Diego López Garrido
Vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas
Desde el mismo momento en que Giorgia Meloni ganó las elecciones generales en Italia, se ha producido en la esfera política y mediática europea un deseo casi unánime de obviar sus raíces ultraderechistas y atribuirle un perfil europeísta y atlantista. O sea, un mensaje tranquilizador ante las vinculaciones de Meloni, desde su juventud, a movimientos neofascistas. La propia futura «primer ministro» del Gobierno italiano se ha encargado de subrayar su apoyo indiscutible a la Unión Europea, a la OTAN y a las sanciones contra Vladímir Putin. No solo eso. Meloni promete ponerse de acuerdo con Mario Draghi, aún en funciones, para que el tránsito a la nueva legislatura sea correcto y que haya una cierta continuidad política. Con ello, opta por la estabilidad, tan necesaria en estos momentos críticos.
Pienso que Meloni no es una dirigente suicida y no se le va a ocurrir desarrollar políticas económicas heterodoxas, ni bajadas de impuestos descabelladas como ha hecho el partido conservador británico, con las consecuencias desestabilizadoras que todos estamos viendo con preocupación. Ni tampoco evitará las reformas exigidas por Bruselas. Entre otras cosas, porque se juega la recepción de cerca de 200.000 millones de euros de parte de la Comisión Europea, con cargo a los fondos Next Generation; la cantidad mayor otorgada por la Unión a un Estado miembro. No puede renunciar a ello cuando Italia tiene una deuda pública del 150 % del PIB.
Sin embargo, hay otro tipo de problemas que van a surgir con seguridad, ya que Meloni, aliada con Silvio Berlusconi y Matteo Salvini para tener mayoría absoluta en el Parlamento, va a defender sus señas de identidad, como ya ha hecho en su primer discurso postelectoral. Por ejemplo, la prevalencia del «interés de la nación», la versión italiana del «America first» de Donald Trump, cuya retórica imita. Los valores esenciales de la Unión Europea están claramente expresados en el artículo 2º del Tratado de la Unión Europea: democracia, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, «incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías».
No veo a Hermanos de Italia renunciando a su discurso xenófobo contra la inmigración, como si ahí estuviera la fuente de todos los males que aquejan a la sociedad. En esa línea, no han abjura- do de su compromiso de no aceptar que barcos con inmigrantes y refugiados se acerquen a las costas italianas. La victoria de Meloni aleja el ansiado e imprescindible Pacto de Migración y Asilo que la Unión necesita desde hace mucho tiempo. Añade dificultades a las que ya existen ante la posición del renqueante grupo de Visegrado, con Viktor Orban como ejemplo más visible de contradicción con los valores europeos.
El Estado de Derecho es uno de los grandes pilares en que se fundamenta el proyecto europeísta. A mi juicio, la Unión va a chocar con el futuro Gobierno italiano en esta cuestión central, porque Meloni no va a poder bajarse de un discurso ideológico radical para compensar que no podrá hacerlo en lo económico. Y hay un aspecto relevante de este problema que me gustaría destacar. Se trata de la primacía del Derecho europeo sobre el nacional en el ámbito de las atribuciones que tiene la Unión Europea. Un principio creado por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo en una de sus primeras sentencias. Algo que los jueces ordinarios se encuentran cada día, porque son jueces europeos a la vez que italianos o franceses o españoles.
Los partidos de la ultraderecha italiana vencedores en las elecciones desafían visiblemente ese principio básico. En su afán por situar el supuesto «interés nacional» por encima de los intereses generales de todas y todos los europeos, Meloni y sus aliados seguramente seguirán la estela de Polonia y Hungría. A estos, la Comisión les ha abierto el expediente que prevé el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea por «violación grave» de los valores de la Unión. Veremos si Italia quiere continuar por ese camino, defendiendo que las leyes italianas estén por encima de los Tratados, Reglamentos y Directivas europeas. Si lo hace, la confrontación está servida.
Meloni entra a gobernar en un momento de ‘policrisis’ en Europa, alimentado por la insensata y criminal guerra desatada por Rusia contra Ucrania. Pero su mantra nacionalista unilateral ame- naza con desviar a su gobierno de una imprescindible solidaridad intraeuropea. Temo que los compromisos con sus socios y la tentación del discurso demagógico típico del populismo pongan un freno a lo que exige el actual escenario político. Meloni parece girar hacia la Unión Europea… ‘ma non troppo’.
© Este artículo fue publicado originalmente en el Grupo Vocento