Pedro González
Periodista
Reconstruir un país como Brasil, el más gigantesco de América del Sur y quinto del mundo, es ciertamente una tarea hercúlea. Ambos términos han sido esgrimidos por el presidente Lula da Silva y por su vicepresidente Gerald Ackerman con ocasión de la investidura por tercera vez del primero a la cabeza del estado brasileño.
Para que el pueblo perciba desde el primer momento la radical diferencia entre Jair Bolsonaro y Lula da Silva, el nuevo presidente describió la “herencia desastrosa” que recibía: una sanidad en ruinas, no menos que la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, desmanteladas por su antecesor, al que también acusó de destruir el medio ambiente. Al describir así tan dantesco panorama, Lula cumple a la perfección el manual, puesto que, a partir del mismo, todo lo que se haga será por fuerza infinitamente mejor. Pone la llaga así, además, en los sectores más sensibles, tanto para la propia población brasileña como para los observadores internacionales, que consideran a Brasil y su Amazonia el pulmón del planeta.
Del análisis, pues, de su media hora de discurso de investidura, se infiere una auténtica magistral lección de política, conforme por supuesto a la estrategia del Foro de Sao Paulo, la alianza de personalidades e intelectuales progresistas, impulsada entre otros por el propio Lula, para implantar gobiernos de izquierdas en todo el continente. Casi todo él está ya teñido de color rojo, con la salvedad de momento de Ecuador, Uruguay y Paraguay. Y, con Lula en el Palacio de Planalto en Brasilia, es la oportunidad decisiva para que América Latina demuestre de una vez sus potencialidades.
Brasil vuelve no sólo al primer plano de la actualidad internacional sino que se pone en la práctica a los mandos del continente, ya que la forma en que encare y aborde los retos económicos y sociales de sus 218 millones de habitantes, inspirará a los demás líderes, que no obstante vigilarán muy de cerca los movimientos de Lula. De cómo resuelva problemas tan comunes como el paro, los elevados índices de pobreza y la deuda pública, gobiernos y ciudadanos latinoamericanos tomarán nota para acrecentar o no sus esperanzas en que el continente pueda por fin sacudirse su endémico retraso. Pese al dramatismo con que describió la herencia recibida, los índices reales no son tan dantescos: 8,7% de desempleo entre la población activa; 29,4% de pobres y 76% de deuda pública sobre el PIB, según diversos informes recogidos por las agencias EFE y AFP. Comparativamente, hay muchos países, incluidos en la orilla europea del Atlántico con índices bastante peores en esos apartados.
Lo estrecho del margen con que Lula ganó las elecciones y las alianzas que se ha visto obligado a concluir en consecuencia, le han determinado a construir el gobierno más extenso del planeta: nada menos que 37 ministerios, de los que 11 tendrán al frente a una mujer. Se supone que todas las sensibilidades del bloque que le apoya estarán así representadas en el Consejo de Ministros. Otra cosa será comprobar su eficacia, sobre todo cuando los proyectos de ley pasen al Parlamento, en donde la oposición bolsonarista ostenta la mayoría. Lula no ha esperado para revertir algunas de las medidas más controvertidas de su predecesor, que siguiendo el mal ejemplo de Donald Trump, prefirió ausentarse de la ceremonia de investidura e incluso se marchó del país a Estados Unidos, rompiendo la tradición de traspasar la banda presidencial a su sucesor.
Los primeros decretos, pues, han sido para anular las facilidades que Bolsonaro concedió para el acceso a las armas de fuego y para reforzar a las organizaciones conservacionistas de la Amazonia. Son sin duda una buena tarjeta de presentación. Ahora vendrá lo más duro, lo hercúleo, según su vicepresidente. Aunque ninguno de los dos lo ha mencionado, el tándem presidencial deberá abordar el siempre latente problema de la corrupción, y sacudirse el estigma de la misma. El Tribunal Supremo que decretó la libertad de Lula no se pronunció nunca sobre el meollo de la sentencia que lo condenó sino que lo liberó en base a un defecto procedimental.
En el plano internacional, además de la vecindad iberoamericana, en Europa se espera con expectación si Lula será capaz de dar por fin el impulso definitivo al Mercosur, quizá la última oportunidad de que el tratado comercial potencialmente más importante del mundo entre en vigor o sea un sueño frustrado. Y, en fin, en el plano político, tanto Europa como Estados Unidos, que apoyó decididamente a Lula, comprueben si el veterano y avezado antiguo líder sindical es capaz de embridar las tentaciones caudillistas y extremadamente populistas de algunos de sus colegas americanos.
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