Pedro González
Periodista
Inmaculada Colau, Ada desde sus tiempos de aguerrida activista y actual alcaldesa de Barcelona, ha decidido por sus bemoles romper relaciones con Israel, y de paso también el hermanamiento que unía desde 2008 a la ciudad catalana con Tel Aviv, la capital económica de Israel. La señora adoptó semejante decisión por la vía del decreto, evitando así someterla al plenario del propio gobierno municipal, arguyendo que así daba curso a la petición que en tal sentido le habían expresado 4.135 firmantes.
Que la señora Colau empuñe la vara municipal de Barcelona, en donde solo cuenta con 10 concejalías sobre un total de 41, es un privilegio que le debe a los 10 concejales del Partido Socialista (PSC), mayoría relativa que pudo conformarse gracias también al ex primer ministro francés, Manuel Valls, que facilitó el acuerdo merced a la fuerza de los seis escaños que consiguió su coalición Barcelona pel Canvi-Ciutadans.
Valls, tras reencontrarse con su patria chica y hallar de nuevo el amor, consideró concluida su fracasada aventura política en España y se volvió a Francia en búsqueda de redorar blasones políticos que hoy se antojan poco menos que imposibles. Su viejo Partido Socialista Francés es ya una reliquia con nulos visos de volver a emerger. Al dejar en herencia a los barceloneses a Ada Colau, sus ciudadanos han visto el deterioro de una ciudad que fuera la más próspera, abierta y cosmopolita de España. Que se hayan denunciado 1,2 millones de delitos el pasado año para una población de 1,6 millones de habitantes es todo un indicio, falta de seguridad a la que se unen la creciente suciedad, una fiscalidad casi confiscatoria que disuade de establecerse a potenciales inversores, una hostilidad creciente hacia uno de los pulmones económicos tradicionales, el turismo, y una plusmarca olímpica en okupaciones de inmuebles. Las mafias campan por sus respetos mientras los agentes de la Guardia Urbana y los Mossos se quejan de tener las manos atadas y estar impedidos de actuar frente a las continuas alteraciones del orden público. La enumeración tan tristemente exhaustiva corresponde a Eva Parera, concejal y candidata a la Alcaldía por la nueva formación denominada Valents.
Israel y su capital económica Tel Aviv son campeones mundiales en la creación de empresas emergentes, start-ups si se prefiere su denominación anglosajona. Y a la señora Colau no se le ocurre mejor forma de fomentar las relaciones económicas con el país de Oriente Próximo que más se nos parece en valores democráticos que esta abrupta ruptura. Y lo hace contraviniendo además el artículo 149 de la Constitución Española, que atribuye al Estado, y no a las provincias ni las ciudades, la competencia en exclusiva en las relaciones internacionales. En realidad, este último desborde engarza con una línea reiterada del separatismo catalán, cuyas “embajadas” en el exterior han destinado cuantiosos recursos a promocionar el famoso procés y a desprestigiar de paso a la España de la que Cataluña forma parte.
Justifica Ada Colau la ruptura con Israel en que Barcelona no comulga con el apartheid que según ella practica Israel. Esa asimilación al régimen que se implantara en Sudáfrica y rigiera entre 1948 y 1991 es cuando menos una grosera manipulación de la realidad. Como recuerda Gabriel Albiac, citando los relatos de Maxwell Coetzee, aquel era “un hermético sistema de separación racial entre poblaciones, donde Parlamento y Gobierno se erigían sobre la exclusiva supremacía blanca, y dónde la población indígena no tenía acceso a las instituciones del Estado”.
Más bien, la actuación de la señora Colau estaría en la línea del BDS, el movimiento que preconiza el Boicot, las Desinversiones y las Sanciones contra Israel, en el que no es difícil encontrar la teledirigida influencia moral y financiera de Irán.
Tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel como la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE) coinciden en calificar de lamentable esta actuación unilateral adoptada por la vía del decreto. No sería ecuánime considerar que toda Barcelona ha caído en el antisemitismo más burdo. Tan bien lo sabe su alcaldesa que ni siquiera ha querido debatirlo con los 31 concejales que no son de su partido, o sea las tres cuartas partes de las fuerzas políticas del Ayuntamiento, que se suponen representan a otras tres cuartas partes al menos de la población barcelonesa.
Estas últimas deberían impugnar una decisión personal que coloca a la capital catalana, obviamente de manera involuntaria, entre las judeófobas, y por ende a Cataluña y a España. En suma, que esta señora pueda hacer lo que le venga en gana y todo el país pague las consecuencias no debería quedar impune.
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