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Madrid o el despertar de la fuerza: hacia una Alianza post pandémica

Miguel Ángel Medina

Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales Antoni de Montserrat de la Universitat Abat Oliba CEU

 

Cuando Joe Biden descendía las escaleras del Air Force One y pisaba suelo español a las 15.17 del martes 28 de junio se sabía que la cumbre de la OTAN en Madrid acabaría con un nuevo concepto estratégico de la Alianza para la próxima década (la hoja de ruta), con la luz verde para la entrada de dos nuevos socios (Finlandia y Suecia) y que Rusia pasaría de ser un aliado estratégico a una amenaza directa para los todavía 30 países aliados. Lo que estaba en el aire era por qué se ha calificado esta cumbre de ‘transformadora e histórica’, en palabras del Secretario General de los aliados. Desengranemos pues algunas de las aristas clave de estos dos días de intensa actividad diplomática.

 

La cumbre más importante de la OTAN en veinte años ha ampliado el foco de la organización de tres maneras. En primer lugar, Madrid ha resucitado a la Alianza, cuestionada por sus propios miembros hace escasas fechas. Recordemos los problemas para que los Estados cumplan con la recomendación (es decir, la casi obligación) de alcanzar el 2% del PIB en presupuesto en defensa, los desplantes de Trump y sus vilipendios acerca de vaciar de contenido a la Alianza o desamericanizarla, o los sonoros fiascos de la intervención en Libia o la retirada de Afganistán. Madrid ha apretado el F5 del ordenador aliado, y ha limpiado el polvo para que las 30 teclas vuelven a respirar.

 

En segundo lugar, el alcance geográfico y temático de la Alianza vuelve a equilibrarse, con la inclusión de los desafíos provenientes del Sahel, la referencia explícita al flanco Sur de la OTAN y la referencia a amenazas híbridas, ciberseguridad, emergencia climática y seguridad energética. El nuevo concepto estratégico busca enlazar el nuevo panorama geoestratégico mundial con la caja de herramientas de los aliados, y aquí cobra fuerza la nueva concepción de la seguridad y la defensa por parte de Evere. La Alianza ha comprendido que debe prestar igual de atención a los refugiados climáticos provenientes de Chad que a los contingentes desplegados en el flanco este de los aliados. Y en futuro se espera que se presten más medios y más atención operativa a temas como la piratería en el enclave indo-pacífico o la emergencia alimentaria.

 

En tercer lugar, las fronteras de la OTAN vuelven a reestructuras, con la carta verde a Helsinki y Estocolmo (a cambio de prebendas a Ankara en forma de extradición de terroristas, líderes kurdos y del PKK) y la reafirmación que la Alianza ‘defiende cada pulgada de cada Estado miembro de la Alianza’. Y aquí cobra especial atención la polémica sobre Ceuta y Melilla, que son parte de la protección aliada desde la misma entrada de España en la OTAN (hace ahora precisamente 40 años), ya que invocar el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte es potestad de cualquier Estado miembro.  Hay que preguntar a Madrid en este sentido, y no a Bruselas.

 

A modo de conclusión, dos pinceladas. En primer lugar, destaca la ejemplar gestión de la cumbre, desde el punto de vista humano (un éxito los lideres occidentales paseando por el Prado de forma distendida, la cordialidad del presidente Sánchez a través de su manejo de idiomas, sus complicidades previas, su puesta en escena, etc.) y político (agenda diplomática, presencia de democracias liberales de corte occidental no europeas o norteamericanas, entre otros). España ha adquirido mucho crédito a nivel internacional y debemos aplaudir el éxito de la cumbre. El acuerdo bilateral con EEUU para el posicionamiento de dos nuevos destructores en la base de Rota o el fortalecimiento del operativo del centro de Torrejón así lo demuestran.

 

En segundo lugar, la OTAN ha cambiado, pero no el contexto en el que la OTAN se mueve. No estamos ante un escenario de una nueva guerra fría con Rusia o China, sino en un teatro en el que las superpotencias y los grandes actores defienden sus intereses y juegan sus cartas de diferente manera, y en el que el orden liberal internacional basado en reglas e instituciones ha entrado en declive. Sea como fuere, la Alianza seguirá siendo un ejemplo espléndido de disuasión colectiva, cuyo éxito, como buena póliza de seguros, recaerá en que nunca deba ser usada por sus beneficiarios.

 

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Alberto Rubio

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