<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>El próximo mes de abril se cumplen justamente 200 años del derrocamiento y muerte del teniente coronel Rafael del Riego, quien sólo tres años antes había liderado con éxito una revolución liberal contra el régimen absolutista de Fernando VII y cuya muerte lo convirtió en un mártir por la libertad precisamente en el país que más había contribuido a su caída, Francia.</strong></h4> <strong>Todo comenzó el 1 de enero de 1820, cuando un contingente de tropas que se preparaba para partir hacia América al mando de Riego se sublevó contra el régimen absolutista en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan. </strong>El envío de aquel contingente formaba parte de la decisión de Fernando VII de ordenar la “reconquista” de América, una decisión que ocultaba un doble objetivo: por una parte, recuperar las colonias y sus contribuciones a una Hacienda absolutamente arruinada; por otra (un objetivo menos obvio, aunque probablemente más importante para el Monarca), enviar al otro lado del mar a decenas de miles de soldados y oficiales que habían participado en la guerra contra Napoleón y que eran particularmente proclives a pronunciarse en favor del régimen liberal de 1812. El origen de estos recelos del Rey estuvo en una de las reformas más relevantes de las Cortes de Cádiz -las mismas que en 1812 aprobaron la primera Constitución liberal de la historia de España-: la abolición de la prueba de nobleza para acceder a la oficialidad del Ejército. Aquel cambio, indudablemente vinculado a las necesidades de la lucha contra Napoleón, no sólo contribuyó a crear una nueva clase de oficiales ascendidos por auténticos méritos de guerra, sino que convirtió a las Fuerzas Armadas en uno de los principales baluartes del régimen liberal. Por ello, después de demostrar sus verdaderas intenciones mediante un autogolpe de Estado y la posterior reinstauración del absolutismo, <strong>Fernando VII decidió quitarse de encima a alrededor de 40.000 soldados y oficiales potencialmente revolucionarios enviándolos a Ultramar</strong>. Muchos de ellos (posiblemente la mayoría) no regresaron nunca y algunos incluso se unieron a las fuerzas rebeldes. Fue durante uno de esos envíos cuando se produjo la sublevación de las tropas de Riego bajo las notas de la marcha que, andando el tiempo, se habría de convertir en el Himno oficial de España durante la II República. En su proclama, Riego se manifestó abiertamente en contra de la guerra de “reconquista” y aseguró que “la Constitución por sí sola basta para apaciguar a nuestros hermanos de América”. Aquella aventura, denominada Trienio Liberal y que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812, sólo duró tres años. En abril de 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis enviados por la Francia borbónica derrocaron al régimen liberal y restauraron el absolutismo. Rafael del Riego (elegido presidente de las Cortes en 1822 y ascendido a capitán general) fue ahorcado en noviembre en la Plaza de la Cebada de Madrid. América nunca fue reconquistada. <h5><strong>Francia “llora a Riego”</strong></h5> Por esas curiosidades de la historia, <strong>la muerte de Riego lo convirtió en un mártir no solo en España, sino incluso en el país que había liderado la contrarrevolución española, Francia</strong>. De hecho, si algo diferencia a Riego de otros héroes míticos españoles fue, precisamente, su dimensión internacional. Tal como recoge un excelente estudio del historiador <strong>Alberto Cañas de Pablos, de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma-CSIC </strong>(en el que se inspira buena parte de este artículo), el Trienio Liberal español se había convertido en una de las grandes esperanzas de los liberales europeos en países como Francia o incluso Rusia, que elevaron a Riego a los altares de sus propias luchas nacionales. Poco después de la actuación de los Cien Mil Hijos de San Luis, fue publicado en Francia un texto anónimo, titulado <em>Procès du général Raphael del Riégo</em>, en el que se calificaba al líder liberal español como un <strong>“mártir de las reacciones políticas”.</strong> Por su parte, el <strong>general Frédéric Guillaume de Vaudoncourt</strong>, quien no solo había combatido bajo las órdenes de Napoleón en la campaña de Rusia, sino que incluso había participado en las revoluciones liberales del Piamonte y del propio Riego durante su exilio en España (lo que le obligó a exiliarse nuevamente, esta vez a Londres), escribió ese mismo año que “el sacrificio de Riego es uno de los crímenes políticos más atroces de los que la historia tiene memoria; sus asesinos solo pueden ser comparados con tigres, dado que derramaron su sangre sin causa aparente, sino por el placer de derramarla”. Otro destacado revolucionario francés de la época fue el carbonario <strong>Cugnet de Montarlot</strong>, quien también durante su exilio en España, en pleno Trienio Liberal, llegó a planificar con el propio Riego un intento de sublevación de las tropas francesas destinadas en los Pirineos e incluso diseñó en 1824, con el líder español ya muerto, un plan de revolución desde Marruecos claramente inspirado en el de Cabezas de San Juan. Incluso un personaje del renombre del <strong>Marqués de La Fayette</strong>, el “Héroe de dos Mundos” por su destacadísimo papel tanto en la independencia de Estados Unidos como en las dos revoluciones francesas de 1789 y 1830 (y diputado liberal durante la Restauración Borbónica de 1814), recordó en sus memorias cómo él mismo había “brindado por el mártir Riego” y por Simón de Bolívar durante su viaje a Estados Unidos en 1824, invitado por el presidente James Monroe. Como era de esperar, <strong>Riego no solo se convirtió en un referente positivo para los liberales franceses, sino que también fue adoptado como la personificación del mal para los absolutistas franceses</strong>. Ejemplo de ello fue un artículo publicado por el diario realista <em>La Quotidienne</em> en el que se calificaba de “traidores antifranceses” a los liberales que habían decidido “llorar a Riego” y menospreciar el “honor” que supuso para Francia la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis. En un sentido similar se expresó el rotativo conservador <em>Le Drapeau Blanc</em>. Años después de su muerte, el recuerdo de Rafael del Riego aún vivió algunos momentos de gloria en Francia, sobre todo durante el derrocamiento de los Borbones en 1830, que tuvo lugar tras un movimiento revolucionario en el que muchos liberales franceses se sintieron expresamente inspirados por el recuerdo del líder español. En aquellos años, se estrenó en París una obra de teatro sobre la vida de Riego y los españoles exiliados en Francia rescataron el Himno de Riego mientras desfilaban por las calles para celebrar la caída de la Monarquía francesa en julio de 1848. Incluso en una fecha tan tardía como 1870, el gran <strong>Víctor Hugo</strong> recordó a Riego en un alegato en favor de la libertad y en contra del avance de las fuerzas prusianas sobre París: “Todos los hombres ilustres, Leónidas, Bruto, Arminio, Dante, Rienzi, Washington, Danton, Riego, Manin, están ahí sonrientes y orgullosos de vosotros; porque es tiempo de mostrar al universo que la virtud existe, que el deber existe y que la patria existe”. En los años ochenta del siglo XIX, incluso se debatió una propuesta en la Cámara Municipal de París para sustituir el nombre de la Plaza del Trocadero (que conmemoraba una batalla contra los liberales españoles en 1823) por el de Plaza de Riego. La idea no prosperó, pero permitió recuperar, más de medio siglo después de su muerte, el nombre de Rafael del Riego en los debates políticos internos del país que más directamente había contribuido a su caída.