieve que en el mundo hay muchos grises en cuanto al apoyo político, institucional, económico y militar entre países. Pensemos en las dictablandas, las autocracias, las teocracias, los regímenes ocasos, los países liderados por un hombre fuerte… y entenderemos por qué el conflicto no ha derivado en una nueva división a nivel planetario. Ucrania y Rusia no representan dos modelos antagónicos de ver el mundo, y por ende tampoco lo representan los países que les apoyen, de una manera u otra. No hay riesgo de segunda guerra fría.
En tercer lugar, seguramente el concepto de neutralidad debe ser revisado a la luz de la evolución del conflicto. Enviar o no armas a Ucrania y no quedarse en el mero aplauso al valeroso pueblo ucraniano, adoptar con firmeza sanciones internacionales a Moscú, o votar firmemente en foros como Naciones Unidas contra la invasión rusa ya forman parte inevitablemente del menú de los dirigentes internacionales, y permanecer neutral en este sentido tiene unas connotaciones diametralmente opuestas a la concepción típica de neutralidad escandinava o suiza en las últimas décadas. Seguramente, el conflicto en Ucrania pone sobre el tapete mundial que la neutralidad y la inacción no son sinónimos, y que dado que el sistema internacional dista mucho de ser bipolar la neutralidad puede ser institucional, pero difícilmente lo será política o económica.
Dicho de otro modo, la invasión rusa de Ucrania y el posterior conflicto bélico nos lleva a pensar que este sistema internacional tan permeable, tan líquido, tan heterogéneo e interdependiente, es cada vez más complejo, y que los elementos vertebradores del orden internacional tienen unos cimientos muy débiles. Ucrania y Rusia nos dan la señal de alarma de que cualquier dinámica regional, internacional no es solo probable sino posible, y no podemos descartar en el futuro una nueva invasión a un país soberano, una crisis energética global o el desabastecimiento de materias primas. Es decir, que los problemas globales requieren soluciones globales.
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