<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>Hace treinta años, el Gobierno de Felipe González aprovechó los grandes eventos de 1992 para desarrollar toda una estrategia de diplomacia pública cuyo punto culminante, desde el punto de vista político, fue la celebración en Madrid de la segunda Cumbre Iberoamericana en el marco de las conmemoraciones por el quinto Centenario del Descubrimiento de América.</strong></h4> Como ha recordado el profesor Julio Sanz López, en 1992 se desarrolló <strong>“la mayor operación de diplomacia pública” hasta entonces conocida en España, “basada principalmente, aunque no de modo exclusivo, en la organización simultánea de un gran conjunto de mega eventos”, como los Juegos Olímpicos en Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla y Madrid como Ciudad Europea de la Cultura </strong>y, “paralelamente”, en la puesta en marcha de otros proyectos “esencialmente vinculados a <strong>la Conmemoración del quinto Centenario, como la creación del Instituto Cervantes” y, por supuesto, la II Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno.</strong> Precisamente, el verdadero elemento aglutinador de todo ello fue <strong>la conmemoración del quinto Centenario, que no solo le sirvió al Gobierno para promover “el conocimiento y difusión de la realidad histórica y actual de la España moderna y democrática a nivel mundial” (Alto Patronato del V Centenario, 29 de julio de 1991) sino para fomentar y difundir la idea de la Comunidad Iberoamericana de Naciones</strong> como foro de diálogo e integración y con vistas a la incorporación activa de Europa a la problemática iberoamericana. La idea de conmemorar el quinto Centenario comenzó en los inicios de los años ochenta, con el Gobierno de UCD, lo que se tradujo en la puesta en marcha, en 1981, de la Comisión Nacional para el V Centenario. No obstante, tras unos inicios titubeantes y poco concluyentes, los primeros toques de atención llegaron en 1982, cuando Estados Unidos presentó ante el Bureau International des Expositions (BIE) su candidatura para celebrar en 1992 una Exposición Universal en Chicago conmemorativa de la llegada de Cristóbal Colón a América. <strong>La propuesta norteamericana sirvió de acicate para el Ministerio de Asuntos Exteriores español, que de inmediato instó a la Comisión Nacional para el V Centenario a estudiar la posibilidad de de celebrar una exposición en España en 1992 con motivo de quinto Centenario.</strong> Una vez aceptada la idea, España presentó ante el BIE su propia candidatura de Sevilla como sede la Expo, en homenaje al importante papel que jugó esta ciudad durante la época colonial, pero lo más difícil estaba por llegar, y fue ahí donde España desplegó toda su diplomacia. Lo cierto es que, desde el principio, todo apuntaba a una clara victoria de la candidatura norteamericana. <strong>Por ello, el Gobierno español inició una agresiva ofensiva diplomática con los países iberoamericanos, a través de sus embajadores acreditados en Madrid, a fin de conseguir su adhesión al BIE y, con ello, recabar su voto favorable a una candidatura española de vocación claramente iberoamericana.</strong> En muy poco tiempo, el BIE recibió once Estados miembros nuevos (España incluso sufragó el ingreso de algunos países), que debutaron en una asamblea en la que se aprobó, como fórmula reconciliatoria, la celebración de una exposición conjunta en Sevilla y Chicago (aunque la candidatura estadounidense fue finalmente retirada en 1985). Fue así como <strong>Felipe González, del PSOE, se encontró con una Exposición Universal y una Comisión Nacional del V Centenario cuyos primeros pasos había dado la UCD.</strong> En todo caso, y a medida que fue madurando el proyecto, <strong>España fue introduciendo nuevos elementos para conmemorar, no solo el quinto Centenario, sino todo lo que representaba el recuerdo de 1492: la conquista del reino de Granada, la expulsión de los judíos y la publicación de la Gramática de Antonio de Nebrija</strong>, la primera de la lengua castellana y de cualquier otra lengua vulgar procedente del latín. Por si fuera poco, <strong>España y los países iberoamericanos aprovecharon el clima generado por las celebraciones del V Centenario para crear su primer foro común de entendimiento al más alto nivel.</strong> Entre 1983 y 1992 se celebraron hasta diez conferencias para preparar el terreno, pero el gran paso adelante se dio en 1990, cuando, con motivo de la firma del tratado de amistad y cooperación entre México y España, se puso en marcha el proceso para la creación de <strong>la Comunidad Iberoamericana de Naciones </strong>(el mero hecho de que se aceptara el término “iberoamericana” ya fue un cambio significativo), cuyo primer gran paso fue la primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno. Según el acuerdo adoptado por todos, la primera Cumbre debía celebrarse en México en 1991 (a fin de evitar suspicacias sobre el papel de España en la conquista) y la segunda en España en 1992. <strong>“De esta forma, la mayor iniciativa de diplomacia multilateral de carácter iberoamericano hasta esa fecha surgiría al calor del V Centenario, desbordando en gran medida el tradicional alcance práctico de una celebración conmemorativa”</strong>, destaca Julio Sanz López. En aquella segunda Cumbre, celebrada en la capital de España el 23 y 24 de julio de 1992, los 21 jefes de Estado y de Gobierno aprobaron una Declaración de Madrid en la que defendieron “la democracia representativa, el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales”, reafirmaron los valores de Naciones Unidas frente al cambio geopolítico causado por la caída de la Unión Soviética, apoyaron los tratados de limitación de armas nucleares, químicas y biológicas, reafirmaron su compromiso contra el narcotráfico y el terrorismo y crearon un marco de cooperación y toma de decisiones entre los ministros de Asuntos Exteriores de los Estados miembros a través de reuniones periódicas. <h5><strong>Juegos Olímpicos de Barcelona</strong></h5> El otro gran foco de 1992 fueron los <strong>Juegos Olímpicos de Barcelona,</strong> cuya importancia para la diplomacia internacional se deriva, sobre todo, de las circunstancias históricas en que se celebraron: <strong>los primeros Juegos desde la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, </strong>la primera <strong>participación de Sudáfrica</strong> después de 22 años excluida a causa del apartheid, los primeros Juegos sin una amenaza de boicot internacional en muchos años (aunque se llegó a temer algo parecido tras la primera Guerra del Golfo y el posible rechazo árabe a la intervención de Israel), la reconfiguración del mapa europeo tras la caída del Muro de Berlín (nuevos países independientes y unificación de Alemania) y el impacto de las guerras en Yugoslavia (los serbios, montenegrinos y los macedonios participaron sin la bandera de Yugoslavia, como deportistas individuales, mientras que Croacia, Eslovenia y Bosnia sí pudieron estrenarse como tales Estados independientes). En estas circunstancias, y bajo la impresión de las guerras de Yugoslavia, <strong>el Comité Olímpico Internacional (COI) emitió el 21 de julio de 1992 en Barcelona un llamamiento a favor de “la Tregua Olímpica”</strong> (una vieja costumbre de los Juegos Olímpicos de la antigüedad, instaurada en el siglo IX antes de Cristo), a fin de que todos los Estados y todos los organismo nacionales e internacionales suspendan cualquier conflicto armado e intensifiquen sus esfuerzos para lograr la paz al menos durante el período en que duren los Juegos, incluidos los siete días precedentes y posteriores. El documento fue entregado en febrero de 1993 por el presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, al secretario general de Naciones Unidas, Boutros Boutros-Ghali. La Tregua Olímpica fue aprobada por Asamblea General de la ONU en octubre de 1993, pero, como era de esperar, tardó muy poco en incumplirse: en febrero de 1994, durante los XVII Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer, un bombardeo sobre el mercado de Sarajevo causó la muerte de casi 70 civiles.